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1.3.1 Las Escuelas Elementales

Cada raza tiene, o tuvo, mejor dicho, un vínculo especial con cada elemento y, aunque podía aprender conjuros y hechizos de las otras escuelas, un humano dominando la hidromancia, aun cuando la hubiera elegido de niño, jamás tendría el mismo poder que un gigante ni que un piromante nato, por lo que era raro ver a magos ajenos a la raza dominante de un elemento. Dentro de las escuelas elementales existen, o existían hasta el final de la Tercera Era, la Geomancia, la Piromancia, la Hidromancia, la Electromancia y la Aeromancia, que abarcan las escuelas elementales y una última, surgida, o más bien, resurgida a fines de la Primera Era: El Druidismo.   La Geomancia manipulaba la esencia de las piedras. De una vena de carbón los geomantes más avanzados podían extraer zafiro o rubí según les pareciera. Pero no terminaba con esto. En una planicie, los geomantes harían cuevas; en las cuevas abrirían grutas y en las costas podían crear o destruir los fiordos según les pareciera oportuno. Los casos más sobresalientes eran las erupciones volcánicas coordinadas o el cese de las mismas si éstas representaban algún peligro para las sociedades circundantes. Sobra decir que las construcciones y artesanías enanas, durante miles de ciclos, se aceleraron enormemente y no encontraron rival en las otras razas del mundo. Los geomantes de las eras posteriores habrían de servir en la guerra; se recuerda con especial repudio al geomante Jørmund, guerrero de la Primera Era, por su sadismo.   Algunos elfos relatan que los geomantes levantaban escudos de granito cuando se acercaba la lluvia de flechas, y que nadie, salvo otro geomante, podía igualar el dominio de la roca que les fue otorgado a los enanos. Las paredes y las murallas preferían el asedio de las catapultas y los trabuquetes que la maldición de los geomantes. En la época de esplendor de Gal’Naar, sin embargo, la geomancia fue un arte noble que se enfocó a la construcción y al comercio de artesanías de calidad extraordinaria.   La Piromancia fue descubierta por los hombres también en la Primera Era, y, aunque no recibió la bendición de su Guardián, sí tuvo la de los Dragones. Los piromantes se volvieron orgullosos y eran la vanguardia de casi todos los ejércitos de Muspel, es decir, de las ciudades de Granada, Toledo, Dhabi y Midgard. Los piromantes fueron conocidos primero como “incendiarios” y “el fuego vivo”, cosa que se tratará en el capítulo dedicado a los humanos, y luego como piromantes. Uno de los hechizos más temidos de los piromantes era la combustión a fuego lento que es, en esencia, la inversión de la combustión espontánea. Los piromantes expertos podían manipular el viento a través del calor, y llevar una llama hasta los pulmones de las víctimas, donde se iniciaba una reacción en cadena con el aire de los pulmones; el suicidio bélico, llamado suicidio piroclástico, fue una arma desesperada muy temida por los enemigos de los humanos y consistía en hacer hervir cada una de las células del mago y desatar una explosión tremenda. Ésta era potenciada por el número de magos que se sumaran a una sola bola de fuego: un solo hombre podía ser peligroso, pero cientos eran devastadores. La Electromancia, también dada con la bendición de un Guardián, se les confirió a los Orcos. Los clanes orcos, nómadas ya mucho antes de la Regéneis, recibieron una tierra verde, abundante en agua y ríos. Su primer asentamiento se llamó Shurub’Gul, a 9,000 kilómetros al suroeste de Bael-Ungor. La vida de los orcos se tratará más adelante; baste por ahora saber que los shamanes orcos fueron conectados con los relámpagos y utilizaron su poder para alterar el clima de Shurub’Gul y, principalmente, para la guerra. Un electromante hábil podía hacer correr descargas eléctricas entre varios objetivos; los maestros podían llamar tormentas que arrojaran truenos sobre las huestes enemigas. Algunas de las habilidades más extraordinarias que se les atribuyeron a los electromantes fueron las de rodear sus cuerpos con energía eléctrica pura, creando escudos muy efectivos para el combate cuerpo a cuerpo y la de disiparse a voluntad y volver a materializarse a la distancia —este sería efecto de canalizar la electricidad hacia dentro y no hacia afuera.   La manipulación de la energía eléctrica les dio también la capacidad de alterar los campos magnéticos y, en algunas leyendas menos fiables, materializar objetos metálicos a voluntad, incluyendo y no limitándose a flechas, armaduras, arcos, ballestas, espadas, monedas o transportes. Junto a los elfos y a los humanos de la Segunda Era, los orcos ganaron reputación de asesinos silenciosos y corredores de la planicie y, aunque hábiles en tierra, los electromantes encontraron su punto fuerte en las batallas navales o donde quiera que hubiera agua, algo que también se descubrió fortuitamente.   La Hidromancia, aprendida de Ishtar por los Hijos de Ymir, fue, para muchos de los historiadores de la Academia, una de las escuelas mágicas más poderosas que existieron en Úrim, pues poseía la misma capacidad para crear y curar que para incapacitar y destruir. Un maremoto conjurado por los gigantes, un ciclón o una tormenta de hielo podía herir, alentar o matar a grandes ejércitos. De los gigantes, empero, no se conocen excesos que rivalicen con los de los piromantes, pues no estuvo nunca en su naturaleza ser tan inestables como los hombres o los orcos; antes se conocerían miles de curanderos del pueblo de Jotunheim que un solo guerrero. El único que se desvió del camino general del pueblo de los gigantes fue Nergal. De él se hablará con abundancia entre los capítulos 7 y 14 de este libro, la Primera Era, cosa que espero me perdonen mis colegas de Jotunheim al reencontrarme con ellos en el Ginnungagap.   La última escuela directamente elemental es la Aeromancia de los Elfos. De los aeromantes se sabe que corrían a la velocidad de los ciclones y, aunque comparable a la piromancia, los elfos dejaron en claro que tenían el poder de aplastar a los humanos si se les provocaba. De los aeromantes, los hechizos más comunes fueron la invocación de ciclones y ráfagas para torcer los árboles y la fricción del viento consigo mismo para la creación de tormentas eléctricas. La Aeromancia élfica, sin embargo, fue canalizada hacia dentro, a diferencia de las otras cuatro escuelas elementales. Los Elfos, pues enfocaron la magia en el individuo y no en el mundo, aprendieron a hablar la lengua de los animales y de las plantas; a escuchar y moverse sin ser oídos. Los cuentos primitivos de los humanos hablaban de fantasmas y entes invisibles que habitaban los bosques y tras la Gran Guerra, el uso de cuchillas de viento fue un arma común en las huestes élficas.   El Druidismo fue una rama de magia poco común y muchos dudan de establecerla como parte de las escuelas elementales porque trata con los árboles y los animales antes que con los elementos; sin embargo, para algunos más, es evidente que se habla también de fuerzas de la naturaleza y no de sus reglas, como sí lo harían las Escuelas Físicas, descubiertas entre la Segunda Era y la Tercera. Se sabe que en la Protohistoria hubo grupos de druidas que formaron bosques y selvas pero que tanto árboles como animales dejaron de obedecer el llamado de sus amos tras la Protoguerra, donde se cometieron excesos brutales por cada una de las razas del mundo. Los cuentos afirmaban que árboles se alzaban y caminaban a la orden de los druidas, y que enjambres completos devoraban a los enemigos del bosque. No se volvería a ver a un druida en Úrim hasta la aparición de Jacobo de Vahamonde, el primero después de la Regénesis.

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