Jurian Kleek
Jurian Kleek (a.k.a. Jurian Zephyrus Dekas)
De lo alto de las montañas de Evariel, hacia el Norte de Springden y bordeando los límites de los terrenos alcanzables a pie, pende una jaula de oro, como Jurian la describiría.
La ciudad colgante de Afteros, fundada hace cientos de años por las comunidades Aaracokra originales, y refinada por una larga cadena de tradiciones, historias y personajes célebres. En ella habitan las familias de más fino linajeAarakocra, descendientes de nobleza, de porte y alcurnia. Cuando los vientos silban por los pasillos, se oyen las melodías sagradas, y al salir el sol, se forman figuras y dibujos de luz en las plazas y templos. Sólo aquellos que se ganan el derecho de pertenecer, pueden ser parte de la sociedad afteriana. Los no merecedores se quedan en los suelos, sin la bendición de los dioses ni el silbar de las dulces ráfagas.
En el seno de la célebre familia Dekas, conocida por su refinada labor en el rubro político y comercial, nació rodeado de gran algarabía el primer descendiente, bautizado Jurian Zephyrus, bendecido por los vientos del Oeste. Su madre, Adhara Eurus Dekas de sangre noble, y su padre Cirrus Boreas Hilling, un célebre burócrata, se aseguraron de que su polluelo recibiera la mejor educación y formación, de acuerdo a las costumbres.
Jurian Zephyrus Dekas era un polluelo sagaz, muy elocuente y habilidoso en las artes, especialmente la poesía y la música. Usualmente gustaba gastar bromas a sus pares e idear maneras de saltarse sus deberes diarios, cuando no estaba leyendo textos preparados para pupilos mucho más avanzados que él.
Tiempo más tarde, la casa Dekas se sintió honrada al oír la buena nueva, Jurian había sido convocado al clero, donde alcanzaría estudios superiores y realizaría ritos sagrados en nombre de los dioses del viento y la montaña. Solemnes deidades cuya protección había guiado a los pueblos de la región por muchas eras.
Los estudios y los trucos no eran el único interés del joven Jurian. Cada vez que un forastero lograba llegar a Afteros, hogar de aves, no perdía un segundo en atosigarlo con preguntas sobre el mundo exterior, tan amplio y desconocido. Para disgusto de sus familiares, que torcían la cara y alzaban el cuello ante los extranjeros que escandalizaban su pequeño paraíso. Jurian pasó incontables horas intercambiando canciones e historias con estos extraños, cultivando un ardiente deseo de conocer este mundo, que eventualmente, al participar cada vez más en sociedad tuvo que dejar atrás como un sueño tonto de la niñez.
Al ganar conocimientos y adoptar las costumbres afterianas, Jurian se preocupó, estaba perdiendo la chispa vivaz que había llevado siempre dentro de sí, siente crecer una desesperación interior al no lograr conectar con los dioses. Intenta muchas cosas. Retiros solitarios, meditaciones intensas, lecturas de todos los textos sagrados, interpretación de los cánticos, pero no hubo remedio. Eventualmente Jurian debía elegir un camino o facción para volverse un clérigo al fin, pero cada paso lo hacía sentirse más perdido. Comenzó a entretener en su mente la idea de dejar el clero.
La noche antes de tomar esa decisión, Jurian tuvo un sueño. En su propia casa, un tintinear de cascabeles que resuena y se pierde por los pasillos. Jurian, curioso, vuela y corre lo más rápido que puede, casi hipnotizado por el sonido, pero justo antes de poder ver al ser causante, este se desvanece. Jurian se sintió totalmente intrigado por este sueño, lo tomó como una señal que definitivamente no provenía de ninguno de los dioses que él había conocido y honrado hasta ahora.
Para suerte de Jurian, no pasó mucho tiempo hasta que el sueño se repitió.
Cada noche, este ser lo llevaba en persecución dentro de las habitaciones más recónditas del templo, varias en las que no tenía certeza de haber estado.
Durante el día Intentaba ir donde la criatura pretendía llevarlo, pero no tenía idea de cómo abrir los pasillos de la manera en que su guía lo hacía.
Una noche de una terrible tormenta blanca, mientras todo el mundo dormía, Jurian tuvo el último sueño con esta criatura, que se reveló a sí misma por primera vez ante él.
Una máscara blanca sonriente que cubría su cara, una elaborada capa con diseños que no dejaban de moverse ni cambiar de color, y un hermoso gorro de tela al estilo de un finísimo arlequín adornaban al ser que intentaba mostrar una oración escondida en el mural contando la historia de Tarsas, que Jurian tanto había contemplado en el templo principal.
Su menudo y alargado cuerpo se movía con la gracia de una serpiente, tomando poses a la vez juguetonas e intimidantes, evocando un gran respeto de Jurian. Esto no era una criatura normal, se trataba de una presencia divina, que hace semanas le estaba indicando un camino. Despertó agitado, sabiendo lo que tenía que hacer.
El joven Aaracokra, sin perder un segundo, y sigilosamente logró esa misma noche abrir los pasajes que ya había recorrido tantas veces en sueños.
Dentro siguió adelante hasta llegar a la última habitación. Donde halló filas y filas de registros sobre la creación de su nación, y el origen del poder de cada familia noble Aaracokra. Los ojos de Jurian iban más rápido que su mente, que sus alas y que su corazón. Incrédulo, sintió sus fuerzas desvanecer, su alma llenarse de ira y rencor.
Su propia raza y estirpe, aliándose y refugiando a quienes llegaron al poder derramando la sangre de millones de inocentes para establecerse dominante, superior.
La nobleza Aaracokra, aliada con los elfos separatistas que se habían asegurado de no dejar unida al cuello ni una cabeza de quien se atreviera a desafiar su dominio.
Su propia familia, Dekas, abriendo las puertas a salvajes con trajes refinados, hambrientos de sangre y poder, que nada tenían que ver con los viajeros que tanto despreciaban. Arrancando las vidas de los seres y el mundo que tanto elevaban su alma y lo intrigaban.
A cambio, estos elfos habían provisto a los Dekas con riqueza, seguridad y trabajos por generaciones, no parecía que esto fuera a detenerse pronto.
Esa noche, la deidad había entregado a Jurian la llave de la jaula dorada, y acto seguido había hecho estallar los barrotes.
Jurian supo muy rápido que su familia no cambiaría de opinión. Hablar con su madre y padre fue en vano. Lo único que recibió como respuesta fueron degradaciones, hacia las razas inferiores, hacia los no merecedores de la gracia Afteriana, y hacia él mismo. Jurian intentó convencer a sus primos, tíos, amigos. Sin éxito. Era evidente que la deidad misteriosa quería darle a Jurian la visión de esta terrible verdad.
Lo que Jurian había logrado con esto fue enfurecer a los Dekas, que no sólo lo obligaron a guardar silencio, sino que amenazaron con quitarle el nombre y la posibilidad de seguir con sus estudios.
Habiendo alcanzado su límite, derrotado y abatido, Jurian soñó una vez más con la deidad, que lo guió esta vez hasta las puertas de Afteros . Jurian comprendió. Preguntó a la criatura su nombre. “Baravar, así me conoce tu pueblo”, dijo calmadamente y desapareció.
Al amanecer, Jurian había esparcido los registros por el centro de la ciudad, y se dispuso a interpretar una escandalosa y muy pegadiza canción en la que expuso cada uno de los crímenes de su familia arruinando la dignidad de los Dekas por mucho tiempo.
Jurian no iba a dejar que le quitaran todo, sino que iba a renunciar él mismo.
La casa Dekas juzgó, castigó crudamente y perdió a su primer heredero para siempre. Jurian Zephyrus Dekas dejaba de existir, Jurian Kleek, como decidió llamarse, acababa de nacer.
Nunca llegó a ordenarse en su pueblo, sino que se convirtió en clérigo tramposo de la mano de Baravar, o Seros, como lo conocieron otras almas, decidiendo poner su vida en favor de los habitantes inocentes del mundo misterioso que acababa de abrirle sus puertas.
Un clérigo Aaracokra
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