Zedekiah Character in Rel | World Anvil
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Zedekiah

La Voluntad de Bahamut

Juicio De Dios

Si uno habla de dioses, el primero que viene a la cabeza siempre será el Platino de los Cielos. Su poder, su magnificencia, su singularidad. Fue el primer titan en nacer. En un principio solo él varaba por el cosmos naciente, junto con su hermana, Tiamat, bajo los ojos del padre de los primordiales, Atlas. Eventualmente, los dragones vencieron en una lucha que ningún mortal podría siquiera concebir, derrotando a quien debía mantenerlos a raya.   Pues las historias antes de la historia no son más que mitos. Nadie sabe qué ocurrió antes de que Paelor y Asmodeus despertaran de la oscuridad que era el Uroboros. Nadie sabe qué ocurrió antes de que construyeran el sol. Nadie sabe por qué desafíos y turbulencias Bahamut y Tiamat tuvieron que pasar para siquiera pelear por la existencia.   Nadie, excepto un hombre. Un ermitaño, perdido en campos dorados y en fallados cometidos. Un maestro, del cual maestros aprendieron. Un paragón al cual todo héroe debe medirse. Y aún así, nada más que una idea. Un remanente de previa grandeza. Pues sí, como todos saben, Bahamut murió al final de la Guerra Arcana. Su cuerpo, destrozado por la terrible batalla que libró contra su hermana, se derrumbó por las estrellas, a la vista de todos los dioses, testigos del fin del más grande entre ellos.   Cómo debió ser? Presenciar la muerte del soberano del Panteón? Ver a tu dios morir? A tu maestro? A tu amigo? Pocos pueden responder a ello. Muy pocos. Pues quizá Bahamut perdió su brazo en la batalla, y su vista al ver lo que había más allá, pero no perdió su voluntad. Esa fuerza, tan poderosa, tan brillante, se materializó físicamente. Su sentido de justicia, su fuerza mental, aquellas son cosas que nada, o nadie, puede matar.   Quizá su cuerpo cayó del paraíso, pero su alma nunca encontró paz. No podía dejar atrás el mundo por el que tanto había peleado. No podía permitírselo. Pues el fin era inevitable, pero él era inamovible. Como una espada de doble filo, solo aquella idea pudo tomar forma. Él, quien dirigió el Magnus Opus de la creación. Él, quien desterró a su más preciado estudiante. Él, quien empujó a Tiamat fuera del universo.   Su cadáver se derrumbó en el plano material, recién nacido de la Guerra Arcana. Enorme, el titan no podía siquiera moverse, tanto lo había dañado la caída. Sintió como poco a poco, su vida se escapaba como un último aliento. Los demás dioses, que habían ayudado a luchar contra las fuerzas de Tiamat y de Bane, miraron con horror, como aquel magnifico dragón era reducido a un animal herido, sufriendo. Su sangre impregnó a la tierra, de donde surgirían los Coatls, miles de años después. La vegetación allí se tornó dorada, brillando con energía, como si el sol diera un último saludo a su padre.   Sin embargo, una terrible tormenta comenzó a coagularse sobre las heridas del dios. Tal fue su potencia, que las mismas estrellas temblaron. En un último brillo de luz plateada, las nubes oscuras lloraron la muerte de Bahamut, que suspiró cuatro singularidades con una última palabra. Más tarde, estos se convertirían en los Yashas, con la tarea de proteger el mundo que los mortales habitaban, en honor al Platino de los Cielos.   Sin embargo, pocos saben que una quinta singularidad, más poderosa, nació en el alma impasible del dragón. Alguien que los guiaría, a ellos y a todos los héroes, a un nuevo amanecer. Si Esmeralda era su compasión, Plata su carisma, Cobre su generosidad y Oro su sabiduría, este último suspiro sería su cualidad más importante: su temple. Así fue como nació la Justicia de Dios, o, en élfico, Zedekiah.   El cadáver de Bahamut desapareció, reemplazado por los campos del exilio, donde una única cabaña se alza al final de las colinas. Allí, uno encuentra al Exiliado, el eco de un dios, para siempre confinado en los límites de aquel pastizal dorado. Los Yashas se aventuraron al mundo. Zedekiah mantuvo su eterno deber. Pues su voluntad, su fuerza, atrajo inevitablemente a quienes tenían prometidos grandes futuros. Ningún destino, sin embargo, sobrevivía a su juicio.   Uno podría hablar de como cada héroe de la historia se presentó ante él, desde Ecthelion, pasando por Xoth y Tyr, y terminando con Eregon. Cada uno de estos grandes hombres fue nada más y nada menos que un eco de él mismo. El Héroe. El mismísimo Aritas. Pues sí, la eterna dualidad del Uroboros se repite, y uno puede trazar siempre una linea, desde el Platino de los Cielos, hasta el Emperador Jeremiah III.   Sin embargo, más interesante es analizar cuando la dualidad se rompe. Cuando las estrellas se alinean, y el regalo de Aritas y de Irikq se juntan. Pues si el linaje del Manto de Duomancia se junta con el de la Voz de la Creación, uno comprende hasta qué punto el Uroboros pelea aún por existir, dentro del enorme mar de estrellas en el que se encuentra.   Zedekiah fue el fin de muchos potenciales héroes, también. Grandes destinos, que se perdieron en el camino, al ser incapaces de satisfacer las demandas del Exiliado. Pero uno se puede preguntar, por qué lo hace? Con qué fin? Algunos dicen que es la vista otorgada por Ioun, aquel ojo violeta en una mirada ciega, que le permite predecir el futuro. Que le permite ver a cómo la vida de un héroe va a acabar.   Un villano, no es más que un héroe incomprendido, al fin y al cabo. No hay buenos y malos en el diseño de las estrellas, solo muy poderosos individuos. Con qué criterio Zedekiah dejó que Tyr, quien exterminó a toda una población, viviera hasta su último día? Los años llevando a su muerte fueron los peores para el Imperio Dwindaliano, y dejó tanto mal como bien. Nadie se olvidará de su esposa, Morgana Ganth, quien juró vengarse, tanto como la Princesa de los Tilesar, Qilena, todavía atrapada en el tiempo, su odio creciendo con cada año que pasa.   Con qué criterio dejó el Exiliado que Xoth se volviera el peor de los tiranos? Esclavizando al mundo durante más de quinientos años, para luego orquestar la Calamidad...   No, el Exiliado no puede ver el futuro. Puede ver otra cosa: la temple. Pues como maestro, siempre fue perceptivo, y como idea, siempre se apegará a sus principios. Zedekiah pone en juicio la voluntad de quien lo visita. Es el Juez de los Grandes Destinos. El Arquitecto del Heroísmo, tanto como el Responsable de la Tragedia. Todo es culpa suya, tanto como todo es gracias a él.   Esta contradicción siempre plagó la mente del Exiliado. Nunca cuestionó su propósito, pues es su mismo ser, pero comprendió, después de miles y miles de encuentros, de historias y de juicios, que debía hacer algo al respecto. Un ciclo eterno, irrompible, una rueda que rueda y rueda sin parar solo se estanca, se pudre, se vuelve de peor en peor, hasta que la madera cede, y el Uroboros muere.   Comprendió, luego de Xoth, que debía llevar a cabo un ultimátum. Quién sabe qué planea, en aquella cabaña en el centro del mundo, enjuiciando a quienes traen consigo destinos imperecederos, reclutando a los mejores héroes del último milenio para una última batalla.   Sí, el fin del mundo está cerca. La historia no es más que una larga derrota, que cada vez se estanca más en las profanidades de la serpiente, que se enrosca y se enrosca, degradándose, perdiéndose en la existencia. Es la hora del crepúsculo. Es ahora que los héroes y villanos de toda la existencia deben pelear para sobrevivir, para existir. Y quienes ya se rindieron, pues son quienes comprendieron la única e inevitable realidad: nada puede detener el fin.   Zedekiah lo sabe.   Sabe que perderá eventualmente.   Y aún así, lucha. Solo por eso, vale la pena no rendirse.
El fin... justifica los medios. Conoces tu deber. Llévalo a cabo.
Alignment
LN
Honorary & Occupational Titles
Maestro del Héroe; Platino de los Cielos; el Ciego
Children
Gender
Hombre
Aligned Organization
"Para quienes están perdidos.   Oda a los caídos. Exiliados, desarraigados, expulsados, desterrados. Para quienes ven el sol temblar cada día bajo el peso de la noche eterna. Para quienes las estrellas agobian y las nubes asombran. Las cuerdas del violín se tensan, hasta romperse, dejando el golpe atravesar cualquier destino prometido, cualquier ambición no acatada. Una historia, una leyenda, un mito, ya fue contado y repetido, pero terminó antes de comenzar. Si uno se concentra todavía puede verlo.   Cuando la pólvora, el fuego y el barniz fueron enjuiciados. Cuando la inocencia premiaba, cuando el cuento sin contar se seguía simplificando. Cuando la música lloraba en nuestros oídos, cuando la vida volvía a vencer. Para quienes están atrapados, para quienes están sofocados, para quienes las estrellas todavía agobian.   No teman.   Pues quizá el cosmos sea indiferente, pero yo no lo soy.   Serpientes y serpientes se enroscan en un sin fin de preguntas incomprensibles.   Singularidades siguen siendo siempre susceptibles a la suerte, sangran cual ciervo asolado.   Recuérdenlo."

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