La destrucción de Lais

Se dice que, en algún punto del mar Targo, existió una vez una gran isla bendecida por los dioses con el mejor de los climas, las más fértiles tierras y las aguas más puras y cristalinas. Se dice que sus gentes vivían en paz y armonía entre sí, dedicados al estudio de los más nobles y elevados saberes. Se dice también que la bonanza de su clima, la abundancia de sus tierras y la pericia de sus sanadoras habían hecho de sus habitantes los más longevos del mundo.
Pero para muchos hombres, una larga vida de prosperidad no era suficiente y, así, los taumaturgos se adentraron en el estudio de la inmortalidad y otros saberes prohibidos.
Cuentan los Otinob que, hace unos mil doscientos años, los dioses se reunieron y, en conjunto, decidieron destruir la isla como castigo a la osadía de estos hombres. Desde entonces, los descendientes de aquellos que lograron escapar de la destrucción, vagan por la tierra expiando las culpas de sus antepasados, como recordatorio de que los hombres hacen bien en conformarse con los dones que les han sido otorgados, en lugar de pretender tomar lo que pertenece por derecho a sus superiores.

Manifestación

Y los cielos se oscurecieron y las aguas se alzaron y se separaron. La tierra candente se alzó hasta tocar las grises nubes, haciendo estallar la tormenta de fuego y ceniza. La isla ruigió y tembló y lloró fuego por la avaricia de los hombres. La noche llegó y pasó sin que las aguas, los cielos y la tierra saciaran su ira destructora, su quejido agonizante.
Solo al caer la tarde del día siguiente, los cielos se abrieron de nuevo y las aguas se calmaron. Para entonces, nada quedaba de la hermosa Lais, sepultada bajo el mar como escarmiento de los hombres.

Localización

Aunque la isla de Lais estaba situada en una zona del mar Targo caracterizada históricamente por su actividad volcánica, el volcán principal se consideraba extinto desde hacía generaciones. Su explosión repentina vino a probar que solo había permanecido dormido.

Tipo

Natural