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Madinat al-Zahra

En una Córdoba superpoblada (se estima en 100 000 sus habitantes durante esta época) y con el deseo de establecer una capital disociada como alternativa política y social de la vetusta Córdoba, ʿAbd al-Raḥmān III mandó construir en las faldas de las últimas estribaciones de Ŷabal al-ʿArus (del árabe, «el monte de la novia», es decir, Sierra Morena) la ciudad cortesana de Madīnat al-Zahrāʾ, como sede del poder espiritual y gubernamental del nuevo califato, cuya superficie superaba a la medina de la misma Córdoba. Levantada en honor a su amada, Al-Zahrāʾ, el califa mandó reforestar las laderas de la montaña con almendros e higueras para crear un paisaje idílico.
La ciudad palatina se construyó sobre tres terrazas en la ladera de la montaña. En la parte superior estaban las dependencias califales, cuya burocracia era atendida por cerca de 3500 esclavos. Allí, las calles tenían adoquines de mármol negro y jade verde, dispuestos como en un tablero de ajedrez, y los exuberantes jardines guardaban jaulas para fieras y pajareras con miles de aves. En la terraza media se ubicaban los edificios para la administración y la corte, los palacios de los visires y las residencias de los altos cargos del Estado; y, por último, en la parte inferior estaban los baños, las escuelas, las residencias de los artesanos y los comerciantes y las del pueblo llano; desde aquí se entraba a la ciudad y se accedía al zoco.
El interior del palacio omeya de la ciudad estaba sostenido por más de 4000 columnas de mármol (traídas desde Constantinopla, Roma, Cartago, Túnez y las mejores canteras de al-Ándalus) y sus paredes estaban adornadas con cientos de piedras preciosas; los techos estaban recubiertos de oro y de oro eran las estatuas de las fuentes. El palacio también guardaba una pileta llena de mercurio: el estanque estaba flanqueado por ocho arcos de marfil y ébano, con atauriques de mármol incrustados de oro y aljófares, y los arcos estaban apoyados sobre columnas de colores. Para impresionar a sus visitas, el califa mandaba agitar el mercurio a un esclavo, con lo que se desprendían preciosos destellos y se producían impresionantes juegos de luces. Así, el palacio califal era opulento, como los construidos por los ʿabbāsíes, mientras que la persona del califa era humilde, pues vestía ropas sencillas y sin adornos. ʿAbd al-Raḥmān III decía: «todos son pequeños ante mí, pero ante Dios no soy nada».
Nombres alternativos
Medina Azahara
Tipo
Capital


Cover image: by Montedemo

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