1.2 Las Razas de Úrim
¿Cuánto es una generación para cada una de las razas? Dependerá, por supuesto, del tiempo o menos iguales desde la Regénesis y nuestras características han variado poco o nada desde la Creación. Se presentan en esta sección las razas que habitaron Úrim durante la Primera Era y se excluye, con pleno uso de conciencia y con afán de facilitar un poco las cosas, a los Gnomos de Hiva, y a los Trolls de Tule, entre otros. de vida de cada una de ellas. Por fortuna, los ciclos vitales de cada una han permanecido más
Es pertinente aquí aclarar otra cosa. Aunque ahora se entienden los términos “nación”, “política” y “gobierno” sin problema, antes no pasaba tal cosa. Las razas primigenias de Úrim eran guiados por un líder que, se creía, tenía algún parentesco con los Guardianes o con el mismo Kósmon; herederos, de algún modo, de una sabiduría superior. Varios hechos a lo largo de los ciclos fragmentaron la imagen todopoderosa de los reyes y se irán explicando con el paso de las Eras. La idea, pues, que quiero rescatar es la necesidad de que alguien guiara los pasos de cada pueblo. Mientras que humanos, enanos y orcos llegaron a la idea del rey o Emperador, los elfos y los gigantes crearon Consejos y Concilios, grupos de varios miembros que decidían qué sería lo más prudente para su especie.
Sin más, he aquí a las cinco razas primitivas de Úrim.
Los Gigantes
Casi todos los viajeros primitivos de Muspel y Utgard reportaron encontrarse, a veces, con moles de hielo y roca, e incluso árboles, moviéndose lentamente por los límites del bosque Glitnir o en las orillas del mar Atlante. La parsimonia de su andar llevó a todos ellos a conjeturar que, o bien, su cuerpo no les permitía más, o bien, ajenos a las preocupaciones del mundo, los gigantes andaban por éste como sombras de un tiempo perdido. Estas leyendas se redujeron a cuentos de los caminos durante los primeros ciclos y tal vez durante gran parte de la Protohistoria; sin embargo, se descubrió poco después lo que tenían de cierto: los gigantes adaptaban su cuerpo al ambiente en el que se encontraran. Los climas los áridos, como los desiertos, quedaron fuera de su alcance debido a la falta de agua y se les concedió, gracias a los primeros encuentros registrados con ellos, un margen más amplio de credibilidad a los cuentos de las tabernas y posadas. Más que cualquier otra raza, los gigantes estuvieron conectados a su elemento dominante. La mutación entre un estado y otro variaba entre dos y siete ciclos, dependiendo de la anatomía y qué tanto se hubiera aferrado el individuo a su estado anterior, a su balance emocional y al gusto que le tomara al nuevo medio. Gracias a esto, los gigantes se pueden dividir en cuatro grandes grupos. Aunque los de roca y los antropomorfos fueran vistos hasta casi la Segunda Era, los presento de una vez:
1. Gigantes de hielo: Habitaban en Eisgrind, fundadores y dueños de las ciudades Jotunheim, Lemuria, la Hundida, y Uruk, la Amurallada. Éstos, los de hielo, fueron el grupo más numeroso de gigantes. A través de los eones, los gigantes gélidos causaron impacto porque se podía ver a través de sus pieles. Los corazones de jotun fueron un ingrediente alquímico muy valorado durante la Tercera Era porque funcionaba como catalizador y amplificador de las propiedades de las pociones alquímicas y venenos.
2. Gigantes de roca: Vivieron en las bases y cerca de las montañas siempre que hubiera un río presente. Su piel era similar a la roca cubierta de musgo de los arroyos. Su sangre alcanzaba, con frecuencia, un mayor grado de mineralización que el agua de los manantiales y también fue un componente frecuente de las pociones. Se llegó a valorar en más de 4,000 piezas de oro el litro, pues sólo podía ser extraída en la guerra. Los gigantes de roca que morían cerca de los cerros o montes se desplomaban y se integraban a él. Hay quienes han propuesto la teoría de que los montes primigenios son, en realidad, cadáveres de gigantes que se habrían acumulado antes de la Primera Era; teoría reforzada con el descubrimiento de los Prototipos en la Segunda.
3. Gigantes del mar o Atlantes: Contrario a lo que se esperaría, fueron la manifestación menos común de los gigantes, desaparecidos casi todos tras la Gran Guerra y extintos tras la caída de Lemuria. Por lo que otros gigantes dijeran de los Atlantes, la existencia en forma de agua pura podía terminar disolviéndoles los órganos y volverlos mar o lago. Incluso para los gigantes que sobrevivieron hasta la Tercera Era, la existencia en el pasado de los Atlantes sonaba a mito o fantasía. Fueron los Atlantes los únicos que se presentaron a hacerle frente a Nergal en la Gran Guerra.
4. Antropomorfos: Los antropomorfos fueron gigantes que encontraron un equilibrio entre los elementos del lugar en donde viven y tomaron la forma de los hombres de Úrim, como si el contento entre ambiente interno y externo les permitiera hallar una forma definitiva. El primero de ellos fue Nergal —a pesar de los eventos que se describirán más adelante— y, aunque fueron poco comunes, se les vio con más frecuencia que a los gigantes del mar, hecho atribuido casi universalmente a la caída de Lemuria.
Los gigantes vivían 300 ciclos, aunque es bien sabido que, de entrar en combate —el Gran Colapso durante la Tercera Era, por ejemplo, o la guerra contra los necromantes a fines de la Primera— su vida se extendía hasta los 700 u 800. Los gigantes más ancianos llegaron, casi todos, a volverse parte importante de la Corte de la Academia. Los que no, fueron sabios y letrados que podían memorizar libros enteros. Los gigantes gozan de una primera vejez a los 300 ciclos; si luchaban, dormían como si hubieran muerto durante un ciclo entero para despertar rejuvenecidos. Nunca se encontró explicación científica a esto. Sin embargo, sólo eran fértiles antes del Sueño, por lo que las generaciones de gigantes se contaban cada 250 ciclos —los más ancianos eran, para fines prácticos, infértiles. Las gigantes, por el contrario, lo eran durante toda su vida, pero éstas no excedieron nunca los 450 ciclos de vida, independientemente de si han entrado o no en combate. Los periodos de gestación de sus hijos llegaban a durar hasta dieciocho meses.
La estatura promedio de los gigantes fue de quince metros de alto, que contrastaba con su silencio perpetuo, roto sólo cuando era menester, como si dejaran cualquier necesidad de comunicación a su imponente presencia. Dos cosas llamaban fuertemente la atención de los urímacos: que parecían entenderse sin apenas uso del lenguaje y que se dedican casi todos a la meditación y a ser escribanos. Los jotuns fueron, de hecho, quienes enseñaron al resto de los urímacos a utilizar el lenguaje escrito o, en su defecto, quienes ayudaron a perfeccionarlo. La Guardiana de los gigantes fue Ishtar, según sus propios registros conservados en Jotunheim, y la que otorgó, además de la hidromancia, la sabiduría a los gigantes.
Ellos creían que, tras la muerte, el alma regresaba a los brazos de Ishtar, donde la Guardiana los cobijaría hasta que el mundo permitiera regresarlos a la vida. No tenían rituales particulares, o al menos ninguna noticia de ellos llegó hasta nuestros días.
Los Enanos
Los enanos viven alrededor de 400 ciclos, y cada 200 ciclos se considera como una generación. Si hemos de creer al pie de la letra la genealogía que guardaban las bibliotecas orcas de Dor’Anmak, los orígenes de la casta de gobernantes Runnenseele se puede rastrear hasta poco antes de la Regénesis, aproximadamente ocho generaciones. El más antiguo de ellos sería del mismísimo clan de los Odinsson —descendientes directos de Ivaldir y Mjødvitner y, según ellos mismos, hijos de Odín, su Guardián.
Los enanos han sido, casi desde el principio de los tiempos, una raza pequeña, de no más de 1.5 metros de altura. Son seres anchos, barbados y muy fuertes, con una natural atracción por cordilleras y montañas. Se cree que los primeros enanos eran casi del tamaño de los gigantes, pero que éstos, al percatarse que la entrada a las cuevas les era imposible, pidieron a Kósmon que se redujera su tamaño hasta desembocar en los seres que conocemos hoy en día. Sea o no cierto este mito, lo cierto es que los enanos desarrollaron importantes ciudades bajo tierra y su cultura está íntimamente ligada a la forja y a la metalurgia, así como a la cerveza.
Al ser todos masculinos, la reproducción enana fue un misterio durante eones. Mucho tiempo se creyó que se multiplicaban por algún tipo de regeneración, como los reptiles, o que algunos de ellos debían ser mujeres, pero hasta ahora, la única versión comprobada es la que aparece a continuación:
Según el mito, los enanos, al no tener compañeras en la carne, encontraron en la tierra el vientre que llevaría a sus hijos. En ella sembrarían sus barbas y las regarían con su sangre. No abandonarían el lado de aquella mezcla, de la que brotaría su hijo, hasta que la barba les volviera a crecer hasta el punto que la tenían antes de engendrar a sus vástagos. La tierra pondría la mitad de las características del hijo; el padre, la otra mitad. A los enanos a los que les fuera arrancada la barba, fuera en combate o por castigo, padecerían el infortunio de no poder procrear durante el resto de sus vidas. La única excepción a esto, según la vieja creencia, era durante la infancia de los enanos, en la que se espera que los padres corten la primera barba a sus hijos. Los enanos permanecen imberbes hasta los 14 ciclos, a partir del cual les crecía la primera barba, que era afeitada como ritual. La segunda, y verdadera barba, surgía hasta los 18- 24 ciclos.
En cuanto a por qué la barba reconocía cuando la mano que la cortaba era suya o de alguien más, es algo que sigue sin poder explicarse pero se atribuye a la pérdida de virilidad: si el enano era lo suficientemente débil como para permitir que le arrancaran la barba, también habría de serlo para criar y educar a un hijo. La Tierra, su madre, los volvía infértiles. No quería tener hijos débiles.
Para los enanos, la muerte era un problema sencillo. Si te morías, tu alma llegaba a las salas de Odín, o Valhalla, y pelearías y beberías eternamente, pero para que el alma pudiera salir del cuerpo, o se moría peleando o se le hacía un funeral con fuego, tierra, agua y viento al enano, cosa que resolvieron con sepulturas sobre barcos que eran incendiados. La unión armónica de los cuatro elementos permitía, así, ascender el alma de los enanos a las salas de Odín.
Los Elfos
Pese a que después de la Protoguerra se les quitó la inmortalidad a todas las razas de Úrim, los elfos, se cree, fueron perdonados por intercesión de su Guardiana, Nut. Sin embargo, se les aplicó un tipo especial de castigo. Los elfos, como seres inmortales, podrían aprender mucho más que cualquier otra raza y Kósmon no quiso que la soberbia se apoderase de ellos. Cada 200 ciclos, los elfos habrían de perder la memoria para que no creciera en ellos la ambición o la impureza. Su Guardiana les enseñó el ritual que habrían de celebrar los Elfos para poder seguir sus vidas: cuando se acercara el Ciclo de la Pérdida, deberían escribir sus memorias en un libro y seleccionar un recuerdo particular. Los elfos eran avisados varios ciclos antes con cambios de humor, búsqueda de la soledad y una general apatía por las cosas. Los elfos más ancianos, los supervivientes de la Regénesis, enseñaron a sus generaciones más jóvenes el ritual de la extracción de recuerdos y les hablaron de cómo habían sido perdonados de la muerte por Kósmon, el creador. Gracias a la aeromancia y, después a unas máquinas particulares desarrolladas a fines de la Tercera Era, éste recuerdo podía materializarse y encerrarse en un frasco, que se guardaba con el libro en algún lugar seguro — en bóvedas casi siempre, o, las menos, con amigos o familiares— y, después de despertar, se ingeriría.
El recuerdo sería el detonante que permitiría al elfo ligar sus ciclos pasados, a través de la lectura del libro, con su nueva memoria. Esta distancia con su “vida pasada” les permitía leer y recordar partes de mucha alegría o grandes dolores como si fueran los de alguien más; en concreto, como si leyeran la biografía de otra persona. Los elfos primigenios solían llenar bibliotecas enteras con Diarios de los Sueños, como les llamaron a partir de entonces. Los Dormidos eran aquellos elfos que apenas empezaban a recuperar la memoria. Si el frasco o el libro se extraviaba, el elfo corría el riesgo de perder las memorias de una “vida” entera. Pese a que eran inmunes al tiempo y a la enfermedad, pronto descubrirían que podían sangrar y morir por la espada y por la magia, como el resto de los urímacos. La segunda razón —y muchos consideramos que la primordial— por la que los Elfos no se expandieron como las demás razas es que ellos no procrean tan rápidamente como los hombres y como los orcos; cada cuarenta ciclos tienen cinco fértiles. La gestación dura alrededor de ciclo y medio, por lo que, a lo sumo, cada familia élfica traía a Úrim tres integrantes nuevos por generación. La infancia de los Elfos duraba unos veinte ciclos. Los elfos son una raza relativamente alta. Su estatura promedio es de dos metros y medio.
Para los elfos, el alma se dividía entre el corazón, la sombra, el nombre, la personalidad, la chispa de Nut y el intelecto. Aunque era prácticamente desconocida para ellos, los elfos tenían rituales de muerte muy especializados y que permitían conservar los cadáveres casi inmunes al paso del tiempo. Los órganos que representaban cada una de las partes del alma se removían y se guardaban en vasijas aparte. En el sarcófago, una caja de madera con el rostro tallado del muerto, se inscribía el nombre, de vital importancia para ellos, tanto para que los demás supieran quién habitaba ahí —y pudieran llamarlo como lo hacen los hombres cuando invocan a sus antepasados en batalla— como para mantenerlo vivo en la tierra y en las mentes de Úrim. Los elfos creían que, tras la muerte, existía un plano al que llegaba el espíritu y en el que Nut probaba la pureza de los corazones. Según su creencia, la Guardiana pondría en una balanza el corazón del muerto. Si el corazón era más pesado que la pluma de Maat, la verdad, no podía concedérsele la vida eterna. Muchos elfos fueron momificados y puestos en sarcófagos, aunque este honor se extendería, en momentos muy raros, a los héroes de otras razas.
Los Hombres
Los hombres viven entre 70 y 100 ciclos; se considera que cada generación aparece cada 30. Los hombres y las mujeres son fértiles hasta los 60 ciclos, aunque en edades más avanzadas sus hijos conllevan peligros tanto para el hijo como para la madre. Es difícil catalogarlos en un solo grupo como a los enanos o a los elfos, pues los rituales, las creencias y los pueblos de los hombres son muy variados —tanto o más en estas Eras primigenias que en la actualidad. De hecho, si hubiera que darles una característica principal, me atrevería a decir que es su adaptabilidad. Sus creencias variaron enormemente y aún en día no se ha llegado a un acuerdo final. El color de la piel de los humanos tampoco es buen indicador. Mientras que los enanos suelen ser grisáceos, tal vez como el ónix, los elfos blancos, los gigantes azules —por la tremenda presencia del agua en sus organismos— y los orcos tienen, en general, el color verde de las hojas más oscuras de los árboles, los humanos varían entre el blanco élfico y los tonos morenos y negros que se encuentran en el Sharran. El color de la piel depende, pues, de la región: mientras más cálido o expuesto al sol se esté, más oscuro será el tono de los hombres de la zona. Su estatura promedio es de un metro con setenta y cinco centímetros. Se conocen casos de hombres que rebasaron los dos metros y otros que no llegaron al metro veinte.
A pesar de vivir poco en comparación a las demás razas, los hombres saben cómo disfrutar la vida. No ha habido cuidad humana que no tenga formas de entretenerse. Su pensamiento evoluciona mucho más rápido que el de otras razas y tienen una mayor tendencia a desapegarse de ideologías si se percatan de que son dañinas; sin embargo, hay pueblos humanos que, por el contrario, defienden aquello que otras ciudades habrían condenado. Como decía, es un tanto complicado encontrar un punto medio. Ni siquiera en sus rituales de muerte coinciden. En algunas ciudades humanas, influidas por los enanos, se cremaban; otros se sepultaban. Unos más se momificaron según las enseñanzas de los elfos y algunos más, con la llegada de la taxidermia en 1800 de la Cuarta Era, se prepararon para exposiciones en museos y circos ambulantes.
Los primeros hombres recordados, los habitantes de Tenochtitlán, creían que había varios caminos para los muertos, aunque sólo se recuperaron dos de estas creencias y me limitaré a ellas. La primera es para los que morían ahogados, por consecuencia del agua —picaduras de mosquitos, que se reproducen cerca de charcos, por ejemplo— o por un rayo llegarían a Tlalócan, un reino de agua y oro en el que la Estación de la Tierra no tenía fin. Animales y plantas de todo tipo serían sus compañeros para la eternidad. La segunda era el Mictlán, un lugar de tormento en el que fuertes vientos mezclados con fragmentos de obsidiana cortarían las almas de los fallecidos por el resto del tiempo. Otros peligros del Mictlán incluían cadenas montañosas en constante colisión unas con otras y ríos de sangre habitados por jaguares. Si había más destinos posibles en su mitología, se perdieron con el tiempo.
Los Orcos
Los Orcos, aunque llegan a vivir 200 ciclos, son muy similares a los humanos en su concepción y en sus características generales. El embarazo de las orcas duraba hasta 7 meses, pero lo común estaba en los seis. Ambos sexos de la sociedad orca entraban en combate como parte de las Legiones, lo que solía terminar con la vida de los individuos antes de que cumplieran su paso natural por las tierras del mundo. Los orcos de la Primera Era, aunque podría pensarse lo contrario, eran aficionados la escritura, pero no a la lectura y solían escribir sobre las cosas diarias y sus aventuras en Utgard y el resto de Úrim. De ahí que muchos de los tomos que se guardaran en Dor’Anmak fueran casi en su totalidad crónicas y, sobra decirlo, un tesoro invaluable para los historiadores. Aunque no tienen una gran calidad, los eventos que registran abarcan casi todos los ciclos que hay de existencia. Los autores no solían poner nombres a sus obras. El muy raro caso en que esto sucedía era cuando un autor, volcado por completo a su oficio, abandonaba las armas y se transformaba en escritor profesional. De esta rara clase de orco casi no se conocen representantes en la Primera Era.
Los orcos son criaturas corpulentas, casi de la misma estatura que los humanos, pero mucho más fuertes y con mayor resistencia a correr en campo abierto. También son más violentos por naturaleza, pero muy pocos lo son al grado de la estupidez. Suelen ser muy rencorosos, aunque aprecian las amistades sinceras con una lealtad indisoluble. El color verde de sus pieles —que va desde los tonos más claros hasta un verde negruzco— contrasta mucho con el color plateado de las armaduras que han portado durante casi toda su historia. Los orcos son los grandes conquistadores de Úrim, junto a los humanos.
Dicho un poco —pues lo demás se irá viendo a lo largo del presente libro— sobre las razas de Úrim, es justo que se hable de la magia.
Comentarios