3. Despertar e Historia de los Enanos
No se sabe con exactitud cuántos ciclos pasaron entre el fin de la Regénesis y el primer ciclo de la Primera Era. Se sabe, sin embargo, que Kósmon y sus Guardianes protegieron a las razas de Úrim haciéndolas caer en un sueño pesado del que no despertarían sino hasta que terminaron sus trabajos. Para entonces, casi toda muestra de guerra y ciudad alguna o había desaparecido o había sido borrado de Úrim por los Guardianes. A cada raza se le llevó a diferentes puntos del continente para evitar conflictos y para que cada una pudiera madurar su pensamiento antes de que todas ellas volvieran a conocerse. A los orcos se les llevó al oeste. A los humanos, al este. A enanos y gigantes al norte y a los elfos se les dejó en el centro. Al sur no habitó nadie en un principio. Se cree que todas las razas despertaron al mismo tiempo, muchas de ellas con apenas oportunidad para traer nuevas generaciones a Úrim. En este capítulo se hablará de los hijos de Odín.
El último enano que sobrevivió desde tiempos de la Regénesis fue Ivaldir Odinsson, quien escribiera la tabilla sobre la Protoguerra. Él fue nombrado herrero de los Guardianes y maestro de las Runas —símbolos mágicos que utilizó su pueblo y que serían utilizadas también como letras dentro de su escritura— y fue el primero de una larga lista de geomantes que habitaron bajo las montañas de Úrim. Pasó sus últimos cuarenta y dos ciclos regalando sabiduría y consejo al último rey de Bael-Ungor, su hermano, Mjødvitner Odinsson. De los Odinsson descendería, dos generaciones después, el linaje de los Runnenseele.
El nuevo rey, Mjødvitner, mostró su soberbia apenas tocó el trono y, aunque conocía poco de las Runas, quiso imponerse a su pueblo. Ivaldir, consciente del peligro que representaba, intentó escapar de la ciudad para proteger tanto su conocimiento de las Runas que le había otorgado Odín —conservado en las Tablillas de lo Presente— como a su hijo Radsvinn, a quien escondió con unos taberneros. De ellos, Radsvinn aprendería el gusto por la poesía y por el canto. Del asesinato del Gran Maestro de Runas se conocen algunos hechos aislados, citados a continuación: Se sabe que jamás pudo salir de Bael-Ungor. También se sabe que fue envenenado con Acontium , pues este es el único veneno que puede dañar los órganos de roca de los enanos, y que bastó una puñalada para inyectarle una dosis letal. El ciclo aproximado de muerte de Ivaldir es 340, aunque es casi seguro afirmar que el maestro de las runas tenía sospechas desde mucho antes y, por no acelerar el plan de su hermano, prefirió quedarse a una muerte segura, dándole prioridad a la educación de Radsvinn y a establecer una estructura que aguantara la pérdida de uno de sus líderes.
Cuando murió Ivaldir, Mjødvitner le arrebató el resto del conocimiento de las runas a su hermano. Mandó construir una gran forja, llamada la Forja de Runas, para continuar sus experimentos, basados en las tablillas que les heredara Odín. Descubrió cómo dotar de energía vital a las piedras y cómo darles voluntad. Casi todas ellas perecieron bajo su martillo de hierro. Ninguna de ellas estaba hecha para vivir. Ninguna era lo suficientemente buena para albergar la esencia de un dios. Al cabo de varios ciclos de rumores y habladurías entre los enanos, Bael-Ungor conoció al ídolo vivo, Mekános, creado por el nuevo maestro de las runas. Ésta, una máquina con voluntad propia, fabricada con parte de la Devoradora de Cadenas y restaurada con piedras creadas en la Forja de Runas, fue presentada como la nueva Guardiana del pueblo de la roca. La creación fue agradable a los ojos todos los enanos, pero ésta no tardó en revelarse contra ellos. Mekános estranguló al rey Mjødvitner y arrojó su cuerpo muerto desde la entrada del palacio de Bael-Ungor. El cadáver rodó por las escaleras y su capa se atoró con una de las antorchas que conducían a la entrada, prendiéndose como una hoguera. El constructo se elevó de entre el humo del rey. Mekános pronto se hizo alabar como si fuera un dios y muchos de los habitantes de la montaña lo siguieron intentando salvar la vida y perdiendo, en el camino, cualquier atisbo de voluntad.
Mekános extendió su corrupción a lo largo y ancho de Bael-Ungor y se apoderó de la Forja de Runas, creciendo, alimentándose del hierro y el acero que le ofrendaban, aterrados, los enanos. Se apoderó de toda la ciudad, aunque fracasó en salir de las grandes cordilleras del norte, detenido por los Guardianes. Esta batalla será recogida por los elfos en los grabados de Yggdrasill y se citan las partes más importantes de las Memorias de Shepsut, testigo presencial de la batalla contra Mekános:
11,000 elfos acompañamos a nuestra madre y Guardiana, Nut, que se había manifestado sobre el mundo como un velo de oscuridad en el que se veían las estrellas; como si hubiera descendido un mar de noche. Los otros cuatro […] del durmiente Kósmon, también estaban ahí. Quetzalcóatl era una serpiente de dos kilómetros de largo, adornado cada centímetro con cientos de plumas de colores, que se movía en el aire como una anguila se movería por el agua. Coronaba [...] similar a un dragón. Yog-Sothoth, el Guardián de los orcos, aparecía como una masa de tentáculos y ojos dentro del vientre de estrellas de Nut. Odín eligió la forma […] vestido con pieles de oso y un yelmo de acero que cabalgaba un caballo de ocho patas, al que le oímos llamar Sleipnir. Dos cuervos volaban con él, que portaba una lanza de nombre Gungnir. Ishtar, la Guardiana de los gigantes, apareció como una mujer alada con pies de águila y montaba a Quetzalcóatl. El recorrido que haríamos hacia Bael-Ungor en más de sesenta días lo recorrimos en veinte minutos, empujados por el viento de Nut.
[…]No sabría decir si era una máquina o una montaña […] [kiló]metros sobre los árboles de Glitnir. El Constructo había abierto los montes desde dentro, como si el corazón reventara el tórax para salir rugiendo al mundo. Tanta fue la impresión que causó Mekános en todos nosotros que los Guardianes nos pidieron mantenernos al margen. [Quetzalcóatl y Odín] se acercaron a la máquina […] iniciales: el Impostor había arrancado la Forja de Runas del corazón de Bael-Ungor y se la clavó en el pecho, a falta de uno propio. Más allá del juguete que fabricaron los enanos al principio, Mekános había crecido miles de veces su tamaño original, y empleó todo a su paso para construir su cuerpo, un exoesqueleto de roca y metal que a duras penas podía mantenerse unido. Si tenía forma, no sabría definirla. A veces parecía un monte; otras, una esfera que gemía al mover sus brazos de hierro y de obsidiana o dar un paso. Una tremenda corriente eléctrica procedía de la Forja de Runas y cruzaba cada uno de los nervios de acero del Constructo. Sí; no me engañé: tenía alrededor de dos kilómetros de alto y respiraba como un fuelle de ira. Incluso las nubes que rodeaban los puntos más altos de Bael-Ungor eran aspiradas por la Forja para salir transformadas en tempestades.
[…]fue rodeado por el vapor de Nut, que servía de conducto para su hermano, Yog-Sothoth. Los tentáculos del Guardián sujetaron los brazos de Mekános, mientras Ishtar y Quetzalcóatl detenían las ráfagas de fuego y trueno que lanzaba el constructo. Odín, desde la distancia, arrojó la lanza Gungnir hacia el pecho de la criatura. Una explosión cimbró el mundo y el exoesqueleto se desplomó. 4,000 toneladas de acero y roca llovieron, exponiendo al Impostor. Los [Guardianes tomaron al] […] y lo encerraron en el corazón de Bael-Ungor, donde antes estaba la Forja de Runas, perdida para siempre.
7,000 candados forjaron Odín y sus hermanos, y 7,000 agujas le fueron clavadas al cuerpo. Cuatro clavos lo sujetarían eternamente a las plumas de Maat, la Verdad, para que no escapara. Bael-Ungor sería su sepulcro perpetuo y los culpables serían exiliados. No sabríamos más de los enanos. Los Guardianes tuvieron que reposar, pues la batalla de aquel 436 […]
Los enanos fueron desterrados como castigo, y los Guardianes los maldijeron en el ciclo 433 de la Primera Era con la muerte si acaso volvían a poner un pie en aquella tierra. Y lloraron las columnas y piedras que dejaron atrás, y, como el viento que forma los ciclones, perduró durante varias generaciones el recuerdo del hogar perdido. Poco después de la derrota de Mekános, los Guardianes crean a los Elementales.
El grupo que partiera de Bael-Ungor no tardó en dividirse, y surgieron tres grandes líderes: Radsvinn Ivaldsson y los hermanos Nidhogg y Fenrir Nordstein. Lo que se sabe de los Nordstein durante este periodo es poco: Fueron un clan guerrero, importante antes de la Regénesis pero caído en desgracia después de ésta. Los Nordstein, incapaces de readaptarse a la vida civil, continuaron sus prácticas guerreras y constituyeron, hasta antes de la separación, el único ejército de hecho de los enanos. Los hermanos Nidhogg y Fenrir Nordstein fueron la élite de los guerreros bjørn y se hablará de ellos, su metalurgia, logros y de sus descendientes en la Segunda Era. Lo importante hasta este punto es el conflicto que hubo entre ellos y Radsvinn y el despojo del ejército antes de abandonar definitivamente la sombra de Bael-Ungor. Los Nordstein partieron hacia el sudeste, adentrándose en los hielos perpetuos de Eisgrind, camino a Glitnir, y Radsvinn llevó a los suyos al oeste, a donde sabía gracias a su padre, Ivaldir, que habitaban los gigantes antes de la Regénesis.
Los gigantes avistaron a los enanos alrededor de Terra de 434, se compadecieron del pueblo caído y los acogieron en Uruk, donde aprendieron el arte de la filosofía. Los enanos permanecieron con los gigantes durante casi 90 ciclos, en los que, poco a poco, regresó la añoranza de la tierra y el olor de las minas. El gran terremoto de 449 sólo acrecentó estos anhelos, sintetizados en un poema del ahora skald Radsvinn, “Jordskalv in Vindtid”.
Un golpe, un grito, un quebrantarse el agua;
una tormenta que la Tierra toca.
Una estocada al mar con daga acero
que vomita un volcán y se sofoca.
El Océano herido se retuerce
y del Abismo el cuerpo desembroca;
se revienta las venas en la huida
y se arranca la piel de espalda a boca.
Se ha desplomado el cuerpo de los lagos
y el suelo se volvió cual ola en roca.
El gigante Gilgamesh dio su palabra de que serían escoltados a donde quisieran y sugirió encaminar al pueblo de Radsvinn al epicentro del Gran Terremoto, calculado en poco menos de 300 kilómetros al sudoeste de Uruk. Pocos meses después, la formación rocosa de Gal’Naar, una cordillera, hasta donde sabían, de reciente creación apareció frente a ellos. Cuatro ciclos después, iniciarían su éxodo a Gal’Naar, no sin antes aprender técnicas de batalla de sus protectores. Muchos orcos, llegados desde Shurub’Gul, se ofrecieron como mercenarios para proteger a los clanes enanos en su travesía.
El viaje de los exiliados culminó en 521, cuando arribaron a la cordillera de Gal’Naar. Después de ayudar al pueblo de Ivaldir a construir un asentamiento pequeño, orcos y gigantes regresaron a las ciudades de Shurub’Gul y Uruk, respectivamente. Radsvinn y los suyos cavaron y cavaron en las cordilleras del noreste, rozando ya la región de Vinland, — a 3,000 kilómetros al sureste de su natal Bael-Ungor, después llamadas Gal’Naar, la Montaña Oculta— e hicieron un altar a Odín. Ese mismo ciclo, 521, se inició la construcción de la ciudad enana de Gal’Naar. Dos generaciones de enanos se sucedieron ampliando los túneles, abriendo camino y orando a Odín. El Guardián vio con gusto el sacrificio de su pueblo y permitió que las rocas se abrieran para acelerar los trabajos y permitiéndoles usar de nuevo, aunque muy diluida, la geomancia. Hay varios hechos importantes de este periodo de la historia de los Hijos de Ivaldir que sintetizaré.
Radsvinn, el skald enano, descubriría poco tiempo después de asentarse en Gal’Naar, que los posaderos que lo cuidaron como niño no eran ni su padre ni su tío y que éstos habían prometido a Ivaldir —al que el pequeño Radsvinn llamaba también tío—cuidar de su hijo. Aunque no luchó por asentarse como regente de la ciudad, cosa que su línea de sangre le permitía, su pueblo lo aclamó como líder y adoptó dicha posición con sabiduría y prudencia. En 572, aparece en la historia enana el herrero Brokkr Hammerschmied. En 560, treinta y nueve ciclos después de fundar la ciudad, muere Radsvinn Ivaldsson. Su pueblo lo despidió entre cánticos y antorchas. Ese mismo ciclo se instaura en el poder Brokkr.
Durante el mandato de Hammerschmied, la ciudad de Gal’Naar creció poco, pero se instauró mucho de la infraestructura que aún hoy en día se conserva. Los caminos que llevan de la superficie al corazón del pueblo han sido renovados varias veces, pero el trazo de los mismos data de la Primera Era, así como los acueductos y sistemas de riego. Los enanos, desde los tiempos de Bael-Ungor, desarrollaron un tipo de agricultura dentro de las montañas que aprovechaba el calor de la tierra y la luminiscencia de algunas piedras para poder cultivar. La existencia de estas granjas permaneció oculta durante muchos ciclos, lo que llevó a muchos a afirmar que los enanos habían superado la necesidad de alimentarse. Gracias al trabajo de Brokkr, los enanos pudieron consolidar su dominio de la montaña. Brokkr dimitió en Venus de 675 de la Primera Era y enfocó sus esfuerzos en establecer, primero, la Gran Forja de Gal’Naar, obra concluida en 679, y, segundo, en mejorar la metalurgia de la ciudad.
Según sus contemporáneos, su objetivo era sobrepasar la calidad del acero baélico, un metal que se decía podía canalizar las mágicas energías de la geomancia a través de él. Brokkr y su hijo Jølner Hammerschmied lograron tal hazaña hacia el 687. El acero galnárico fue vital en la expansión enana de la Segunda Era, cosa que se tratará a su debido tiempo, y los patrones ondulados que se formaron en el acero, tras la forja de las armas, han sido apreciados prácticamente en todas las Eras y culturas. Los Hammerschmied fueron, desde entonces, los patrones herreros, y la Gran Forja el nuevo corazón de los reinos enanos, fundiendo entre el calor de su acero y el golpe de sus martillos el doloroso recuerdo de la Forja de Runas. Quienes la han visto prometen regresar por lo menos una vez en la vida a contemplarla, y no es extraño ver peregrinos partiendo de varios puntos de Úrim a las montañas de Gal’Naar aún en nuestros días. Las dimensiones de la Forja, si no pudieran comprobarse de manera directa, suenan a alguna historia rescatada de la Protoguerra: Sumergida a más de 900 metros bajo tierra, el acero caliente caía libremente por casi noventa metros, hasta llegar a una gran reserva de acero fundido. Desde aquí, unas grandes piletas de granito elevaban el metal fundido y lo llevaban a una plataforma central, donde cientos de enanos golpeaban y templaban los diferentes grados de acero. La existencia de la Gran Forja, sin embargo, permaneció oculta hasta la Segunda Era, donde desempeñaría un papel fundamental.
Einar, hijo de Radsvinn, reclama el trono de manera pacífica en Terra de 675. A Einar Radsvinsson Odín le reveló, una vez más, las runas hacia el ciclo 734 y cedió el dominio absoluto de la piedra al mismo. Einar enseña a su pueblo la geomancia. Cambia su apellido por el de Runnenseele para indicarle al mundo su alianza con la tierra y con su Guardián. Entre sus borracheras, cánticos de taberna, forjas y martillos, el pueblo de los hijos de Ivaldir prosperó y redimió la pérdida de Bael-Ungor. Einar moriría en 857, no sin antes haber engendrado a Skallargrim Einarsson Runnenseele, líder de los enanos hasta 939 en la cordillera de Gal’Naar, el hogar de los enanos.
Los enanos más viejos hablaban de vez en cuando de la “gloria pasada” y de las magníficas construcciones de Bael-Ungor y los campos de Eisgrind; de las fórmulas y encantamientos perdidos en las Tablillas de los Presente, que se quedaron en Bael-Ungor, pero también a ellos terminó por olvidárseles que habían sido expulsados de una ciudad que apenas recordaban. Gal’Naar creció. Durante casi 300 ciclos, los enanos cavaron, cantaron y expandieron las galerías. Decenas y luego miles de edificios llenaron las cordilleras. Los engranajes de Gal’Naar aumentaban su ritmo y las calderas que se encendían sólo de día pronto tuvieron un fuego perpetuo, alimentado por los Hammerschmied, la Gran Forja y el brillo de los cuarzos y la pirita. Los enanos, contentos en su ciudad y conscientes del fruto de su trabajo, habían olvidado por fin la pérdida de Bael-Ungor.
Del Oeste les llegó la noticia de que los Orcos marchaban a la guerra contra los Elfos alrededor del ciclo 780 y al sudoeste, en la ciudad gigante de Lemuria, sabrían de la creciente preocupación, hacia el ciclo 880, de su amigo Gilgamesh, fundador de las ciudades de Jotunheim —jotun quedaría como sinónimo de gigante en los siglos por venir— y Lemuria, desaparecida en la Tercera Era. Del Este, de los Despojos, jamás llegó noticia alguna. Les pareció, desde que se asentaron, que la tierra que colindaba con la suya estaba maldita; les bastó ver los eslabones clavados en la tierra para deducir que era un augurio de una peste inimaginable.
Los más bravos se adentraron apenas unos kilómetros para regresar siempre con la noticia de que toda la vida había sido hervida por quién sabe qué fuerzas y que un yermo de carbón se extendía hasta donde alcanzaba la vista. También decían que el suelo estaba regado de huesos y que a la distancia se veían las ruinas de una construcción monumental, tal vez la última construcción que conoció la vida sobre aquella tierra calcinada. Ninguno se atrevió a verificarlo, y el rumor persistió por generaciones, hasta que se olvidó que existía una tierra detrás de las cordilleras.
El rey Skallargrim, sin embargo, poco contento con el aislacionismo al que su padre Einar había llevado a su gente—aunque era por protección y temor de lo que existía más allá de la seguridad de sus cuevas—, comenzó a retomar las relaciones con Uruk, y supo, por los gigantes, que el amigo de su pueblo, Gilgamesh, había viajado muy al sudoeste. Hacia el ciclo 880, Skallargrim buscará retomar las relaciones con los elfos, y se enterará de cosas mucho más sombrías. Desde Gal’Naar habrían de marchar a la guerra los primeros geomantes, liderados por el joven rey y apoyado por los hijos y nietos de Jølner Hammerschmied, Draupnir y Eitre.
Comentarios