Syleneth Minh Rad
Syleneth Minh Rad
Mental characteristics
Historia personal
Me llamo Syleneth Minh Rad, hija de panaderos... y guerreros, aunque tardé mucho en entender lo que eso significaba. Crecí en Dinea, un pequeño pueblo pesquero en la costa de Nauplia, donde el aire siempre huele a sal y mi casa a pan recién horneado.
En Dinea, todo era simple y repetitivo, y quizá por eso era tan reconfortante. Las mañanas empezaban temprano en la panadería de mis padres, La Thorifish, que era famosa en toda la comarca, incluso en Cristalcross, por el pan de gambas. Mientras mi hermana gemela, Adlera, y yo atendíamos a los primeros clientes, el día avanzaba sin grandes sobresaltos. Siempre venían los mismos: la señora Aneth, que, aunque insistía en hacer su propio pan, nunca podía resistirse al nuestro, o Fynir, el pescador, que nos traía los camarones más frescos del puerto. Dinea era ese tipo de lugar donde las vidas de todos estaban entrelazadas, y donde sabías que al final del día, la familiaridad de las caras conocidas te haría sentir seguro.
Mi hermana y yo crecimos inmersas en esa rutina, pero, mientras yo me conformaba con la vida que teníamos, Adlera siempre quería más. Aunque éramos gemelas, había algo en ella que no podía quedarse quieto, como el viento que siempre soplaba en la costa. Pasaba horas explorando los bosques, las calas escondidas y los acantilados cercanos, buscando algo que solo ella parecía entender. Volvía a casa con historias y pequeñas maravillas: conchas de colores y piedras curiosas. Yo, en cambio, encontraba consuelo en la vida cotidiana, en la simplicidad de la panadería y en las pequeñas charlas con los aldeanos.
Era una vida tranquila, casi monótona, pero nunca me molestó. Sin embargo, todo cambió una noche de hace poco más de dos años.
Recuerdo esa noche en la panadería con una nitidez que me asusta. Era tarde, ya estábamos por cerrar, y Adlera y yo nos habíamos quedado a solas, limpiando los restos del día. La puerta de la tienda se abrió de golpe, y un hombre entró.
En cuanto lo vi, mi corazón dio un vuelco. Era idéntico a mi padre, pero su rostro estaba marcado por cicatrices profundas, como si el tiempo y la batalla lo hubieran esculpido a golpes. No dijo una palabra. Simplemente caminó hasta el mostrador, sacó una gema del tamaño de un puño, de un azul profundo como el zafiro, y la dejó delante de nosotras. Nos miró un segundo, como si quisiera decir algo, pero en lugar de eso, se giró y salió sin hacer ruido.
Adlera y yo nos quedamos en silencio. Ella fue la primera en moverse, cogiendo la gema con esa curiosidad que siempre la caracterizaba. Cuando nuestros padres llegaron y se la mostramos, todo cambió. En cuanto mi padre la tocó, la gema brilló intensamente, y sus ojos se llenaron de lágrimas. Nunca había visto a mi padre llorar, pero esa noche, las palabras salieron entre sollozos.
Nos revelaron lo que habían ocultado durante tanto tiempo. La gema contenía el espíritu de nuestro abuelo, un gran guerrero elfo que había luchado en las guerras dracónidas, y el hombre que la trajo era su hermano gemelo, nuestro tío. Las historias que antes parecían mitos lejanos tomaron forma ante nosotras. Su linaje guerrero, las batallas contra los dragones malvados, y cómo mis padres huyeron de esa vida buscando paz. Fue como si de repente, todas las piezas encajaran: la prohibición de subir al altillo, los misterios que rodeaban nuestro pasado, e incluso las habilidades que de vez en cuando se manifestaban en nosotras, sin explicación. Comprendimos entonces por qué, a veces, teníamos habilidades que no podíamos explicar, nuestra agilidad, nuestra puntería, nuestra destreza en el combate… todo tenía sentido ahora.
Pero esa revelación no trajo solo respuestas; también trajo peligro. Nuestros padres sabían que la aparición de nuestro tío podía significar que los fantasmas del pasado estaban volviendo a perseguirnos.
Algo cambió algo en Adlera. Durante los días siguientes, desaparecía por más tiempo, como si la verdad sobre nuestro linaje hubiera despertado algo en ella que no podía ignorar. No tardó en tomar una decisión. Una noche, con el petate al hombro, se plantó ante mis padres y les dijo que quería descubrir sus verdaderos orígenes, que quería recuperar nuestra herencia guerrera y encontrar a los familiares y amigos que habíamos perdido. La vi partir, y aunque quería detenerla, supe que no podía hacerlo. Mi hermana siempre había sido así: decidida, valiente, siempre buscando algo más allá de lo que el mundo a su alrededor podía ofrecer.
El mismo viento que soplaba entre las ramas del árbol Eustren aquella noche en que subimos a ver la lluvia de estrellas la empujaba ahora hacia un destino incierto
Adlera se fue. Durante los primeros meses, llegaron algunas cartas de ella, llenas de emoción y descubrimientos, hablando de las tierras que había comenzado a explorar. Pero hace dos meses, las cartas dejaron de llegar, y el silencio empezó a llenarlo todo. No saber de ella me carcome por dentro. Adlera es parte de mí. No puedo imaginar un mundo donde no esté.
Cada noche, antes de dormir, miro el mar desde mi ventana, preguntándome si ella está a salvo.
Así que esta noche, he tomado una decisión. No puedo seguir esperando, con los brazos cruzados, mientras el silencio me consume. Adlera es parte de mí, y si algo le ha pasado, no me lo perdonaría. Haré lo que ella hizo, pero en silencio. No avisaré a mis padres. Sé que intentarán detenerme. Robaré el rifle de mi madre, y me iré en su búsqueda
Voy a adentrarme en este viaje, no solo para encontrar a Adlera, sino para descubrir más sobre mí misma, sobre lo que soy y lo que significa realmente ser una Minh Rad.
Traumas
Miedo racional: Era una mañana tranquila, de esas en que el mar parecía un espejo inmenso que apenas rompía su calma. Mi padre había insistido en que aquella salida de pesca sería especial. Necesitaba algo distinto para una receta nueva, decía, algo que añadiría un toque único a nuestros panes y podría hacernos recordados en toda la comarca. Con Adlera y yo a su lado, nos subimos al pequeño bote y, como solía suceder cuando estábamos los tres, la emoción se sentía en el aire. Nos adentramos en el mar sin prisa, perdiendo poco a poco de vista la costa y, con ella, la comodidad de nuestra pequeña Dinea.
Pero, a medida que avanzábamos, algo en el ambiente comenzó a cambiar. Al principio, fue apenas un soplo de aire, un tirón en las aguas bajo el bote. “Solo una corriente fuerte”, dijo mi padre, sin darle importancia. Pero la calma del mar se rompió sin aviso. En un parpadeo, el cielo se cubrió de nubes negras, y el viento empezó a aullar. Las olas crecieron tan rápido que no supimos de dónde venían. En un instante, el océano se alzó alrededor de nosotros en paredes de agua que parecían devorarlo todo, y nuestro pequeño bote comenzó a zarandearse como una hoja.
Intentamos aferrarnos a la barca, a los costados, a cualquier cosa que evitara que la fuerza de las olas nos lanzara al agua. Pero en uno de esos embates, la barca se inclinó de tal manera que perdí le equilibrio, y caí al mar. Recuerdo ese frío, cómo el agua helada me rodeó y me arrastró hacia abajo. La superficie se convirtió en un punto borroso a lo lejos, y mis intentos de nadar eran inútiles. Era como si la misma corriente me arrastrara hacia las profundidades, hacia un abismo oscuro y sin fin.
La desesperación comenzó a apoderarse de mí mientras el agua me empujaba cada vez más abajo. Fue en ese instante cuando vislumbré algo en la oscuridad del mar. Dos sombras inmensas se movían como titanes, como si todo el océano fuera su campo de batalla. Eran criaturas colosales, que desgarraban el agua mientras luchaban. Las corrientes que agitaban a su alrededor se sentían como olas de pura furia, y el eco de su batalla era un trueno sordo que vibraba en el agua. Intenté gritar, pero todo se perdía en el vacío azul.
A punto de ceder al cansancio y al frío, cuando mis pulmones ya no podían retener el poco aire que me quedaba, sentí algo suave pero fuerte rodeando mí cintura. No tuve ni tiempo de verlo claramente; solo sentí que una fuerza poderosa me impulsaba hacia la superficie. El agua, de pronto, se hacía más clara, y los tenues rayos del sol se colaban por las olas hasta que, por fin, sentí el aire frío en mis pulmones de nuevo. Después de un tirón final, perdí el conocimiento.
Lo siguiente que recuerdo fue despertar en mi cama, con la cálida luz de la mañana colándose por la ventana de mi habitación en Dinea. Mi hermana estaba allí, mirándome con ojos preocupados y, en su rostro, una mezcla de alivio y terror. Me contó lo poco que ella misma había llegado a entender: una criatura enorme, parecida a un caballito de mar pero de casi dos metros, me había empujado hasta la superficie y me había dejado junto a la barca antes de desaparecer en el mar.
Desde entonces, el mar embravecido es un lugar al que no quiero regresar. La sola idea de aquellas olas, de las criaturas y de esa inmensidad tan ajena me deja fría. Tal vez algún día logre enfrentarme a ese terror, pero, por ahora, el recuerdo de ese día se queda conmigo, tan profundo como el mar al que casi me arrastró.
Miedo irracional: Es difícil de explicar, pero desde aquella noche, los espejos en la oscuridad me inquietan como pocas cosas en el mundo. Era una de esas noches tranquilas en Dinea, con la luna llena asomando por la ventana de nuestra habitación. Adlera y yo nos habíamos quedado despiertas, hablando de nuestras aventuras soñadas hasta que ella, cansada, se quedó dormida. Yo estaba aún despierta, contemplando la calma de la noche, y por alguna razón terminé mirando hacia el pequeño espejo del tocador.
Al principio, sólo vi mi propio reflejo bajo el tenue brillo de la luna. Pero cuanto más me miraba, más extraño me resultaba verme allí, como si en ese reflejo hubiera algo... ajeno. Cuando estaba a punto de darme la vuelta para volver a la cama, mis ojos se quedaron atrapados en una visión que me heló la sangre: mi reflejo me devolvía una sonrisa que yo nunca había hecho. Un gesto que no me pertenecía.
Recuerdo que di un paso atrás y cerré los ojos, tratando de convencerme de que había sido una ilusión. Pero desde entonces, el miedo persiste. No puedo mirar un espejo en la penumbra sin que me recorra un escalofrío, sin esa certeza de que, en algún rincón de su superficie, aún podría estar esa sonrisa, esa versión de mí que no me pertenece y que quizá algún día intente encontrarme de nuevo.
Miedo psicológico: A veces me asalta el temor de que mi vida termine siendo... nada, algo que no deje rastro alguno, como los granos de arena que vuelan con el viento en las playas de Dinea. He crecido en un lugar donde todo parece eterno, siempre igual, y sin embargo sé que el tiempo es implacable. Las generaciones pasan sin que nadie las recuerde; los nombres se borran, las historias se desvanecen. Mis propios padres, aunque alguna vez fueron guerreros, se exiliaron a esta paz, alejados de cualquier recuerdo de nuestro pasado.
Es extraño, pero creo que, en el fondo, el viaje que estoy emprendiendo tiene que ver con algo más que encontrar a mi hermana. Es una búsqueda de algo en mí misma que realmente importe. Quiero que lo que hago y quién soy no sea algo que el tiempo arrastre sin dejar huella. Quizás sea una locura, pero siento que necesito hacer algo que mi familia y mi gente no olviden… para que no me olvide el mundo.
Características intelectuales
Cuando pienso en lo que realmente me importa, mi mente siempre vuelve a ella. Mi hermana. Desde el momento en que nos separamos, siento un vacío que no puedo llenar con nada más. He intentado recordar cómo era la vida sin ella, antes de que se fuera, pero no puedo. Está en todos mis recuerdos, como si siempre hubiera estado allí, al lado mío, completando lo que me falta. Recuerdo tantas veces que no hizo falta que habláramos para entendernos; un simple cruce de miradas y ya sabíamos lo que la otra pensaba. A veces, me pregunto si ella siente lo mismo estando lejos de mí, si este mismo vacío la impulsa a volver, a encontrarme. Por eso tuve que ir tras ella. No podía imaginar un mundo en el que no estuviéramos juntas.
Dinea siempre será mi hogar, por mucho que ahora me encuentre lejos. El olor a pan recién hecho, el sonido del mar rompiendo contra las rocas al amanecer… son recuerdos que llevo conmigo donde quiera que vaya. Pero si tengo que pensar en el recuerdo más feliz, uno que me haga sentir paz genuina, es aquella noche con mi hermana, cuando subimos al árbol Eustren, el milenario que domina el centro del pueblo. Nadie en Dinea lo trepaba ya, decían que era peligroso, pero nosotras lo hicimos sin pensarlo dos veces. Nos escabullimos bajo la luz de la luna, cuando todos dormían, y subimos hasta las ramas más altas, justo a tiempo para ver la lluvia de estrellas de las Curpeidas. Recuerdo el silencio, roto solo por nuestras respiraciones y el murmullo de las hojas bajo el viento suave. Las estrellas caían como diamantes en la oscuridad del cielo, y en ese momento no existía el mundo más allá de esa rama ni preocupaciones. Éramos solo nosotras dos, las estrellas, y el inmenso universo. Nunca he sentido una paz igual desde entonces.
Antes de salir de Dinea, sabía que no podía marcharme con las manos vacías. Las noches antes de partir, me quedaba en la panadería después de cerrar, observando el rifle de mi madre. No era un arma cualquiera; era el rifle que había usado durante las guerras dracónidas, cuando era mucho más joven y antes de que su vida se convirtiera en la de una panadera. Yo siempre la había visto como una figura fuerte, pero de otra manera. En la tienda, era la roca, la mujer que resolvía cualquier problema con una sonrisa y una receta. Pero había una historia detrás de esos ojos, una historia que yo apenas conocía, y el rifle era parte de ella.
Cuando finalmente tomé el rifle, sentí el frío del metal en mis manos y algo dentro de mí hizo clic. Lo escondí bajo mi capa antes de salir por la puerta, sabiendo que no me pertenecía, pero al mismo tiempo sintiendo que lo necesitaba. No era solo un arma. Era un pedazo de mi madre, de su fuerza, de su pasado, y al tenerlo conmigo, sentía que también llevaba una parte de Dinea, de mi hogar. Cada vez que lo ajusto en mi espalda o siento su peso al caminar, me recuerda por qué estoy haciendo esto. El rifle me protege, sí, pero también me ancla. Me recuerda quién soy y de dónde vengo. Y, más importante, me recuerda que, sin mi hermana a mi lado, esta aventura no tiene sentido.
· Compasiva y atenta: Syleneth tiene un don para escuchar y ofrecer ayuda a quienes la rodean, mostrando empatía genuina incluso en situaciones que no le afectan directamente.
· Leal y protectora: Siempre pone a sus seres queridos por encima de todo, dispuesta a hacer lo que sea necesario para garantizar su seguridad y bienestar.
· Trabajadora y comprometida: Creció dedicada al trabajo en la panadería, demostrando una gran ética laboral y una constante disposición para cumplir con sus responsabilidades.
Moral y filosofía
Crecí en Dinea, un lugar donde la vida giraba en torno a la calidez de su gente. Los aldeanos no eran solo vecinos, eran casi familia, siempre dispuestos a ofrecer una mano o un consejo. Entre las paredes de nuestra panadería, no solo se cocían panes de gambas, sino también vínculos que iban más allá de la simple cortesía. El calor que desprendían las personas de Dinea era lo que me hacía sentir que pertenecía, que formaba parte de algo más grande que yo misma. Aprendí, desde pequeña, el valor de la familia y la amistad. No solo con mis padres y mi hermana gemela, sino con todas las personas que entraban a formar parte de mi vida, cada una ocupando un lugar especial en mi corazón.
Por eso, cuando mi hermana se fue de Dinea, algo dentro de mí se rompió. El vacío que dejó fue como si me hubieran arrancado una parte vital de mi ser. No podía imaginar mi vida sin ella, sin esa conexión que siempre habíamos compartido. La idea de continuar en nuestro hogar sin su presencia se volvió insoportable, y aunque me costó tomar la decisión, supe que no tenía otra opción: debía salir en su búsqueda. Encontrarla y asegurarme de que estaba bien se convirtió en mi única prioridad, porque sin ella, el mundo se sentía incompleto. No era solo una cuestión de destino, sino de mantener el lazo que siempre nos había unido.
Mi familia siempre ha sido lo más importante. No importa lo lejos que el destino me lleve, siempre llevaré conmigo los valores que me enseñaron mis padres: la lealtad, el sacrificio y el cuidado mutuo. Preservar esos principios es la misión que guía mi vida. Luchar por ellos, por mi familia y amigos, es la razón de todo lo que hago, porque sin ellos, sin esa red de amor y apoyo, ¿qué sentido tendría la vida?
Pero sé que nuestra familia siempre ha estado marcada por las ausencias. El exilio de mis padres, que huyeron de su hogar debido a las guerras dracónidas, dejó una herida profunda en su corazón, una que nos transmitieron a mi hermana y a mí. Crecimos sin conocer a los parientes que quedaron atrás, sin saber exactamente lo que nuestros padres sacrificaron. Esa pérdida, ese vacío familiar, siempre estuvo presente, incluso cuando no lo mencionaban. Ahora, con mi hermana perdida y las sombras del pasado de mi familia aún sin revelar, siento que hay más preguntas que respuestas.
Encontrarla y descubrir el legado que nuestros padres dejaron atrás es la única manera de restaurar lo que se ha roto. Porque, al final del día, la familia y los amigos son lo que nos define, lo que nos da propósito. Y luchar por ellos, hasta el final, es lo único que sé hacer.
· Familia y amistad por encima de todo: Syleneth valora profundamente los lazos familiares y de amistad, viendo en ellos su fuente de fuerza y propósito.
· Lealtad inquebrantable: La conexión con su hermana es vital, y hará lo que sea necesario para encontrarla y proteger a su familia, sin importar los sacrificios.
· Preservar su legado: Se guía por los valores transmitidos por sus padres y siente la responsabilidad de descubrir y honrar el legado perdido de su familia.
Personality Characteristics
Motivaciones
Crecí en Dinea, un pequeño pueblo pesquero donde el aire salado se mezclaba con el aroma del pan recién horneado. La panadería de mi familia, donde mis padres, mi hermana gemela y yo trabajábamos día tras día, era conocida por su pan de gambas. A simple vista, parecía una vida sencilla, una rutina constante, pero para mí, siempre fue más que eso. En ese pequeño espacio, con el calor del horno y el movimiento de mis manos amasando la masa, encontré un sentido de agilidad y precisión que iba más allá de lo que muchos podrían imaginar.
Mi hermana era el alma social del negocio. Siempre tenía la palabra justa, la sonrisa perfecta, y los clientes la adoraban por eso. Yo, en cambio, prefería el ritmo rápido y controlado del trabajo manual. Mis manos se movían con rapidez y exactitud, moldeando la masa con una habilidad que, si bien aprendida, se sentía innata. Cada corte, cada giro de la muñeca al dar forma a los panes, era un pequeño desafío que me encantaba dominar. Mi agudeza física, más que mental, era mi verdadera fortaleza, y aunque no hablara tanto como mi hermana, siempre encontraba una manera de ayudar, ya fuera reparando algo con rapidez o manejando situaciones con una eficiencia que rara vez se notaba.
En el trato con los clientes, no necesitaba muchas palabras. Escuchaba lo justo, observaba con atención, y mis manos hacían el resto. Movimientos rápidos para envolver el pan, intercambios ágiles de monedas, y, con un gesto preciso, les señalaba con qué plato acompañar mejor nuestro pan de gambas. Algunos decían que, a pesar de mi carácter más reservado, siempre sabía cómo dar justo en el blanco con mis consejos, como si tuviera el don de ver la solución antes de que se la pidieran.
Nuestros padres nos educaron no solo para conocer a la gente, sino para ser rápidas y prácticas en todo lo que hacíamos. Nos contaron cómo, en las guerras dracónidas, ellos mismos habían sobrevivido gracias a la destreza, al movimiento rápido y preciso, más que a la pura fuerza o estrategia. Nos hablaron de la importancia de moverse con agilidad, de estudiar el entorno no solo con la mente, sino con el cuerpo, listo para reaccionar antes que el enemigo. Ese tipo de habilidad, esa respuesta física inmediata, resonó conmigo de una manera que las largas reflexiones o el análisis profundo no lograban.
Fue entonces cuando entendí que mis reflejos y destreza no solo eran útiles para la panadería, sino que podían ser la clave para algo más grande. Mi vida en Dinea me había preparado para mucho más de lo que imaginaba, y con cada movimiento rápido de mis manos, sentía que el mundo fuera de este pequeño pueblo comenzaba a llamarme.
· Reservada pero atenta: Aunque le cuesta abrirse a los demás, Syleneth es observadora y sabe escuchar, encontrando soluciones prácticas cuando otros lo necesitan.
· Ligada a su familia: El sentido de responsabilidad y amor por su hermana y sus padres la guía, considerándolos lo más importante en su vida.
Curiosa y analítica: Aunque es tranquila por naturaleza, ha aprendido a valorar el conocimiento y la estrategia, despertando en ella una sed de explorar su pasado familiar y el mundo exterior.