Barlovento, Isla Bermeja

Expedition

1011EV
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Flintrok acude a Isla Bermeja en busca de una antigua leyenda acerca de una brújula de sangre. Tras varios encuentros, pruebas y desafíos acaba librando junto a sus compañeros piratas de la maldición a dicha isla.


Llegan noticias al Fafnir. Un informador de confianza hace llegar a Flintrok , primer timonel del navío,el rumor de que cierto marinero del sudoeste cuenta historias sobre Aren, el Domador de Tormentas, un importante personaje del folclore jokull. Según la leyenda, este navegante dejó cierta reliquia a sus descendientes antes de desaparecer.   Con la ambición de hacerse con este objeto, Flintrok convenció al capitán y a la primera oficial para ser enviado rumbo a Isla Bermeja, de donde procedían los rumores, ya que en dicho lugar también podría recopilar información sobre la maldición del pueblo Jokull hablando con otros contactos.   El Pico de Cuervo se desenvolvió para volar de barco en barco hasta alcanzar su objetivo en los mares del sudoeste, no sin antes tener que atravesar en solitario una densa selva, de donde salió con un brazo vendado e inutilizado. Desprovisto de una de sus manos, desplegó sus herramientas en una isla refugio de la peor escoria de aquellas aguas.   No tardó en dar con Carmela, una capitana a quien recordaba haber visto en Isla Dragón en una ocasión. Flint hizo de ella su primera aliada en aquel lugar. A cambio de su ayuda en la isla, ella solo le pidió protección frente a un peligroso joven llamado Ikay, quien había llegado a aquellas costas para secuestrar a la capitana y llevarla ante su jefe, el antiguo marido de Carmela.   Tarea que pronto se complicó cuando aquel truhán de manos rápidas apareció robando un mapa a la nueva amiga de Flint. Éste, trataba de mediar pacíficamente cuando Ikay corrió a entregar el mapa robado a un extravagante forajido llamado Tuco, el Papagayo, quien era uno de los capitanes más influyentes de aquel escondrijo para piratas.   Este altanero canalla escuchó las peticiones de Carmela para tener su mapa de vuelta, mientras elogiaba la agilidad para el robo de Ikay y jugueteaba con una pistola sentado en su sillón.   Intuyendo a Flintrok protector de la capitana, Tuco le preguntó qué opinaba del asunto, encañonándolo sutilmente con su arma. Inquirió también que debía estar nervioso a no ser que fuese muy rápido desenfundando. En otras circunstancias, el Pico de Cuervo habría hecho aparecer su pequeña pistola oculta a la velocidad del rayo, justo entre los ojos de aquel pirata. Pero desprovisto de su brazo, tuvo que emplear las palabras.   Amistosamente, sugirió que era una pena que el hábil Ikay estuviera a las órdenes de un hombre tan cobarde como para enviar a otro en aquella misión. Tal talento serviría mejor a un afamado y astuto señor pirata como era el Papagayo, y de esa forma se pondría fin a aquellas rencillas.   Aunque la propuesta no caló en el joven Ikay, tras muchos improperios y discusiones acaloradas pudo llegar a un acuerdo con Carmela. Ambos eran viejos conocidos y pudieron reentablar algo parecido a una beligerante amistad en aquella isla. Finalmente, Carmela también pudo recuperar su mapa de manos de Tuco y a la luz de las velas de una cálida taberna todos acabaron bebiendo y cantando juntos aquella noche.   Sin embargo, Flintrok sabía que tenía una cita con el destino al día siguiente. Había descubierto que en la isla había unas adivinas llamadas Las Fortunas, que estaban al tanto de todo. Ese sería su punto de partida en la misión.   La mañana comenzó con los estridentes gritos de una subasta de la plaza de Bermeja. Botines de oro y plata, baratijas, esclavos, ilustraciones de sugerentes temáticas... todo se podía comprar o vender en aquel lugar. Allí, Carmela compró la libertad de un hombre que les acompañaría en las andanzas que les esperaban aquel día.   A la salida de la subasta, los cuatro experimentaron un extraño suceso. Una pistola apareció flotando en el aire. Los vasos de las mesas salieron despedidos de repente. Al parecer, este tipo de anomalías eran cada vez más comunes, así como las historias de fantasmas sobre aquella isla.   Flintrok, acompañado por sus nuevos camaradas, se aventuró en la cueva de Las Fortunas. Allí tres mujeres con elaborados tocados y ojos tapados por unas filigranas de plata les aguardaban. Una de ellas habló de un terrible mal que caía sobre el nórdico y los suyos. La sangre de Flint se heló cuando la maldición jokull llegó a sus pensamientos.   Las Fortunas se prestaron a ayudarle en su búsqueda, y le ofrecieron una antigua hacha nórdica y unos versos encriptados. Dichas palabras acabaron por llevarles hasta un peculiar habitante de la isla: Johan el Negro.   Se trataba de un anciano de larga y frondosa barba gris que había vivido allí desde antes que nadie pudiese recordar. Si Las Fortunas y el destino estaban en lo cierto, aquel hombre tenía información jugosa sobre el Domador de Tormentas y su reliquia perdida.   Flint, Carmela e Ikay no tardaron en enfrentarle en una amistosa partida a los dados del mentiroso. La apuesta: una historia acerca de aquello de lo que el ganador preguntase. Tras un par de acaloradas partidas y muchos relatos, Flint venció al anciano y formuló la ansiada pregunta, mientras colocaba sobre la mesa la gran hacha nórdica: “¿Os es familiar el título nórdico del Domador de Tormentas?”   Poco a poco, las palabras fueron brotando del anciano mientras Flintrok las atesoraba como si fuesen doblones de oro. Aquel hombre escondía mucho más de lo que parecía. Johan había conocido de primera mano la historia de Aren, porque había navegado a sus órdenes siglos atrás. Al parecer, el supuesto domador de tormentas se había apropiado de los méritos de aquel marinero.   Fue él quien, haciendo uso de herramientas y métodos arcanos, creó una brújula de sangre capaz de conducir a su usuario a la tierra de donde provenga la persona cuya sangre haya sido derramada en dicho artefacto. Así fue como su tripulación llegó a las costas de aquella isla. En aquel lugar, Johan traicionó a Aren encaminando al navegante hacia su perdición mientras él se quedó en tierra.   Esto desencadenó una maldición sobre el anciano, impidiéndole morir pese a todos sus intentos durante aquellos siglos. El hacha que Las Fortunas habían confiado a Flint no era sino el arma del propio Aren.   Johan conservaba aquella brújula, pero a causa de la maldición había dejado de funcionar. Fue entonces cuando se expuso el trato sobre la mesa. Flint y sus camaradas descubrirían cómo acabar con la maldición de la isla, y Johan entregaría la reliquia legendaria, la brújula de sangre.   Al instante, el grupo se lanzó a dicha empresa. Volvieron a preguntar a Las Fortunas, y lograron que les entregasen una daga ritual capaz de rasgar el velo con otras dimensiones. Entre tanto, Ikay de repente empezó a verse atacado por infames voces que susurraban en su cabeza.   Los espectros de la isla cada vez atormentaban con más sadismo a los vivos. Había que actuar con presteza. Flint tuvo la suerte de encontrar en aquel lugar a Tabita, una joven bruja y curandera que le había salvado la vida tras el naufragio del Fafnir y con quien había llegado a entablar una amistad. Flintrok, al igual que la mayoría de los jokulls, desconfiaba enormemente de cualquier magia.   Sin embargo, su ambición por apoderarse del ansiado premio le empujaba buscar ayuda incluso en artes arcanas si era necesario. Y si un usuario de la magia iba a realizar un ritual junto a él, esa tendría que ser Tabita.   Los compañeros de Flintrok pudieron dar con unas cartas antiguas donde se relataban los pasos de un ritual para contactar con la muerte. Con suerte, podrían convencerla de liberar a Johan, así como a las almas de otros espectros que atormentaban a los habitantes de la isla.   Solo les faltaba un ingrediente: una víctima humana. Un tributo a la muerte. En mitad de estas investigaciones, una visita inesperada sacudió la tranquilidad de Bermeja. Todo un batallón de soldados bien pertrechados irrumpió en la taberna para interrogar y engrilletar a los criminales de la isla.   Como no podía ser de otra manera, la reyerta explotó. Pistolas y gritos tronaron en la plaza de la taberna, hasta que los soldados se retiraron habiendo capturado a uno de los principales capitanes, y se atrincheraron en la otra plaza del pueblo.   Con gran celeridad, Tuco propuso atacar con dos partidas para atraparles en una pinza. Flintrok y sus camaradas, junto con otros piratas se encaminaron hacia la entrada principal de la plaza donde se batieron en disparos con los soldados. Uno de los marineros prendió la mecha de una granada que arrojó a través de la verjas de la entrada.   Con un terrible estruendo y una nube de polvo, los atrincherados quedaron desparramados por la tierra, aturdidos. Fue entonces cuando vieron a Tuco y a los suyos atacar desde la otra entrada, al tiempo que las puertas principales se abrían dejando entrar bandadas de piratas coléricos.   Los soldados no tardaron en ser pasados a cuchillo, volviendo a consolidarse Isla Bermeja como un refugio pirata durante, al menos, un día más. Las heridas se vendaron, y cayó la noche.   Pareciese que el espíritu guerrero de los hermanos de la costa siguiese pidiendo sangre, pues en la arena del pueblo se organizaron peleas y combates a cuchillo a la luz de las antorchas para el deleite del pueblo. La sangre volvió a correr y el oro aun más en encarnizadas apuestas.   Con la noche, también llegó el temido momento de convocar a las tripulaciones para un espectáculo muy diferente. Todo estaba listo para el ritual. Flintrok, junto a Carmela e Ikay aguardaba con la daga ritual en la mano mientras Tabita, con voz temblorosa pero con ímpetu, anunciaba a las gentes lo que iba a contecer. La víctima estaba preparada y dispuesta, rodeada de marineros. Se trataba del amable Miguelito, conocido por todos en la isla, que descubrió en ese mismo instante lo que significaba la palabra “sacrificio”.   Tras un primer momento de pavor, se encomendó a su dios y Flintrok, alzando la daga frente a todos los presentes, exclamó:  

Hermanos y hermanas, lo que va a acontecer esta noche es por el bien de todos los habitantes de esta isla.
  Con presteza y sin vacilar, hizo arrodillarse al desafortunado Miguelito y se colocó frente a él.  
Camarada, lo lamento. Nos veremos pronto.
  Una puñalada limpia perforó el vientre de la víctima y cayó al suelo. Dos manos agarraron las de un meditativo Flint y se vió parte de un gran círculo en torno al sacrificado.   Hubo silencio.   Cuando las dudas de los presentes se empezaron a hacer escuchar, una voz cortó el ambiente como un alfanje.  
¿Se puede saber por qué me habéis hecho venir?
  Una figura vestida de negro y con una máscara blanca se sentó en el sillón que presidía la arena. Los presentes expusieron el problema a la muerte, y esta, aun no estando satisfecha con el tributo, propuso un trato: Si aquella turba de criminales se volvía una pequeña nación en aquella isla, consolidando una verdadera hermandad pirata en el lugar, la muerte liberaría a los espíritus recluidos y Johan podría terminar por fin su historia.   Éste trajo un libro con páginas en blanco, y la visitante hizo firmar en él a los capitanes de las tripulaciones, así como a los habitantes de la isla, como gesto de lealtad.   Finalmente, la muerte se despidió y partió en paz.   El ritual había concluido.   Como no podía ser de otro modo en la taberna de Isla Bermeja era el momento de festejar. Los marineros volvieron a alzar las copas y sus voces calentando la noche al ritmo de las desafinadas salomas.   Johan, cuyo nombre real resultó ser Jorum, volvió a entregar el hacha de Aren a Flint, con la petición de que volviese a tierras nórdicas a otorgar gloria al pueblo de Jokull Vatna. Y, como habían acordado, puso sobre su mano la brújula, aquel artefacto legendario del Domador de Tormentas, con la tranquilidad de poder por fin abrazar su destino. Éste, lo guardó con cuidado mientras se juraba así mismo que haría a la historia recordar esa reliquia como la brújula de Jorum, su auténtico dueño.   Después, ambos junto a Carmela e Ikay, jugaron una última partida a los dados del mentiroso a la luz de las velas.   Amanecía.   Le llegó al Pico de Cuervo la hora de volar de vuelta con sus hermanos y hermanas trayendo una historia que contar, no sin antes abrir el libro de la muerte, tomar pluma y tinta, y dejar un mensaje con letras de norteño.  
En nombre y por la gloria de la Ruina de Fafnir, cuyo espíritu ha respirado hoy en esta isla

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