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Sesión 51: El secreto de los Dioses

Desde el etéreo, Harisa maniobra la nave y atraca en la Catedral, una clásica estructura de piedra de arquitectura Faeruniense.
Su cuerpo reaparece en la cabina, desentumeciéndose, aunque en perfecto estado, después de meses sin uso, y todos se detienen a observar Celestia. Entre sus llamaradas e irregular forma, resalta una región de brillo rojizo, como una luna del pasado ahora convertida en un tumor que se descama sobre la superficie del planeta, su intrigante forma un eco de las representaciones del Avernus; mientras, más allá en el espacio, casi opacado por la radiación, un núcleo oscuro como un torbellino, revela la posición del Pandemonium.   El grupo se adentra en el edificio con Oz y Noz a la vanguardia. No parecen haber trampas, pero una energía incómoda y ajena imbuye el lugar, el cual llama la atención por asemejar una vieja catedral en estado de remodelación. La party nota como grandes placas de un metal irreconocible irrumpen por aquí y por allá, fusionadas sobre la piedra, una obra inconclusa de ingeniería, lanzada al astral con prisa.
  El bardo guía al grupo entre los escombros y secciones sin terminar, ayudándolos a cruzar grandes rupturas en los cimientos, mientras observan inquietos como las partículas despedidas al espacio caen y se pulverizan al igual que Cabeza Hueca aquella vez que quiso investigar un portal hacia el Avernus.   Una primera estancia los espera con un ruinoso y arriesgado camino que desciende hacia la penumbra, junto a grandes puertas cerradas, custodiadas por dos estatuas que reconocen como las diosas gemelas Selune y Shar. Oz investiga la entrada sellada, pero retrocede rápidamente cuando las estatuas comienzan a emanar un aura peligrosa, concluyendo que debe requerir una contraseña mágica para abrirse. Esi recuerda que en su infancia Ilsa solía compararla a ella y Zelena con las diosas, y profundiza sobre cómo Selune es la diosa de la luz lunar y las estrellas y Shar es su opuesta, de la noche y la oscuridad; oposición que siempre le había causado confusión cuando niña... ¿Qué sentido tenía adorar a dos fuerzas opuestas a la vez?   Desde el hombro de Yardis, su familiar desciende en vuelo hacia los derruidos recovecos, en tanto que el mago espía a través de los ojos nocturnos en la oscuridad. Una salita como un scriptorium aparece entre los escombros y la lechuza sobrevuela los viejos manuscritos dejados por los monjes mientras el mago lee la información a sus compañeros.  
Todo sea por el premio [...]
Hay que seguir orando por los pobres... por Faerun...

Oramos a ti [...] Zidafhurna [...]
Alabada seas, en tu grandeza [...]
Oramos por tu ayuda y consuelo [...]
  Ni la party ni Esi reconocen el nombre de Zidafhurna, aunque su etimología parece propia de Faerun, quizás más antigua que la lengua común. Sin ninguna mejor idea, Yardis se tira de rodillas frente a las estatuas e improvisa un rezo que rememora la pobreza de su infancia, hacia una tal Zidafhurna, diosa de quién sabe qué.
Las estatuas se llenan de energía y lo observan, mientras unas voces retumban en su mente, acusándolo.   «PAGANO»   El mago cae de espaldas, castigado por su ofensa; pero van por buen camino. Esi lo aparta, y dando un suspiro, se arrodilla humilde, aunque reticente frente a las estatuas. «Por favor, Zidafhurna, si puedes escucharme… te ruego humildemente, de rodillas, que protejas a Faerun de todo mal».   Ante la hechicera y el sorprendido grupo, las puertas se abren de par en par.
Uno a uno comienzan a atravesar mientras Esi mantiene el rezo, pero, como si algo estuviera fuera de lugar, las estatuas vuelcan su vista hacia ella una vez más.   «MENTIROSA, VIL»   La hechicera observa como las puertas se cierran violentamente de nuevo, pero el mago la levanta de un tirón, cruzándola justo a tiempo.
«Creo que sólo habían permitido mi entrada...», se queja Esi, mientras se masajea las sienes luego del escarmiento mental.   El camino sigue por un pasadizo escalonado que asciende por varios minutos, hasta que se abre en todas direcciones hacia una inmensa bóveda, llena de andamios y materiales de construcción dejados sin utilizar, con una amplia escalera que desemboca en otra puerta, esta vez rodeada de 5 estatuas más.
El grupo observa con recelo como las obras parecen representar a otro conjunto de dioses, pero sus expresiones no calzan con las representaciones tradicionales, sino que se desfiguran en muecas de intenso dolor y agonía. Wrenn coge una caníca y la deja caer frente a ellos. La bolita rebota y rebota a medida que cae por los peldaños hasta alcanzar la puerta, donde se pulveriza mágicamente: Otra prueba más.
  Espiando con atención entre las grandes estructuras suplementarias, el grupo comprueba una vez más la urgencia con la que la Catedral había sido enviada en su viaje, cuando Harisa levanta su mano apuntando hacia una sección a la izquierda oculta por un enrejado. La tiefling les advierte como un aura amenazante emana desde ese sector y Wrenn, activando sus sentidos divinos, corrobora que quedan residuos del pasado, energías malévolas que circularon por ahí tiempo atrás.
  Tras las gruesas compuertas, Harisa distingue una corrida de puertas con inscripciones, diferentes portales que van al Avernus, Pandemonium, Abismo y todos los planos demoníacos que la tiefling puede identificar. Oz y su simulacrum se desvían hacia un costado, donde encuentran el mecanismo que activa los portales, mientras que Wrenn explora hacia el otro, donde otro conjunto de engranajes maneja la apertura de las rejas.
Cabeza Hueca vuela una vez más a los sectores más alejados y reporta las mesas de taller con herramientas olvidadas, junto con más documentos que relatan la experiencia de los maestres, evidenciando su confusión en cuanto a los requerimientos arquitectónicos de la catedral. El familiar mantiene el vuelo por las alturas y, finalmente, entre las estatuas y sobre la gran puerta, encuentra una inscripción que Yardis lee y Harisa traduce desde la lengua infernal.  
La penitencia es dolor. Solo los penitentes pasarán.
  La party se agrupa frente a la puerta, mirando desanimados su descomunal e impenetrable tamaño, y sin más remedio, Yardis se descubre el brazo y se lo ofrece al dragonborn.
«No será la primera vez que me causes daño, salgamos de aquí de una vez.»   Wrenn acepta a regañadientes y entierra sus garras en el flacucho brazo, pero a pesar del dolor, las puertas no reaccionan. Suspirando, aleja al mago y le hace una seña a Esi. La hechicera reconoce la señal de su entrenamiento juntos y, con reticencia nuevamente, invoca una gran bola de fuego sobre el dragonborn. La party se aparta del violento impacto, pero Wrenn, aun frente a la puerta, observa con una mueca de dolor y cubierto de quemaduras, como ésta NO reacciona.   Harisa se une a la desilusión y, sin ningún preámbulo, comparte un par de secretos vergonzosos de Yardis que había espíado mientras permanecía en su forma etérea en la nave, argumentando que el dolor debe ser sicológico. Incómodos, se dan cuenta que las puertas no se mueven. Sin embargo, bajo mayor inspección, el mago se suma a la teoría de la tiefling al comprobar que las muecas de las estatuas parecen más de tristeza y agobio que de dolor físico.   Nuevamente, Esi se presenta frente a las puertas, esta vez con el fresco recuerdo de la muerte de Elminster en su mente. Una de las estatuas brilla levemente. El grupo observa expectante a la hechicera, que frunce el ceño y se adentra en las aún más tristes memorias de Alistair, su marido, desapareciendo de su lado por un portal y más tarde despidiéndose para siempre en una visión.
El brillo de la primera estatua se acrecenta y un mecanismo parece fijarse alrededor de la puerta; las otras 4 estatuas permanecen inertes, observándolos con dolor hacia abajo.   Uno a uno, el grupo se concentra frente a la puerta, llevando a la superficie de sus mentes alguna de sus memorias más dolorosas. Con pesar, Oz rememora la traumática visión del portal cerrándose atrás de él, su mano extendida hacia un inocente Cela del pasado que nunca logró salir de la guarida del Lich. Wrenn da una pequeña mirada a sus compañeros y baja los ojos, su mente llena de recuerdos del doloroso e injusto momento en que Willum ofreció su vida a cambio de salvarlos. Harisa piensa con remordimiento y frustracion en su hermano mayor, atrapado aún en un cuerpo metálico e insensible por su culpa. Unos pasos más atrás, Yardis sujeta su focus con forma de colgante de sol, reviviendo como Elektra lo observa fríamente mientras pierde su mano.
Las estatuas brillan con intesidad y la puerta se activa finalmente, dejando pasar al apesadumbrado grupo.   La party avanza por un largo pasillo y nota cómo las paredes y cimientos están completamente recubiertas del impenetrable metal, sospechando que lo que sea que está tras la siguiente puerta es lo que tomó prioridad por sobre el resto de la Catedral. Las puertas se abren sin ninguna prueba ni acertijo, revelando una sala circular sin mayor detalles, excepto por un altar rodeado de las representaciones de los dioses de la sabiduría, de la memoria, de la historia y de la ignorancia. Una consigna se lee claramente a sus pies:  
Una parte de ti abrirá las puertas de la verdad.
  Sin pensarlo dos veces, Esi se corta un mechón de cabello y lo deja en el altar, que se ilumina. Pero cuando Harisa va a hacer lo mismo, Yardis los detiene, argumentando que con esto les están mostrando su identidad y presencia a todos, a lo que Wrenn se suma, desconfiado de revelarse tan fácilmente en una nave propiedad de los dioses. Sin embargo, tras algunas pruebas de Oz que revelan que ni siquiera una parte de Noz servirá como sustituto, la party no tiene otra opción más que seguir los pasos de la hechicera.   Empezando a entrar en pánico, el grupo ve como el altar se abre momentáneamente y sus muestras caen hacia otro lugar, recolectadas, mientras una entrada aparece bajo la estructura, en el suelo. Unas escaleras en espiral los guían hacia las profundidades, que se vuelven cada vez más húmedas, hasta que un entorno reconocible aparece frente a ellos. Raíces... Paredes, pilares y corredores cubiertos de raíces que irradian energía mágica: La biblioteca de Salinger.   Oz aventura un llamado que hace eco en la instancia y las raíces parecen reaccionar y girarse hacia ellos desde cada oscuro rincón.
«Salinger, ese nombre... Salinger sí... no, ya no... Salinger Urinder...»
La voz les llega como un susurro polifónico, como un coro de ramas, cuando la visión se forma frente a ellos; las raíces, enlazándose unas con otras, se descuelgan del techo formando una figura cambiante, pero humanoide. Salinger, como tal, ya no existe, ahora las raíces de Urinder son su cuerpo. «Esperaba que el espiral finalmente los trajera aquí.»   Salinger les explica que los Lich encontraron la forma de mantenerlo vivo sin cuerpo ni escapatoria al fusionarlo con las raíces, convirtiéndolo, efectivamente, en La biblioteca. Sin embargo él mantenía la esperanza de que ellos 5 aparecieran, pues el tiempo se repite como un espiral, similar pero diferente. Salinger les confirma que deben destruir la Catedral, junto con la biblioteca y sí mismo, antes de que lleguen a los dioses, y que, con algo de suerte, podrán conservar su esencia y revivirla, si se llevan un trozo de las raíces al escapar. Les advierte que tienen poco tiempo porque sus muestras han lanzado una señal de alarma y serán asaltados por demonios y ángeles que llegarán por los portales en pocos minutos. El grupo se atolondra en preguntarle qué fue lo que descubrió que lo llevó a Candlekeep, pero el ex-vampiro les advierte que el secreto de los dioses es algo de lo que pueden no recuperarse nunca, sugiriendo responder las tantas otras preguntas con las que llegaron ahí primero.
 
  • Katlin/Lolth: Deben encontrar la Raíz sagrada de Ibhamelan, con la cual se puede traspasar todo lo malo de un cuerpo vivo a otro cuerpo vivo. El reino de Don John Jr. debería tener información.
  • Pacto con fantasmas: Joseph de Orusk va a tener un heredero, sin embargo la reina Josephine sigue existiendo, de alguna forma, escondida en el subsuelo de Calimport.
  • Recuperar el alma de Oz: El exorcismo de Lun Bukrena es la probabilidad más alta, aunque necesita un monton de casters de alto nivel para tan sólo un 5% de chance que salga bien.
  • Zelena/Alistair: Los dioses querían ingresar al mundo espejo, pero al ver que se destruyó, ya no les importa más. Probablemente murieron Alistair y Zelena.
  • Lenos: No está muerto, posiblemente infiltrado con los dioses en Celestia, investigando.
  • Grupo de la pintura: Balnihan era el desconocido. Trataron de encontrar Trindefel, el tesoro fantasma, pero no lo pudieron hacer, ya que Datlue los traicionó por razones desconocidas.
  • Bahamut: Era tan poderoso como un dios, pero no era parte de ellos. Era del bando contrario, incluso logró acabar con dos dioses con sus propias manos. Luego fue derrotado.
  • La visión de Wrenn: Efectivamente son recuerdos, eventos que pasaron en el pasado.
  • La Silla/Viaje de Harisa: También algo real, que Salinger no puede explicar, ya que tiene certeza de que el pasado no se puede cambiar. Sin embargo nota que los tieflings no eran un producto de pactos demoniacos, simplemente eran puros de esa forma, los primeros navegantes del universo, exploradores de las estrellas, quienes diseñaron las sillas que permiten usar los spelljammers.
  • Bismark: Va ganando la guerra, ya no le importa tanto el orbe, solo como algo secundario. No es humanoide, no es otro dios, no es un constructo con inteligencia artificial. Y si bien sus objetivos se oponen a los dioses, Salinger no sabe cuáles son. Eberron se va acercando a Celestia, y todos los demonios y ángeles están tratando de frenar a Bismark.
  • El orbe: Los dioses planean desde hace meses invadir Faesys a través de Menzoberranzan y obtener el orbe, ya que saben que posiblemente se encuentra allí. Para Salinger, el Orbe es una buena chance, quizás la única, de que puedan salvar aunque una parte de Faerün.
  • Faerün: Es el último mundo con vida que existe en el universo, luego que otros 37 planetas ya fueran destruidos/conquistados/contaminados o con destinos similares. Queda poco para el final de Faerün, según lo tienen planificado los dioses, por eso se ha enviado la Catedral del fin del mundo.
  • Trindefel: El último vestigio de lo que era el verdadero Faerün antes de que los dioses lo cambiaran. No se sabe qué es específicamente, podría ser simbólico.
    Salinger Urinder les explica que el secreto de los dioses no es algo que pueda contarles con palabras, que deben verlo con sus propios ojos, y, tras las miradas de aceptación del grupo, los sume a todos en una visión.
Cada uno despierta solo en una dimesión en blanco, hasta que sus ojos se centran en la figura de alguien, cada vez menos nebuloso, que los interpela...
    «¿Wrenn? ¿Wrenn, estás escuchando o no? ¡Vamos, tienes un canal que terminar!»
El dragonborn despierta y la visión de Lillin, su madre, le extiende la mano apremiándolo. Su pequeña figura es tan sólo medio metro más baja que él.
Mirando alrededor, se da cuenta que está de vuelta en su aldea y que parece ser un día común de su infancia. Lillin parece reconocer la confusión de Wrenn, preguntándole si Bilkas ha sido muy duro con él en los entrenamientos, pero el joven dragonborn insiste en que está todo bien y que se dirijan a arreglar el canal.
Wrenn trabaja toda la jornada arreglando el pequeño cauce de la aldea, una tarea fácil para él con su contextura, pero más dificil para sus conciudadanos gnomos. Ellos lo saludan con respeto y gratitud, y el dragonborn alcanza a espíar como su madre lo observa por sobre su libro de lectura, una mirada feliz y orgullosa en sus ojos. Wrenn observa sin parar alrededor, tratando de identificar qué día exacto es, de qué se trata la visión, pero nada resalta en su memoria.
Una vez terminado el canal, su madre se acerca a él y le pide que camine con ella para preguntarle algo muy importante. Ella le pregunta si es feliz en la aldea y Wrenn, impactado, le responde un rotundo sí. Lillin ríe y le menciona cómo de repente lo ve mirando al horizonte, indagando si sus deseos reales son irse de ahí y explorar el mundo. Wrenn admite que le gusta la idea, pero insiste que él es feliz ahí con ella y Lillin le pregunta si ha sido una buena madre. Wrenn responde que sí, está orgulloso de ser su hijo y ella, aliviada y radiante le dice que está orgullosa de ser su madre. El joven dragonborn aprieta a la pequeña gnoma entre sus brazos, sintiendo como su amor se expande por todo su ser...     Las notas musicales invaden el espacio blanco y Esi despierta con la imagen de unas manos de mujer, rasgando suavemente las cuerdas de un láud. Su pequeña voz intenta seguir los acordes pero su concentración se corta cuando unas palmadas le golpean suavemente la cara y la risa de una niña llega a sus oídos. Una bebé pelirroja, Zelena, sonríe mientras toca sus mejillas y jala su cabello, y su madre, igualmente pelirroja, ríe dejando el laúd de lado mientras la recoge en sus brazos.
«¡Creo que es hora de dormir para ti! Tu hermana y yo, vamos a tener un tiempo a solas...»_ murmura mientras deja a la bebé en su cuna.
Esi contempla la imagen de su bella madre que se acerca nuevamente a ella y no puede evitar comentar en lo mucho que Zelena se le parece. Lia se ríe una vez más y le confiesa que su hermana es parecida por fuera, pero ella, Esi, es la más parecida en su interior, y presiona su nariz suavemente contra su rostro.
Lia invita a Esi a recoger leña afuera, en el rústico jardín de la cabaña, mientras conversan.
Arrodillándose frente a la pequeña, su madre le pregunta si le gusta ir a la gran casa de su abuela y qué opinaría de ir a vivir allá. Esi responde, sin pensar, que ella quiere lo que su mamá quiera y cuestiona si a ella le gusta donde la abuela. Lia, con una expresión amarga en su rostro, le confiesa que ni ella ni su papá podrán ir allá, sólo Esi y Zelena irán. Abrazándola con fuerza, Esi le confirma que entonces ella prefiere quedarse en la cabaña con ellos. Lia le pregunta una vez más si prefiere una vida con menos lujos y comodidades con su papá y mamá, y Esi, sin ninguna duda, le responde que sí. Los ojos de Lia se iluminan de felicidad mientras abraza a su pequeña hija, en el exterior de una humilde cabaña...     Los abrumadores ruidos de la calle irrumpen en sus oídos, cuando Yardis despierta de nuevo en Neverwinter.
Su vista se enfoca en una mujer de pelo oscuro que le parece vagamente familiar, de pronto reconociendo sus propios ojos negros en ella.
«¿Y? ¿Estás listo con una idea para robar esos panes? ¿Cómo me veo?»
Confundido, el pequeño Yardis contempla a su madre, sus delgados brazos cubiertos de cicatrices y el rostro con maquillaje barato. Yardis le sonríe y asiente con compasión, y se deja guíar hasta los puestos de comida. Incómodo, distrae a los vendedores con trivias y datos que ha memorizado, mientras su madre toma rápidamente comida, utensilios y ropa de diferentes kioskos. Ambos corren de vuelta hacia un callejón y la mujer lo toma en un fuerte abrazo, riendo feliz. Ella lo alaba por su inteligencia mientras le muestra todo lo que han conseguido en la jornada. Yardis observa pensativo la pequeña bolsa que tanta felicidad traía a su madre, cuando ella le confiesa un pequeño secreto. Desde su pecho, extrae otra bolsita con tres monedas de oro. Sus ojos brillan mientras le pregunta al pequeño si le gustaría seguir a su padre y viajar a Trindefel con sus hermanos, donde una nueva vida los espera. Yardis asiente ilusionado, confesándole que quiere ser el rey archimago de Trindefel, y ella se lo cuelga en los brazos con una nueva fuerza y determinación que ilumina su alma...     «¿Harisa? ¿Harisa, estás ahí?» _Cid interrumpe a Harisa que observa los pasillos del castillo de Targos ensímismada.
Hilda y Pyrex corren y se persiguen por ahí, jugando a la pinta, mientras Kataifi los supervisa disimuladamente, sonriendo desde la cocina. Harisa sigue con la vista a su hermano, que juega feliz en un cuerpo de niño, y se vuelve a Cid ocultando una sonrisa. El príncipe le confiesa que le encanta tenerlos en el castillo y ambos se entretienen observando a los niños, hasta que los pequeños los involucran en el juego, contagiándolos a todos de su energía e inocencia.
La tarde transcurre y finalmente Cid le pregunta a Harisa si le gustaría quedarse a vivir con ellos ahí. Él admite que los quiere mucho, como hermanos y es evidente que el príncipe será algún día un rey que gobierna desde el corazón. Pensando en la felicidad de su hermano y la propia, la tiefling acepta, aunque pone como condición cambiar el ventanal sobre el salón, lo que el príncipe acepta. Su rostro es de pura felicidad y le pregunta a Harisa si puede abrazarla. Ella no se niega, por única vez, y como aprovechándose de la oportunidad, los niños y Kataifi se unen en un fuerte abrazo grupal...     Las risas y jolgorio lo despiertan del ensueño y Oz enfoca su visión en las jarras de licor que se saludan frente a él. Pierre Pascallini, Solasta Gou, Fátimo Dunk, Dominique, Renato y Mirt, unidos como una familia, celebran la misión que un Oz más joven había liderado hacia el éxito. Mirt los aparta del grupo, festejando a su próximo sucesor.
«¿Cómo crees que lo he hecho como líder?»
Oz lo observa con cariño y le confiesa que es el mejor maestro que uno puede tener, aunque Mirt, emocionado, le pide que guarde sus discursos emotivos para más tarde. El viejo lo alaba por el excelente licor que trajo para festejar y se une nuevamente a la fiesta, recordándole que cuando el resto esté ebrio, se acerque a él porque tiene que algo importante que conversar.
Más tarde, cuando todos los demás duermen, Mirt le confiesa que todos ellos son como una familia para él, y , apenado, admite que no puede sacarse la culpa de la misión de Cela. El viejo admite que todo fue un error suyo, una misión mal planificada y le pide a Oz que lo perdone. El joven bardo intenta asumir responsabilidad también, pero Mirt es claro en que él no tuvo que ver y que realmente necesita escuchar su perdón. Oz lo perdona de corazón y el viejo se emociona y lo abraza, aliviado en su alma al por fin escuchar sus palabras...       Lillin levanta su vista al cielo para ver cómo un ser celestial llega volando envuelto en llamas hasta la aldea y Wrenn la imita, observando como el gigante aplasta a los gnomos que horas atrás los habían saludado con respeto y admiración. La gnoma trata de sujetar a su hijo, pero el dragonborn ya está de pie, comenzando a correr en socorro de los ciudadanos.
«¡Debo ir a ayudarlos, mamá!»
Wrenn comienza a descender hacia el pueblo y un Celestial cae junto a él y en un movimiento corta su cabeza. Lillin chilla desgarradoramente mientras la cabeza de su adorado hijo rueda colina abajo, enmarcada en el caos y destrucción de la aldea...   Lia vuelve a la cabaña con Esi cuando Abel aparece tropezándose con los muebles, ebrio.
«¡Nunca podremos surgir, nuestra vida es una miseria en esta pocilga!», espeta mientras cae sobre la mesa, llevándose el mantel y el candelabro encendido junto a él.
La llama toca la alfombra atrapándolo y se esparce rápidamente por el cuarto hasta la cuna de madera. La bebé comienza a llorar y Lia deja a Esi para ir a rescatarla, pero su llanto se vuelve una cacofonía de chillidos a medida que el fuego se esparce por toda la casa, envolviendo a Esi también. Lia grita sofocada mientras el fuego consume a toda su familia...   La mujer toma maternalmente la mano de Yardis cuando un grupo de encapuchados se cierra alrededor de ellos. La mamá es apartada del niño y empujada al suelo, donde recibe patada tras patada. Sus costillas se quiebran, sus dientes vuelan, su rostro sangra con cada ataque, pero ella se aferra a la bolsita de monedas de oro mientras llora. Los encapuchados se descubren el rostro y son sus hijos. Yardis le arrebata la bolsita de las manos.
«¡Mujer estúpida, nunca pudiste protegernos de nada, nunca saldrás de esta basura de pueblo!»
Los hijos corren, dejando a la mujer quebrada, desangrándose en el suelo...   Cid se separa del abrazo observando con emoción a su familia, pero un ruido desvía su mirada hacia el cielo. Un gran pájaro cae a través del ventanal, seguido de afilados vidrios. El príncipe y Harisa se dan vuelta para ver como Kataifi está en el suelo, con el torso atravesado a lo largo, mientras su sangre brota en caudales. Cid grita mientras Harisa sujeta a los niños estupefacta y Kataifi pierde el color a una velocidad impresionante.
«¡Harisa, ayúdame! ¡Harisa! ¡Kataifi! ¡Harisaaa! ¡¡KATAIFIIii...!!»
El príncipe sostiene el cuerpo inerte de la orca en sus brazos, como un amante, mientras grita su nombre desesperado, sin respuesta alguna...   Mirt rodea los hombros de Oz con su brazo y lo guía de vuelta a la casa. Su vista encuentra rápidamente a los pacíficos Harpers durmiendo por toda la habitación, pero una mirada confundida aparece en su rostro al notar como espuma y sangre brota de sus bocas. Mirt corre uno a uno a revisar a sus alumnos y familia, pero ninguno reacciona. Oz lo mira sujetando la botella de licor con una expresión fría y neutra en su rostro y Mirt entiende que todos han sido envenenados.
«¿Pensaste que te podría perdonar, asesino? Nunca perdonaré lo que le hiciste a Cela, y los Harpers pagarán por ello mientras tú observas...»
Mirt cae al suelo llorando, su pecho contrayéndose de dolor, mientras los ojos vidriosos e inmoviles de los Harpers lo observan sin pestañear por la eternidad...       Un espacio blanco irrumpe en sus mentes, y luego el día empieza nuevamente frente a sus ojos.
Las visiones comienzan de nuevo, pero esta vez la mirada de los espíritus denota un profundo sufrimiento del que no son conscientes, dando a entender que las visiones terminan siempre de igual forma, repitiéndose una y otra vez, comprendiendo cómo el horror, dolor y desesperación se apoderan de sus seres queridos, una y otra vez, una y otra vez, cada día, hasta el infinito...
El grupo vuelve a la realidad en un estado de shock.   Las lágrimas corren por sus rostros mientras Salinger los observa en silencio. Las puertas retumban por sobre la estancia, ángeles y demonios intentando abrirse paso hasta ellos.
  «¿Pero tenemos el Orbe, el orbe va a funcionar, cierto? ¿¿Cierto??», cuestiona Oz con una expresión desesperada, rara vez vista en él.
«El Orbe puede ser su única oportunidad...», confirma Salinger.
  Oz se remueve de su estupor y se enfoca en comenzar a plantar bombas entre las raíces, mientras da tiempo a su grupo a procesar. Esi se cubre la cara, un expresión quebrada y traicionada entre sus dedos mientras llora sin cesar. Harisa respira con rapidez y la tristeza da paso a que la rabia se apodere de ella de inmediato. Yardis golpea la pared con furia y empieza a musitar un plan de acción para salir de ahí por los portales y volver a Faerun. La mirada de Wrenn tirita, aun fija en un solo punto, mientras sus dedos se clavan en sus puños con ira contenida.   Salinger les confirma que el plano del Avernus es el más cercano a Faerun, al tiempo que la puerta termina de romperse en el piso de arriba. No hay más tiempo que perder y Harisa corta la raíz Urinder, mientras que el mago canaliza la rabia del dragonborn hacia los enemigos:
  Llegó el momento de abrirse paso entre la horda y escapar de vuelta a Faerun.


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