Honogami
Honogami
La historia de Honogami comienza como la de todos los niños portenses. La vida exige sacrificio, pero recompensa con sangre nueva y diferentes propósitos. Un anciano había dado el paso para permitir que su sangre llegara al mundo. El momento en el que cada pórtense comprende las causas y consecuencias de su llegada al mundo es considerado el salto madurativo para los de su raza. No es de extrañar el respeto que tienen hacia aquellos que estuvieron antes de ellos y el amor por los que vendrán después.
Cuando Honogami fue consciente del sacrificio necesario para que el estuviera ahí asumió su deber con el mundo y los suyos. Se le había conferido una oportunidad valiosa para seguir aportando a su comunidad y él se encomendó a sus labores diarias. Como muchos jóvenes de Puerta Infierno realizaba los servicios auxiliares en los templos de los Grandes Dioses. Con el tiempo, los sacerdotes van seleccionando a los que serán sus pupilos a través de estos servicios, hasta que algunos de ellos van ascendiendo en la casta sacerdotal. Dichos ascensos van acompañados de ceremonias públicas que sirven tanto para honrar a los dioses como para reafirmar la validez de los jóvenes ante el mundo.
Honogami destacaba por su diligencia a la hora de participar en los ritos, pero también poseía cierta facilidad para debatir y filosofar acerca de los preceptos de la diosa Eterna. El ciclo interminable, el eterno retorno, constantes y variables… Eran elementos que comprendía y esgrimía sin esfuerzo, por lo que despertó el interés de los sacerdotes. El día de su ascenso Honogami se reafirmaba en su utilidad para el mundo, en que su vida era valiosa y no había sido un gran coste para Puerta Infierno. Estos pensamientos le acosaban continuamente:
¿y si hubiera sido mejor que el anciano que dio su vida siguiese viviendo?
¿Estaría toda su vida sometido al escrutinio propio y ajeno?
Y la que más temor le causaba: ¿Y si llegado el momento su vida no aportase nada y tuviera que sacrificarse él?
Conforme los pensamientos iban y venían en su cabeza una voz le susurró, aunque Honogami no alcanzó a comprenderla. Siguió realizando la ceremonia hasta que la voz volvió a llamarlo, aunque esta vez lo haría a través de su propia voz. Cayó al suelo y con los ojos envueltos en plateada luz clamó:
“Cuando el sedimento se agite y se funda en el crisol, la grava volverá a azotar los caminos del mundo y todo volverá al polvo. Solo la roca volcánica, semejante y familiar al sedimento, será nueva tierra fértil”
Todo el entorno quedó en silencio. Los presentes no estaban seguros de lo que acababan de presenciar, pero sus dudas se disiparon al ver como dos nuevos cuernos plateados asomaban de las sienes de Honogami. Los ancianos se retiraron a debatir las implicaciones de aquella revelación, mientras algunos de sus compañeros le miraban con recelo. Él mantuvo su estado de shock hasta que sus mayores le encomendaron a seguirles. Habían acordado que dicho suceso requería de un estudio más profundo y que debían solicitar la ayuda de aquellos más versados en dicho conocimiento. Por ello, a su temprana edad, Honogami abandonaba su isla natal para dejar su huella en el continente.
Aquellos a los que los ancianos se referían resultaron ser una sociedad llamada Arcanum Vigilia. Algunos de sus miembros eran o habían sido portenses por lo que esperaban encontrar cierta ayuda. Mientras viajaban por el continente podían contemplar un mundo que les era ajeno. Los paisajes, la fauna, las costumbres de la gente… todo era tan diferente a lo que conocía que le resultaba abrumador. Para cuando llegaron a la torre, Honogami ya estaba encandilado con las diferencias de su mundo y el continente. Constantes y variables pensaba continuamente. No eran tan distintos, pero los detalles les diferenciaban. Fue durante su estancia cuando una nueva variable entró en sus pensamientos: la violencia.
Los eruditos del Arcanum les habían recibido con solemnidad y habían accedido a hospedarles en la torre mientras investigaban la información que les había llegado. Todo parecía ir correctamente hasta que un día, sin saber muy bien cómo, una división del ejercito imperial atacó al Arcanum. El caos se adueño del edificio debido a lo inaudito de la situación. Algunos de los eruditos consiguieron poner a salvo a sus estudiantes, pero no pudieron hacer nada contra el envite de los imperiales. El olor a fuego, sangre y humo aun perdura en el recuerdo de aquella noche. Honogami no solo le debía la vida al anciano que se había sacrificado para permitir su nacimiento, ahora también estaba en deuda con los ancianos que le defendieron aquella noche y dieron su vida para ponerle a salvo. Asustado y solo se adentró en la noche.
Vagó sin descanso por un mundo que le resultaba ajeno hasta que la suerte, o digamos el destino, dio con él. Cuando las fuerzas empezaban a fallarle por la inanición tuvo la fortuna de encontrar un pequeño manantial en el interior de una cueva. Desgraciadamente (o no) esa era la guarida de un dragón antiguo. Cairaghyel, uno de los pocos supervivientes de la masacre de los dragones, había resultado muy herido y apenas podía alzar el vuelo. Aquel manantial le servía para atraer a posibles presas y mantenerse hidratado. Sin embargo, Honogami no le resultaba tan atrayente como presa. Le observó mientras saciaba su sed y algo debió llamarle la atención del muchacho. Mientras se mantenía en las sombras, se dedicó a analizarlo hasta que le habló. Con voz profunda y lenta sobresaltó al joven que no pudo sino esconderse tras unas rocas. La caverna se quedó a oscuras y el aliento del dragón resopló por detrás de él. Qué hacía allí y porqué había dejado su hogar eran las preguntas que más le interesaban a Cairaghyel, pero había algo más que no sabía si preguntarle. Aquellos cuernos plateados le provocaban una sensación que hacía mucho no había sentido.
Tras recobrar la compostura y sin saber muy bien a que atenerse, Honogami le relató al dragón todo aquello que le había sucedido en el último año y cómo había acabado allí. Cairaghyel sabía que el mundo actual era demasiado peligroso para el muchacho. A el le supondría un bocado momentáneo, pero había algo primordial que le hacía atenerse de ello. Le ofreció una posibilidad: salir al mundo exterior y arriesgarse o acceder a buscarle alimento a cambio de las enseñanzas de la sierpe. Honogami, para quien la idea de arriesgar los sacrificios de sus mayores le resultaba horrible, no dudó en quedarse al lado del dragón. De todas formas, tras la noche en el Arcanum, el continente le provocaba rechazo y no tenía muy claro dónde continuar su búsqueda. Pasaron los días, los meses, los años… y la tutela del dragón continuó.
Llegó el día en el que las fuerzas de la criatura no dieron más de sí. Había hecho grandes avances con el chico, pero el resto del camino debía recorrerlo en el mundo exterior. Tras pronunciar sus ultimas palabras, regresó a la tierra. Honogami le veló durante varias lunas, pero tras hacer acopio de valor y despedirse del cuerpo de su maestro, le colocó la mano en el hocico y decidió marcharse.
Sin embargo, algo inesperado ocurrió cuando alcanzó a tocar el cuerpo de Cairaghyel. La misma sensación que tuvo hacía ya varias décadas volvió a inundarlo. Las palabras parecía más entrecortadas en este entonces:
“Dará comienzo en las tierras de roca colorida y fragmentada, allí donde la semilla de la esperanza (aquí las profecías se pierden) […]….el sacrificio de arena desencadenará el temblor….[…] …. recuerdos de piedra viva y muerta….[…] ….con el destello carmesí pondrá fin…”
Con esta nueva revelación Honogami quedó confuso, pues parecía un galimatías de proporciones descomunales. Algo le quedaba claro, que fuese lo que fuese a pasar daría comienzo en las tierras de roca colorida y fragmentada. Tras indagar durante largo tiempo decidió que los indicios parecía apuntar a la Alianza Libre. Vería que le tenía reservado el destino allí para él.
“Cuando el sedimento se agite y se funda en el crisol, la grava volverá a azotar los caminos del mundo y todo volverá al polvo. Solo la roca volcánica, semejante y familiar al sedimento, será nueva tierra fértil”
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