El Peso Dorado: Temores en el Camino a Honshu
Mientras Aang avanzaba por el sendero que los conduciría de vuelta a Honshu, su mente estaba lejos del paisaje que lo rodeaba. Las dos reliquias doradas, los codiciados huevos de Urouge, ahora descansaban bajo su protección, y aunque esto debería llenarlo de orgullo, una inquietud sutil lo corroía. El primer huevo dorado había cambiado algo en él. Aún no entendía del todo el poder que se había fusionado con su cuerpo, una energía desconocida que, a veces, parecía dominarlo, como un torrente indomable de fuerza. Se suponía que era un honor llevar estas reliquias, pero ¿a qué precio?
Aang siempre había sido un hombre despreocupado, un maestro del puño borracho, que prefería las risas en una taberna y los brindis ruidosos con su camarada Shutenmaru antes que las formalidades o los grandes honores. Sin embargo, el peso del segundo huevo dorado lo inquietaba. ¿Qué pasaría si al vincularse con él su esencia cambiaba? ¿Y si se transformaba en alguien que ya no reconocía, alguien que ya no encajaba en ese mundo de cantinas y borracheras? Sabía que ser portador de estas reliquias lo convertiría en un héroe ante los ojos de su pueblo, pero eso también significaba que su vida ya no le pertenecía por completo.
Aang miró de reojo a Shutenmaru, que caminaba a su lado, sin sospechar la tormenta de pensamientos que sacudía su interior. Su amigo, siempre jactancioso y temerario, lo consideraría una tontería. Ya lo veía: si mencionaba estos miedos, Shutenmaru se reiría de él, le recordaría que los héroes no se preocupan por esas nimiedades, y probablemente lo invitaría a otra ronda de sake para "alejar los malos pensamientos". Pero, ¿y si no era tan simple? ¿Y si estos temores eran un reflejo de algo más profundo, algo que ni siquiera el sake más fuerte podría apaciguar?
Honshu los esperaba. Sabía que al llegar serían recibidos como héroes, pero ese reconocimiento solo intensificaba la sensación de estar alejándose de la vida que amaba. Los vítores y los honores no eran el refugio donde había encontrado su verdadera felicidad. La compañía de Shutenmaru, las noches largas y ruidosas, el calor de una taberna llena de vida… todo eso parecía ahora en peligro.
Aang suspiró, intentando soltar el peso en su pecho, pero la preocupación persistía. ¿Acaso los huevos dorados lo estaban cambiando? ¿Podría, tal vez, confiar en su amigo Shutenmaru para comprenderlo, después de todo? O quizás… lo mejor era mantener estos pensamientos enterrados, al menos hasta que se enfrentara a lo que fuera que el destino le tuviera preparado en Honshu.
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