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La Caída de Asmodeus

Voluntades Enfrentadas

Las historias más antiguas, las conocen pocos. Mitos se forman alrededor de estas ocurrencias, pero al fin y al cabo, nunca son exactos, pasados de generación en generación, deformándose cada vez más hasta volverse irreconocibles. Desde el Primer Duelo; en el que los hermanos dragón, Bahamut y Tiamat, se enfrentaron contra Atlas, padre de los Primordiales, hasta la Secesión del Paraíso.   Ya no se cuentan las verdaderas ocurrencias. Será por los años, será por que pocos que los vivieron quieren contarlos. Es una incógnita. Y de todos estos cuentos, el que más se vio afectado fue nada más y nada menos que la Caída de Asmodeus. Un mito clásico, que cualquier madre le cuenta a su hijo; que se estudia en teología de las academias y universidades, incluso repitiéndose en los círculos más importantes de la Eclisiarquía.   Todos, casi sin excepción, hablan sin saber realmente.   Como se conoce popularmente, la Caída del Ángel es simple. Asmodeus, celoso de la magnificencia de Bahamut, su maestro, se sale de compás y de tiempo en la primera Gran Sinfonía de la Creación, buscando que su propia voz se escuche por entre el coro de dioses. Solo cuando terminó la canción comprendió lo que había hecho. Pues todas las cosas que cantaron, fueron. Ioun trajo el conocimiento, Paelor el cielo, Primus el orden, etc. Asmodeus había creado el mal. Criaturas llenas de resentimiento, envidiosas, reprensibles, carroñeras. Las notas disonantes abrieron las puertas a otros monstruos para que corrompan el Edén de los dioses. El panteón, furioso contra Asmodeus, lo exilió de Elysium.   Según el mito, este cayó, y cayó, hasta el fondo del Uroboros, donde, arrepentido, pero aún lleno de furia, se apegó a sus propios ideales. Pues, mismo si era el padre del mal, seguía la doctrina de Bahamut al pie de la letra, y, diferente a su hermano, Paelor, buscaba el orden por sobre cualquier otra cosa. Creó entonces Baator, una enorme fortaleza de hielo al fin del universo, desde donde destruiría el caos por su cuenta.   Es interesante notar como, en una primera generación, la voluntad de las serpientes se manifestó en Bahamut y Tiamat, para luego mezclarse, y crear a Paelor y Asmodeus. Como en una segunda mano, el Uroboros puso el orden en el mal. Esta poderosa imprenta mantuvo al Dios de las Sombras luchando contra el vacío y su corrupción.   Este mito, tal como se acaba de contar, es falso. No en trazos generales, pero en particularidades que cambian la perspectiva de quien lo escuche. Pues sí, si uno considera a los titanes "Dioses", es muy difícil concebir en ellos los rasgos y defectos más complicados de los mortales. Esto no debería sorprender, pues estos fueron creados a la imagen del panteón, reflejando tanto lo bueno, como lo malo, como lo ambiguo.   Lo que en verdad ocurrió, puede ser un misterio para siempre. Viejos archivos del Alma de Cobalto, sin embargo, mantienen las memorias de su diosa, y es allí donde uno puede leer la versión más verosímil. También, no ayuda que la balada "El Ángel de Alas Negras" sea tan popular, ya que perpetua la versión desinformada.   Si uno desea en verdad comprender, debe comenzar por el principio.   Aritas e Irikq, las dos serpientes, lucharon por infinitas eternidades contra la realidad caótica, como paragones de luz en un universo de oscuridad. Heridas de muerte, sin embargo, decidieron hacer un último esfuerzo, y morderse las colas, creando un mundo en el espacio dentro del círculo. Imbuyeron su voluntad dentro de este, que lo cuidaría de quienes busquen apagarlo. Pues sí, la luz en las sombras molestaba a aquellas abominaciones del más allá, que comenzaron a cercarse sobre el nuevo Uroboros.   Una fatal herida en el ojo de Aritas permitió que algún tipo de influencia se infiltrará dentro del edén.   Primero, nació una tierra única. Adra, o mundo en la vieja lengua primordial. Dentro de este, nació primero Atlas, el Padre de los Primordiales, que representaba la materia. Milenios pasó, solo, vagando por una tierra vacía, espaciosa, hasta que nuevos primordiales se manifestaron. Sin embargo, todo lo que ellos mostraban era basado en la imprenta de Irikq, que los condenó al mal. Entonces, furioso, incluso en la muerte, Aritas separó a los dos nuevos primordiales, creando de entre ellos una nueva raza.   Así fue como nació Tiamat, como primordial, y Bahamut, su hermano, como el primer titan. Eventualmente, los gemelos ascendieron a un estado mayor de existencia, que más tarde se llamará divinidad. Con este poder, se enfrentaron a Atlas. Esto es una historia para otro día. Le vencieron, claro, y luego, comenzaron a nacer más titanes.   Asmodeus y Paelor, representando el bien y el mal, pero desde el caos y el orden, fueron los siguientes. Centrados en el aprendizaje, se volvieron pupilos de Bahamut, quien peleó para inculcarles sus valores y sus pensamientos, mientras Tiamat exploraba el Uroboros, hasta cada esquina de Adra.   En una vieja colina, al fondo de bosques aún puros, se alzó un dojo de bambú, alrededor de un campo de hierbas platinadas. Allí, Asmodeus y Paelor comenzaron su arduo entrenamiento, bajo la mirada inquisitiva de Bahamut, "Justicia de Dios", o, como le decían en la antigua lengua de los titanes, Zedekiah. Aquellos fueron sus primeros alumnos, quienes excedieron sus expectaciones. Paelor se quedaba un poco atrás, ya que le interesaba la naturaleza, y se distraía fácilmente. Asmodeus, sin embargo, era frío, calculador. El mejor alumno que alguien pudiese desear.   Su potencial era vertiginoso. Podía incluso llegar a superar a su maestro, para algún día repeler a los primordiales para siempre, o incluso sellar el Ojo de Aritas. Bahamut, se dice, incluso puso precauciones para que su poder no se salga de control. Construyó una aguja que drenaría su poder, y podría devolvérselo en dosis manejables. Esto, claro, lo mantuvo en secreto de su pupilo.   Todo comenzó cuando Paelor le gastó una broma a Zedekiah, que este no tomó bien. Los dos hermanos fueron castigados, enviados al lado del río a entrenar. Solo podrían volver al Dojo para comer cuando alguno de los dos le gane al otro cien veces consecutivas en un duelo. El honor de Paelor le hacía imposibles dejarse ganar, mientras que la ordenanza de Asmodeus buscaría que se complete la tarea sin hacer trampas. Cien veces seguidas? Eso era casi imposible.   Batallaron en un sin fin de escaramuzas. Cada vez que uno se acercaba a los cien, el otro lo interrumpía, y debían comenzar desde cero. Habrán hecho más de mil duelos, hasta que Asmodeus perfeccionó su estilo de batalla contra el bufón de su hermano, que se dejaba llevar por sus emociones. Fue durante el último duelo antes de las cien victorias consecutivas que el joven prodigio se distrajo. Una figura se bañaba del otro lado del río.   Por ese instante de distracción, Paelor interrumpió la racha, con una enorme sonrisa. "Ahora, es mi turno de ganar." murmuró, centrado en su hermano. Asmodeus, sin embargo, no le prestó caso, sino que escrutó a la extraña figura. Era una mujer, desnuda, de pelo negro como las alas de un cuervo y piel blanca como la luna. Paelor, al cabo de un momento, miró a donde su contrincante, y no pudo despegar su mirada.   "Crees que es un truco del viejo decrépito?" habló bajo, como sin querer disturbar a la belleza frente a sus ojos.   "No... Maestro Zed no haría algo así." respondió el derrotado, levantándose con dificultad.   Juntos, los hermanos escrutaron a la extraña mujer, que parecía no haberse percatado de su presencia. Por alguna razón que ninguno comprendía, eran incapaces de actuar. Como si estuvieran encantados por un hechizo. La mujer deslazó su cabellera, dejando que los largos rulos le escondieran la espalda, antes de desviar su mirada. Un olor perfumado de lila y corinto hizo que Paelor de un paso involuntario al frente, rompiendo una pequeña rama, y atrayendo la atención de la ninfa. Sus ojos, violetas como el atardecer, se posaron sobre los hermanos, y, como una liebre, tomó sus cosas y desapareció en el bosque.   Asmodeus entonces extendió sus blancas alas, empujando a su hermano, que cayó al río. Cruzó en un salto, sumergiéndose en lo más profundo de la foresta, detrás de aquel dulce perfume. Como una polilla a la llama, el ángel no comprendió que le pasaba hasta que actuó. Su corazón latía a toda velocidad.   La encontró en un claro, sobre un enorme itinolito. Su lira en mano, la mujer lo miraba con ojos aterrados, pero llenos de curiosidad frente a las bellas alas del ángel. Cuando arribó, Asmodeus no supo qué hacer, más que posar sus ojos sobre aquella belleza. Llevaba puesto un vestido oscuro, con un collar de plata, y un anillo hecho del cráneo de un cuervo de mercurio. La mujer no habló, y así restaron, en silencio, admirándose.   Llegó detrás de uno el otro, y Paelor apareció a los lados de su hermano. Él sí intentó hablarle, pero no hablaban el mismo idioma. Le hizo comprender que no buscaban hacerle daño, que, al contrario, se preguntaban cómo había llegado hasta allí, en los confines de Monte Celestia. Decidieron llevarla con Bahamut, pues debían protegerla de los peligros que acechaban en las oscuras noches.   La mujer aceptó acompañarlos, pero nunca soltó su lira, y siempre andó a varios pies detrás de ellos, con miedo. Cuando la llevaron frente a Bahamut, este pudo comunicar con ella, y le ofreció un lugar donde quedarse, hasta que recupere sus fuerzas. La chica se llamaba Perséfone, y se dice que Asmodeus nunca volvió a amar después de ella. Pues sí, aquel sentimiento, aquella atracción, era una emoción vieja, antigua, falsa. Pero Paelor también la sentía, y Zedekiah comprendió esto.   Perséfone durmió esa noche en un cuarto separado, y los hermanos fueron aceptados de nuevo en el Dojo. Bahamut se quedó despierto toda la noche, observando el cielo, pensando en qué estaría haciendo su otra mitad, allá, en la oscuridad del borde del mundo. Otra cosa lo turbaba, sin embargo. Notó los sentimientos de sus pupilos. Se habían enamorado de una mujer mortal. Pertenecía a una raza antigua, de hombres y mujeres perfectos, de piel como la cerámica y pelo como la noche. Habían sido creados por el Primordial Mandus, en su forja blanca y negra, pues en el fondo, era benevolente, y buscaba en la creación un propósito.   Perséfone había viajado de muy lejos, perdida, perseguida por las criaturas de los demás primordiales, que buscaban borrar el trabajo de Mandus. Aquella raza perdida fue extinta, y luego replicada, muchos eones más tarde, en los Faldar. Los Príncipes Demonios habían exterminado a todos y cada uno de ellos, excepto por Perséfone, que, bajo el velo de Mandus, había corrido colina arriba, desde las profundidades de Hades hasta las colinas doradas de Celestia.   Su corrupción, sin embargo, era amplia. Bahamut no podía ignorar su oscura presencia, que profetizaba una tragedia. Así fue como, a la mañana siguiente, acompañó a Perséfone hasta el río, y levantó una casa de piedra en aquel claro, alrededor del itinolito, para que allí viva. Los cuervos, símbolo de Mandus, la protegían, trayéndole comida y bebida, y evitando que las criaturas de los Príncipes la encuentren. Zedekiah no tuvo el corazón para ejecutarla, pues su corrupción quizá afecte no solo a sus pupilos, sino al paraíso a su alrededor. Le dio por entonces una chance.   Cuando Asmodeus y Paelor no encontraron a Perséfone al despertar, fueron con Bahamut, que les respondió:   "Un verdadero guerrero no se pierde en emociones. Deben distanciarse de vuestra infecta obsesión con la niña mortal, y apegarse a sus deberes. No escucharé más de esto."   Furiosos, pero comprendiendo la situación, los dos hermanos juraron no volver a visitarla. Uno de entre ellos, lamentablemente, estaba mintiendo. Muchos pensarían en Asmodeus, pero no. Paelor, desatado del orden que su hermano tanto seguía, juró, para luego romper con su promesa. De noche, mientras los demás descansaban, se escapaba del dojo, y visitaba el claro de Perséfone, donde le hablaba a la mortal, y escuchaba su música.   Durante este tiempo, Asmodeus reprimía su terrible corazón, que no paraba de latir, matándolo de angustia. Cada noche que su hermano la veía, él sufría por el juramento que prestó. Y, con dolor, ascendió. Se volvió el alumno preferido, aunque miserable, mientras Paelor lo aplaudía, una enorme sonrisa en su rostro, no solo honrado por el éxito de su hermano, sino feliz por sus frecuentes visitas al claro, del otro lado del río.   Fue entonces que otra criatura se apareció en los dominios de Monte Celestia. En forma de serpiente, Abbadon, primordial del fuego y señor de la mentira, persiguió en secreto a la última creación de Mandus. Pues, alrededor del cadáver de Atlas, los primordiales restantes lloraron. Cuatro de entre ellos se quedaron alrededor de su padre. Los demás, desapegados, o buscando venganza, se alejaron de lo que se denominó entonces como el Abismo.   De entre los primordiales que dejaron atrás el cadaver de Atlas, se encontraban Calgar, señor del océano, Elir, belleza de los vientos, Lolth, plaga de la tierra, Mandus, herrero del cristal, y por último Abbadon, portador de la primera llama. De cada raza antigua, nacieron nueve. Nueve titanes primerizos, nueve primordiales. Tiamat es la única que se encuentra en medio, pero se la considera hoy por hoy más un titan que una primordial, aunque otras historias cuenten lo contrario.   Abbadon, en todo caso, fue quien persiguió a Perséfone desde las profundidades de Abyss. Cuando encontró, sin embargo, que estaba bajo la protección de los titanes, comenzó a preparar un plan.   Mientras tanto, Bahamut y sus pupilos se preparaban para la obra de la creación. Junto con demás divinidades, cantarían en un coro de poder, y sus palabras llenarían de vida el mundo vacío que era Adra. Paelor y Asmodeus tomarían roles principales, ya que para eso fueron entrenados, guiando a los demás titanes para crear. La anticipación fue grande para un momento tan crucial. Asmodeus, como el alumno más poderoso, sería quien cante primero, y los demás se acoplarían a su melodía.   Fue el día antes de lo que hoy llamamos, el "Magnus Opus", cuando Abbadon se infiltró dentro del Dojo, hasta las recámaras del alumno prodigio. Susurró muy bajo las palabras que ninguno querría escuchar. Habló de secretos que afligieron el corazón de Asmodeus, y le contó todo sobre los encuentros de Paelor y Perséfone. Le dijo incluso que Bahamut lo permitía. Que no la había exiliado fuera de Celestia, sino que siempre estuvo tan cerca, del otro lado del río.   Asmodeus se dio vuelta, atrapando a la serpiente, y encerrándola dentro de un frasco. Con odio, como el que Abbadon nunca había dicho, le ordenó que lo guiara hasta Perséfone. Entonces, el primordial lo complació. Atravesaron el bosque, hasta el río, al claro, más allá. Cuando encontraron la pequeña cabaña de piedra, metida dentro del itinolito, nadie los vino a recibir. Paso a paso, Asmodeus se acercó, en silencio. Escuchó entonces un gemir, adentro.   No quiso ver lo que había más allá. Pero su cuerpo se movía solo. Se paró en el umbral de la puerta, y encontró dentro a su hermano, en los brazos de la mujer que amaba. Se dio la vuelta inmediatamente, regresando al dojo. Antes de salir del claro, sin embargo, habló con rabia, con odio, y arrancó una estrella del cielo, recién creada, enterrandola contra Perséfone y Paelor en una explosión de polvo astral.   Paelor sobrevivió, pues era un titán, pero la mortal no tuvo la misma suerte. Su lira, destrozada en mil pedazos, quedó en los brazos de su amado. El ángel, sin embargo, reconocería ese ataque donde fuera. Se arrastró de debajo del itinolito, y vio a su hermano partir al "Magnus Opus". Entonces, cayó inconsciente, y se perdió la sinfonía de la creación.   Dentro del frasco, Abbadon sonreía. Le susurró entonces a Asmodeus la verdad sobre su mentor. Como este lo había limitado en secreto, con el poder de una aguja que siempre guardaba en su cuarto. Volvieron entonces al Dojo, y el titán lo enterró en el piso, recuperando la aguja, y, en un último ataque de rabia, la usó para arrancarse el corazón, que enterró allí mismo. La serpiente vio con cuidado el lugar, mientras Asmodeus sangraba. La aguja entonces fue dejada con los remanentes de sus sentimientos.   Poco sabría el ángel caído que, eones más tarde, Abbadon regresaría a ese mismo lugar, para recuperar la aguja, y crear con ella una brújula capaz de drenar los poderes de un dios. Esto ocurriría durante la Gran Guerra contra el Vacío, pero sería el fin de Asmodeus, ya que, débil, sería expulsado por el Ojo de Aritas.   En todo caso, el ángel, que nunca más sentiría amor, se sumergió en odio, mientras se dirigía al Magnus Opus. Sus alas se tornaron negras, y, sorprendiendo a todos en el enorme auditorio del Edén, tomó no solo su parte, sino la de su hermano, que estaba "ocupado con una mortal". Mencionó estas palabras con veneno, mirando fijamente a Bahamut, maestro de ceremonias, justo antes de comenzar.   Entonces, expresó su furia, arruinando el coro de su maestro, y tomando la iniciativa. Todos aquellos años de entrenamiento para ese momento singular, y lo tiró por el drenaje. Se dice que fue la última vez que sintió algo además de resentimiento. Paelor, mientras, intentaba llegar, pues ya comenzaba a ver las repercusiones del Magnus Opus corrupto. Horribles monstruos comenzaron a andar por Adra, aliándose con las criaturas malignas de los bordes del mundo.   Esta sinfonía, torcida por Asmodeus, es el porqué de muchas cosas. Se dice que, lejos, muy lejos, descansando luego de vencer a incontables demonios, Tiamat escuchó la canción, y una sombra de duda nació en su cabeza. Fue el comienzo de su inevitable descenso a la locura. Se dice que originó la necromancia, pues los muertos mismos se levantaron para cantar con el Ángel de Alas Negras. Incluso algunos comentan que fue lo que tornó a Bane al lado oscuro.   Al terminar la sinfonía, Bahamut se abalanzó contra su pupilo, en odio. "Mira! Mira lo que has hecho!" gritaba."Esa canción destruiría a los Primordiales! Esa canción sellaría el Ojo de Aritas! Asmodeus, el Uroboros está ahora en peligro por tu culpa, y la tuya sola!"   A esto, con desafío y despecho, el ángel caído respondió. “Mi culpa? Mi culpa, Maestro Zed? Tú, en tu omnipotencia, no previste este resultado? No. Quizá fueron mis acciones las que desencadenaron este desastre, pero fueron tus decisiones las que lo condenaron. Fallaste, Bahamut.”   Y con eso, voló fuera del Auditorio del Edén, descendiendo hasta el fondo del universo. Miró una sola vez más a Abbadon, dentro del frasco, y lo dejó caer, olvidándolo. Si por una sola razón no lo mató en ese instante fue por que le había contado la verdad. O eso creía.   Entonces, levantó de los polos un castillo de hielo puro, en un trono antiguo. Desde allí, dedicaría su vida a corregir sus errores, pero sin jamás arrepentirse. Pues sí, aquel fue el Primer Pecado, pero no fue suyo, sino de quienes lo rodeaban.   En cuanto a Perséfone, su alma, al no ser consumida por los Príncipes Demonios, regresó con Mandus, más poderosa, y con verdadero saber. El Primordial entonces le enseñó todo lo que sabía, antes de entregarle su poder. Con una nueva mentalidad, nació la Reina de los Cuervos. Nunca jamás volvería a ser aquella mortal indefensa. Purgó, tal como Asmodeus, sus emociones, y se volvió la diosa de la muerte.   Se dice que Paelor y la Reina se volvieron a encontrar, pero el Dios de la Luz la encontró cambiada, diferente. No era ya la persona de la cual se había enamorado. Más interesante aún fue cuando la Reina visitó la casa de su asesino, en Baator. Allí, le dio las gracias al Ángel Caído, pues sin él, nunca habría encontrado su verdadero propósito.   Por último, casi como por venganza, le susurró palabras que nunca pudo decirle.   “Desde que te vi, me enamoré. Tu hermano era lo más cercano que jamás podría haber estado a tenerte, pues nunca me visitaste. Una lástima que hayamos desechado las emociones. Como dioses, podríamos haberlo hecho… funcionar, de alguna forma.”   Entonces, se separaron para siempre, y nunca volvieron a verse cara a cara, pues, incluso sin corazón, un dolor punzante se sostenía en sus pechos. Un dolor por lo que pudo ser.
No fuiste tú quien dijo... que incluso las estrellas expiran? que incluso el sol se apaga? El amor... no es más que una fría conversación. No es más que una larga derrota. Nada es eterno. Lo nuestro... no es ninguna excepción. Todo termina. Solo... sé feliz por que en algún momento te consideré mi hermano.
Date of First Recording
Nadie sabe cuando comenzaron a contar la historia de la Caída de Asmodeus, pues es un mito muy antiguo. Quizá habrán sido los Ylm. Quizá los Teng. Quizá aún antes, los Khalastar.
Date of Setting
-70070
"Los Cuervos la siguen,   pues es la última de su especie.   El Gran Herrero Mandus, ya olvidado,   encantó a estas aves...   pero siempre olerán la carroña   y la masacre a donde sea que ella vaya.   Como una polilla sigue la llama.   El Cuervo sigue la Muerte."
"Me siento un poco más cansado.   Un poco más pesado.   Un poco más lento.   Tomo más.   Duermo menos.   Todo me vale menos.   Me duele un poco más el pecho.   Me aterra que esto no termine nunca.   Llévame a esos tiempos.   Llévame de vuelta.   Quedémonos atrapados en ese instante.   Ese único instante que compartimos.   Ese momento que no nunca terminé de vivir.   Hice un nuevo vino. Quieres probarlo?   Se llama el Cuervo Carmesí."
  "Un deber es un deber. Por más que me cueste la vida, seguiré luchando.   Patético es quien no comprende el rol que debe tomar en el juego cósmico de dioses y demonios. Pues sí, quizá, incondicionalmente, tu libre albedrío te permita no cooperar. Pero al fin y al cabo, podrás enfrentarte al juicio final habiendo fallado tan estrepitosamente? Entiéndelo, ya no soy ningún dios.   He visto mundos lejanos, infinitas expensas de estrellas apagadas, solo para regresar, y encontrar un reloj marcando la medianoche. Nunca había visto tanta indecencia. Tanta locura.   Por esto trabajé durante eones?   No importa.   La integridad personal termina siempre siendo más valiosa que la constante decepción en todos los que te rodean."
  La poderosa prisión lo mantuvo en su lugar, hasta que algo lo extrajo. Su negra armadura le fue arrebatada, y su cuerpo abandonado. Quizá su compañero haya pasado por algo similar. Quien le robó, era una de sus víctimas. Pues sí, sin duda, crímenes son crímenes, mismo si aflijen a criminales. El Broche Rojo ya no estaba con él. Sus aliados le fallaron. Debía tomar las riendas nuevamente, antes que el acto de marionetas caiga se estrelle contra la realidad, y el niño sea incontrolable. Debía recuperar sus poderes. Ya, suficiente de esa farsa. Debía recuperar la brújula.

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