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El Papa envía dos legados a la región.
En 1203 Inocencio III designó como legados a dos hermanos cistercienses de la abadía de Fontfroide, Raoul de Fontfroide y Pierre de Castelnau, un jurista de la orden del císter que se conducía con la intransigencia de un juez seguro de la ley que aplicaba. La misión revela un problema mayor. La región tiene numerosos obispos ricos y corruptos que abandonan sus deberes y que son casi imposible de eliminar, y que se resienten amargamente de la intervención del papa en sus asuntos privados.