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Emirato Omeya

Political event

756AD
912AD

El establecimiento de la dinastía omeya en al-Andalus y la creación su estado independiente en Córdoba.

Emires Años
ʿAbd al-Raḥmān I 756-788
Hišām I 788-796
Al-Ḥakam I 796-822
ʿAbd al-Raḥmān II 822-886
Muḥammad I 852-886
Al-Munḍir 886-888
ʿAbd Allāh 888-912


El príncipe omeya ʿAbd al-Raḥmān I (de pelo rubio y llamado por los cronistas el Sacre de Qurayš) escapó de Bagdad tras el golpe de Estado del clan de los ʿabbāsíes y se refugió en el norte de África entre los miembros de su familia materna. Desde allí buscó aliados en la Península para hacerse con el poder de Córdoba (que era una provincia dependiente de Bagdad), por entonces gobernada por el emir ʿabbāsí Yūsuf al-Fihrī. ʿAbd al-Raḥmān consiguió los apoyos que necesitaba gracias a los caudillos de los ejércitos sirios (aŷnād)11 que dominaban regiones como Jaén, Sevilla, Algeciras y Elvira, y que antaño habían servido a los omeyas (de ascendencia siria). Con su ayuda, el Sacre de Qurayš derrotó al emir ʿabbāsí de Córdoba y fundó las bases del gobierno omeya en Spania. ʿAbd al-Raḥmān I no quiso reconocer el poder califal de los ʿabbāsīes, pero tampoco quiso reclamar el califato para no desafiar al califa de Bagdad. Por eso se proclamó príncipe independiente y, una vez asentado en el poder, tuvo que hacer frente a una gran diversidad cultural conformada por árabes, beréberes, muladíes, mozárabes y judíos, con los que tuvo que lidiar para que respetaran su autoridad. Aunque los árabes eran una minoría, ocupaban los puestos de mayor responsabilidad en los órganos de gobierno y dirigían las regiones fronterizas de al-Ándalus. Los beréberes conformaban el grupo más numeroso (pues habían constituido el grueso de los ejércitos durante la invasión de Iberia en el 711) y se dedicaban a la agricultura. Además, los árabes los trataban con desprecio, pues se consideraban superiores a ellos. Los pobladores nativos que se habían convertido al islam eran llamados musālim. Al igual que los beréberes, eran despreciados por los árabes. Con el tiempo, los musālim llegaron a ser más numerosos que los beréberes, ya que sus hijos, los muwalladūn (muladíes), nacían siendo musulmanes.
Otro de los grupos con los que tuvo que tratar ʿAbd al-Raḥmān fueron los cristianos que vivían en al-Ándalus, denominados mustaʿribūn (mozárabes) por los musulmanes, los cuales seguían profesando su religión y no eran hostiles a los musulmanes. Con el tiempo acabaron utilizando el árabe como lengua materna y adoptando muchas de sus costumbres. Por último, y como grupo más minoritario, estaban los judíos.
ʿAbd al-Raḥmān I también tuvo que demostrar su fuerza sofocando las numerosas amenazas que surgieron a lo largo de su reinado, siempre apoyándose en los efectivos de los aŷnād sirios. Sus ejércitos lucharon contra los cristianos del reino de Asturias, se enfrentaron a los francos, tuvieron que doblegar a las poderosas familias muladíes de la cuenca del Ebro, aplastaron a los partidarios de los ʿabbāsīes, a los caudillos árabes de las regiones fronterizas y lucharon y triunfaron sobre los beréberes (que se sublevaron de forma reiterada en Toledo y Mérida).
El primer emir omeya de al-Ándalus no solo fue un gran estadista, sino también un cultivado hombre de letras. Durante su reinado utilizó la poesía como medio para instruir deleitando sobre los valores e ideales de su gobierno; los panegíricos eran la más importante de las propagandas políticas (su panegirista fue el primer poeta andalusí, Abū-l-Majšī). Así, desde ʿAbd al-Raḥmān I, la familia omeya andalusí fomentó, además de la importación, copia y confección de libros (en contacto siempre con el oriente árabe), la creación de bibliotecas.
ʿAbd al-Raḥmān I fue sucedido por su hijo, Hišām I. Hišām pasó a la historia como un hombre santo, el cual siempre vestía de forma humilde y con prendas sencillas. Durante su reinado pasó mucho tiempo entre los enfermos de los arrabales de Córdoba, más allá de las murallas de la ciudad, a los que dispensó sus cuidados con el tesoro del Estado. Salvo por las revueltas iniciales a las que tuvo que enfrentarse al ascender al trono, su corto reinado fue próspero y pacífico, tal y como había pronosticado el magus de la corte, Al-Ḍabbī. Durante su mandato revistió a Córdoba de cultura, mandó reconstruir el puente romano de la ciudad y llevó el ŷihād contra los reinos cristianos.
El hijo de Hišām I, Al-Ḥakam I, sería recordado como el más sanguinario y déspota de los omeyas. Dicen que sentía gran pasión por la bebida, aun estando prohibida por el Corán (la abundancia de viñedos de al-Ándalus siempre fue una gran tentación para toda la clase dirigente del país), y por ello le apodaban «el Borracho». Al-Ḥakam I utilizó como jefe de los ejércitos de Córdoba a su protegido, el godo y cristiano Rabí ben Teodoulfo, y aumentó considerablemente las fuerzas mercenarias creadas por ʿAbd al-Raḥmān I. Para su protección personal se rodeó de una poderosa guarda eslava a la que llamaban «los mudos», pues no sabían hablar árabe. Durante su reinado, subió los impuestos y reprimió con dureza todas las rebeliones del pueblo, de entre las que se pueden destacar las siguientes:

  • la revuelta del arrabal de Córdoba, en la que beréberes y muladíes reclamaban igualdad ante los árabes, que se consideraban superiores y con más derechos. Fue sofocada por orden del emir y ejecutada por Rabí ben Teodoulfo. El arrabal fue arrasado, se ejecutó a más de 3000 cordobeses y fueron deportadas cientos de familias (las crónicas hablan de un cuarto de la población de Córdoba) a Fez, Alejandría y la isla de Creta;
  • un intento de golpe de Estado. El asalto fue neutralizado y castigado con más de 70 crucifixiones (el derecho islámico heredó esta pena capital del derecho romano
  • la rebelión de Toledo, capital de la Marca Media. Las continuas insurrecciones de Toledo por su lucha con el poder central de Córdoba terminaron con el nefasto Día de la Hoya o Jornada del Foso.
Cuando Al-Ḥakam I nombró sucesor a su hijo ʿAbd al-Raḥmān, resolvió acabar con el remanente del poder visigodo que quedaba en al-Ándalus para garantizar la sucesión en el gobierno de los omeyas. Por eso le regaló a su hijo la cabeza de su antiguo protegido y comandante de sus ejércitos, el godo Rabí ben Teodoulfo. Al-Ḥakam I también invitó a la corte de Córdoba al poeta Ziryāb, lo que permitió que entraran en al-Ándalus las influencias poéticas de Persia, el ajedrez y el juego del polo.
Con la llegada de ʿAbd al-Raḥmān II (uno de los diecinueve hijos de Al-Ḥakam I) al trono, y tras sofocar su padre todas las insurrecciones que habían desafiado el poder central de Córdoba, la dirección del gobierno de al-Ándalus cambió y dejó de ser expansionista. Su reinado gozó de cierta estabilidad y propició el arraigo de las costumbres orientales que había traído Ziryāb, así como de las investigaciones del genial ʿAbbās ibn Firnās.
Entre los cortesanos que le sirvieron destacó el influyente muladí y jefe de los eunucos, Abū-l-Fath Nasr, que murió cuando el emir le ordenó beber el veneno que había mandado preparar para él (el muladí estaba implicado en una conspiración por la sucesión al trono y la esclava cantora, literata y amanuense Qalam (del árabe, «cálamo»), educada en la escuela de Medina y de origen vasco.
A pesar de la estabilidad de su gobierno, ʿAbd al-Raḥmān II tuvo que hacer frente al movimiento de los mártires voluntarios y, en ámbito internacional, se enfrentó a los ataques de los vikingos escandinavos, para lo que mandó construir una red de atalayas a lo largo de toda la costa andalusí.
De sus más de 100 hijos, su hija Bahaʾ (del árabe, «esplendor ») llevó una vida ascética consagrada a la copia de Coranes, los cuales devenían habices. ʿAbd al-Raḥmān II también mandó construir la mezquita de Sevilla y aprobó la creación y reconstrucción de los antiguos acueductos romanos de Córdoba para abastecer de agua a la capital.
Muḥammad I, hijo de ʿAbd al-Raḥmān II, tuvo que enfrentarse a constantes revueltas y rebeliones de muladíes y mozárabes: su reinado marcó el inicio de la crisis del emirato independiente de Córdoba. Aunque doblegó a los Banū Qasī de la Marca Superior y a los rebeldes de Toledo de la Marca Media, no pudo con los muladíes de la Marca Inferior ni con el gobierno semiindependiente de Sevilla. Para empeorar la situación, las revueltas surgidas en las sierras malagueñas y lideradas por el muladí ʿUmar ibn Ḥafṣūn terminaron de desestabilizar el emirato omeya.
Muḥammad I creó los ribāṭ (edificios, a la vez militar y religiosos, construidos en puntos estratégicos para la defensa de las fronteras y donde había una guarnición y un cierto número de devotos que se sometían libremente al servicio militar para ganar los méritos que van parejos al ŷihād) de Majrīṭ, Talamanca y Peñafora, e importó tecnología persa y bizantina para construir armas de asedio con las que combatir a los reinos cristianos del norte. Además, según las crónicas, en su reinado reunió la biblioteca más grande de toda Córdoba.
El breve reinado de Al-Munḍir, en una Córdoba asfixiada por el aumento de los poderes locales, estuvo marcado por las luchas internas y la guerra contra el rebelde Ibn Ḥafṣūn, a quien, como su padre, tampoco pudo derrotar. Al-Munḍir murió envenenado por su médico en el asedio de Bobastro, según dicen, a instancias de su hermano (y siguiente emir) ʿAbd Allāh. Con su muerte se aceleró la desintegración del Estado omeya.
Durante su reinado, ʿAbd Allāh tuvo que hacer frente a rebeliones generalizadas que causaron la pérdida del control de todos los territorios musulmanes (Córdoba era la única kūra bajo el dominio omeya) y que fueron aprovechadas por Alfonso III de Asturias para consolidar su gobierno en Asturias. Con la finalidad de forjar alianzas con los reinos cristianos, ʿAbd Allāh contrajo matrimonio con Onneca Fortúnez, hija del rey de Pamplona, Fortún Garcés.
En su vejez, ʿAbd Allāh vivió presa del temor a ser asesinado, por lo que encerró y condenó a muchos de sus familiares. A su muerte, la mayor parte de al-Ándalus había escapado del control omeya y el califato fāṭimí se había establecido en el Magreb, dificultando aún más las cosas para la dinastía que se había asentado en Iberia hacía más de 150 años.

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