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Aenath

  Raza: Elfos Silvanos   Colectivo: Místicos de Athel Loren
  Y allí estaban, cabizbajos y cubiertos por el hollín de la explosión, iluminados por las verdecinas luces de Mordheim. Hacía pocos minutos que todo había acabado. Las heridas de la batalla se habían vuelto insulsas ante aquello que acababan de presenciar. La extraña compañía había perdido a dos de sus miembros, no a causa del acero, sino por poderes mucho mayores. ¿Qué importaba ahora la misión si ninguno tenía fuerzas? ¿Alguno de sus compañeros podría estar pensando en seguir? ¿Por qué le importaba tanto el destino de la humana y el enano? A fin de cuentas, habían salido ganando. Ahora el Dios del Caos estaba sellado gracias al sacrificio del enano, precio que en otro tiempo le habría parecido irrisorio, incluso una doble victoria. Pero no podía dejar de pensar en los compañeros que ahora mismo le miraban desde sus tumbas de piedra. Nadie que no hubiese estado allí sabría que fue de Aurora y Randall, pero no podía permitir que su sacrificio fuese en vano. Aun había muchos frentes abiertos, lugares del mundo que precisaban de ayuda. El propio mundo.     Los días fueron pasando y todos abandonaron aquel tétrico monumento al sacrificio enano. No encontraron rastro de su misión ni pareció importarles. Aenath dejó la ciudad al segundo día, una vez que hubieron podido salir de allí sin perjuicio. No hubo despedidas, parecían sobrar en aquel instante. A pesar del momento, estaba convencido de que seguían pudiendo actuar, de que todavía había muchas cosas por hacer. Con este pensamiento en mente, cabalgo hacia lo que había sido su cuartel para informar del destino de la misión. Sin tener que seguir el paso, Kirian volaba por las llanuras y bosques del Imperio, por lo que llegó a la Inspección de Tierras y Viñedos en poco tiempo. La noticia no era larga de contar, pero si era dura. Galdorf Frey escuchó el relato del elfo y esperó hasta el final para hacer sus preguntas. El sello de Malal no pareció satisfacerle mucho, pues también le resultaba inquietante. Cuando hubieron terminado, ambos parecieron confirmar el fin de la compañía. No obstante, Aenath todavía quería ser útil. Habló con el hechicero respecto a su encuentro con Teclis y al interés de este por el pergamino. Creía que aquel hechizo podría serles de mucha ayuda para la guerra que se avecinaba y en el estado actual en el que se encontraban cualquier ayuda sería bien recibida. Frey se mostró reticente al principio, pues desconfiaba del archimago elfo, pero se ofreció a ayudarle en lo que pudiese para contactar con él. Luego estaba el “otro” asunto. Durante sus nuevos días en el mundo, Aenath había conocido al que habría de ser su enemigo. Su existencia representaba la corrupción de la magia para fines malévolos y sus acciones siempre parecían enfrentarse a las del elfo. “Si así ha de ser, será” pensó. Sabía que en sus estado actual no podría enfrentarse a “la pesadilla”de Tzeench sin sucumbir bajo su yugo. Por eso debía enfrentarlo a pequeña escala, trastocar sus planes y prevenir sus acciones. “Con eso si que puedo ayudarte más” dijo Galdorf. Habrían de ser años duros, años de trasiego e investigación, pues no se había marcado metas fáciles, pero Aenath pensó que era lo correcto, era lo que había que hacer. Si el enano era capaz de dar su vida por este mundo, él no iba a ser menos.   Los días pasaban y no había rastro del mago elfo. Galdorf le había asegurado que sus informantes le habían contactado y había accedido a reunirse con Aenath en Harrlenton, lejos de miradas indiscretas. Allí, sin embargo, nadie parecía querer entablar ninguna conversación. Cuando llegó levantó alguna mirada inquieta, pero nada más. Fingió su partida y se quedó en el pueblo esperando a Teclis, pero este no había mostrado ninguna señal de estar esperándole. Los primeros días peinó la ciudad para buscar un rastro pero no hubo suerte y la magia tampoco resultaba. Pasó una semana buscando rastros de magia, rumores o huellas en los terrenos salvajes, pero nada. “Quizás no he buscado lo que debía” caviló. Extendió su percepción más allá de sus sentidos y de pronto ahí estaba. Buscando rastros mágicos no se percató de la ausencia de esta en una pequeña parcela de la villa. Un punto luminoso en la oscuridad, atrayente como una llama para aquellos capaces de percatarse. Una vez allí, dejo fluir los vientos de la magia, atravesando inmediatamente un portal. “Has tardado más de lo esperado, Aenath”. Teclis estaba situado en un pequeño estudio con lo que parecían mapas e instrumentos cartográficos, componentes alquímicos y artefactos que danzaban en torno a él. “Sin embargo, el tiempo que he podido investigar no ha sido en vano” y acercó a Aenath un mapa con más de una centena de puntos marcados.   ¿Qué son? ¿Lugares dónde podrían estar los otros fragmentos del pergamino?  –No parecen demasiados sitios que visitar, si empezamos por este cuadrant…   Son los lugares que “podrían” tener información sobre dónde “podría” estar uno de los fragmentos. Esta búsqueda es más compleja de lo que crees. Si de verdad quieres ayudarnos, revisa esos lugares a fondo y reúne migajas que luego pueda convertir en algo sólido   ¿Qué sabemos acerca del pergamino? ¿Sabemos acaso si el hechizo sigue siendo viable? – Aenath miraba a todas partes y a ninguna al mismo tiempo – Me gustaría disponer de la información más detallada para no dejar flecos sueltos que nos amenacen.   Teclis miró fijamente al silvano como si evaluase la conveniencia de sus palabras. Finalmente, habló: Los pergaminos que buscamos pertenecen a la época de los antiguos, cuando los más jóvenes entre los hombres lagarto poblaban la tierra. En aquella época los ancestrales mantenían conversaciones con sus siervos y estos las conservaban en tablillas de piedra. Más razas comenzaron a desarrollarse, pero conforme el mundo ebullía de actividad, así lo hacían los vientos de la magia. Perdieron el control, y los portales del Caos se desataron. La historia es conocida, Aenath. Los portales de sellaron. El Caos se mantuvo en calma durante siglos. Fin   Entonces… En esos pergaminos se encuentra el hechizo para conseguir cerrar dichos portales – una esperanza cruzó fugazmente la mente del elfo. ¿Es seguro?   Más seguro que tener a esas huestes pululando por la tierra. Además, no es la primera vez que se lleva a cabo. Hace milenios, cuando mi antepasado Aenarion se enfrentó al Caos, los magos elfos se congregaron para sellar sus portales. De no haberlo hecho, la historia habría sido muy diferente.   ¿Usasteis el hechizo de los pergaminos?   No hizo falta. Los archimagos elfos de aquel entonces disponían del conocimiento y el poder necesarios para conjurar esa fuerza por su cuenta. Intuyo que, con la formulación original del hechizo, sus vidas habrían sido menos expuestas.   Entonces si no morimos buscándolo igual morimos conjurándolo – preguntó levantando una ceja ¿Hay alguna otra salida? Los reinos de los hombres han sido enormemente debilitados y no pasará mucho tiempo hasta que los ejércitos del Caos se coman sus diferencias y comiencen a actuar como uno solo.   ¿Y si ya lo han encontrado ellos? ¿O ha sido destruido antes? Es embarcarse en una búsqueda que podría llevarnos a una gran pila de cadáveres humeante durante mucho tiempo. No es tan fácil de destruir, ni el Caos sabe de su existencia. No de momento. Tu “amigo de Tzeench” ha estado haciendo indagaciones, pero ni se lo huele. Aun así, existe la posibilidad de que tengamos que realizar una carrera a contrarreloj para reunirlo sin levantar sospechas. De todas formas, no hace falta que vayas. Has sido tu quien ha ofrecido su ayuda. Esto es lo que hay por el momento.   Aenath sabía que la paciencia del elfo tenía un límite, aunque ya había decidido su respuesta. Iré y te informaré de lo que encuentre. No dudo de la viabilidad de esta misión, pero debemos saber a qué nos enfrentamos. Teclis le hizo una señal de aprobación mientras recogía el mapa con los puntos señalados y se lo entregaba. Cuando hubieron terminado de acordar los procedimientos para volverse a encontrar, cada uno partió en una dirección. Sin embargo, el corazón de Aenath albergaba una nueva esperanza, pues si este hechizo era capaz de aquello, existía la posibilidad de volver a Mordheim para algo más que una visita.   ¿En qué momento aquello le había parecido una buena idea? Llevaba dos meses entrando y saliendo de ruinas plagadas de engendros, goblins y algún que otro habitante de las profundidades. Y todo para nada. Una búsqueda infructuosa por el momento. Las ruinas más accesibles de Elthin Arvan ya habían sido desvalijadas hace mucho, por lo que únicamente quedaban allí vestigios de lo que en algún momento fue el orgulloso territorio élfico. “No hay más que tierra profanada y nostalgia en estos restos” pensaba continuamente Aenath, mientras escudriñaba cada palmo de las ruinas por si encontrase alguna hebra mágica de la que poder tirar. Nada por el momento.   El bosque de Arden no aportó ningún otro descubrimiento, ni ninguna inspiración sobre dónde buscar. Otro tachón en el mapa y a revisar el siguiente punto. Sabían de la complejidad de la búsqueda, pero ello no aminoraba la fatiga mental que suponía andar sobre aquello que ya se había revisado millones de veces. Los humanos ansían los tesoros de los elfos, razón suficiente como para explorar aquellos enclaves a pesar de los peligros que suponían. Si quería encontrar algo quizá debía buscar en los lugares donde los humanos aun no hubieran conseguido entrar. Lugares donde su pueblo moraba y guardaba sus más absolutos secretos. No quedaban muchos lugares así, pero debía intentarlo. No estaba lejos de las ruinas de la Torre del alba, un lugar que amedrentaba a los bretonianos desde tiempos inmemoriales. Había sido la residencia de varios magos élficos y aun quedaban muchos de sus guardianes en ella. Algún duque intentó penetrar en sus murallas con varios caballeros, pero terminó sucumbiendo al poder de la torre. Parecía un buen lugar por investigar.   Penetró en los muros de aquellas ruinas y consiguió acceder a los pisos más recónditos. Hasta el momento no había encontrado ninguno de los defensores de la torre lo cual le inquietaba más que aliviaba. Había rastreado magia hasta un lugar del enclave dónde parecía no haber nada. La magia comenzó a crepitar mientras iba siendo deshilada. Un trabajo demasiado fino como para realizarlo con prisa, por lo que Aenath dispuso todas las medidas para evitar ser asaltado durante el proceso. Pero nadie vino, ni criatura ni engendro ni creaciones mágicas. ¿Dónde estarían aquellas criaturas de las que hablaban las historias? La magia dio lugar a un descenso que profería cierto olor a humedad pero que parecía disponer de cierta luz. Desenvainó a Fragua y se introdujo en la cavidad.   ¿Trasgos? ¿Aquí? El pasillo daba lugar a un vergel absolutamente artificial que desentonaba con el resto de la Torre; un gran grupo de trasgos, trastolillos y neblinas habían hecho de este su casa parecía ser. Aenath bajó la espada y llamó su atención. Los pequeños seres comenzaron a rodearle y a estudiarle. Pronto, uno más grande se acercó al elfo y le saludó con una reverencia: “Bienvenido a casa, señor. Llevamos esperando mucho tiempo a los verdaderos señores de Shahrn Arivae.” Aquellas palabras sonaron extrañas a oídos del elfo. ¿Mucho tiempo? ¿No había vuelto ningún elfo aún a la Torre? “No sois el primer señor que viene, pero si el primero en acceder al corazón de la torre. Hacía mucho que no veíamos tal magia” Muchas más preguntas salieron de la boca del elfo, pero todas ellas tenían una respuesta lógica: la torre había sido el enclave de un gran concilio de magos que habían desarrollado un especie de complejo zoológico para disponer de lugares y cercanía a las especies que mágicas que querían estudiar. “No a nosotros, por supuesto. Nosotros éramos meros sirvientes”. La caída de Elthin Arvan significó el abandono del complejo. En un principio los especímenes resultaron violentos y merodeaban la torre donde habían sido atados mágicamente, pero conforme pasó el tiempo los vínculos se fueron extinguiendo y las criaturas migraron. Aquellos osados para seguir entrando eran devueltos a sus casas bajo la magia de los duendes, lo que mantuvo la leyenda viva. “¿Y por qué no volvéis al bosque? Sois libres de partir. Por muy bonita que sea una cárcel no deja de serlo” Con una gran sonrisa las criaturas comenzaron a desvanecerse. “Justamente, porque nadie nos había dado permiso”. Aenath se dio cuenta de la crueldad de sus antepasados (o coetáneos según se mire) con aquellas criaturas y no pudo sino desearles lo mejor. La torre no arrojó más pistas a la búsqueda del elfo por lo que en cierto modo pudo considerarse un viaje estéril. Sin embargo, si que alteraría su camino.   Tras la Torre del Alba siguieron otras ruinas que resultaron más prometedoras, aunque siempre eran fragmentos minúsculos de aquello que buscaba. Sin embargo, en el séptimo mes de su búsqueda, cerca de los túmulos élficos del Abismo Negro, se encontraba el templo del dios Embaucador. Loëc lo había ocultado a ojos de aquellos indeseables y alguno de sus acólitos aun peregrinaba allí. “Al menos en mi época” pensó Aenath, pues actualmente no parecía haber ni un alma en aquella gruta. El templo conservaba su estructura y salvaguardas correctamente, pero parecía completamente abandonado. Aún quedaban ciertos relatos tallados en la piedra, pero contaban historias antiguas, de sobra conocidas. Pero hubo una que le llamó la atención. Contaba la historia de las hijas de las estrellas, cinco emplazamientos que habían sido establecidos a imagen y semejanza de la constelación de Asuryan. Sin embargo, había algo que no cuadraba con la historia original. Los lugares donde se alzaban estas construcciones representaban la cinco estrellas de la constelación, pero aquella que correspondía a la ciudad de L’anguille no parecía situarse sobre ella, sino sobre el propio mar. Aquello merecía un estudio más a fondo.   Parecía que tenía un lugar que explorar. El estudio y la búsqueda habían arrojado nueva información sobre aquella quinta torre del mar. El acceso a ella estaba custodiado por dos salvaguardas mágicas, una de ellas en L’anguille y la otra en Lyonesse, formando un triángulo. La búsqueda había derivado en la investigación plena por lo que se dirigió a ambas ciudades para indagar sobre aquellas salvaguardas. Sabiendo lo que buscaba no tardó en encontrar pistas que le condujeran hasta la primera llave. Sin embargo, en su camino se interpuso algo más grande que orcos y goblins. Cuando investigaba las ruinas fue asaltado por una hidra que había hecho de ellas su morada. La lucha fue cruenta y el monstruo se disponía a matarle cuando Aenath se desmayó. Contra todo pronóstico, despertó en aquel mismo lugar, aunque sus heridas estaban tratadas y sentía el calor de una hoguera. “Buena guerra le diste a ese bicho. Si no le hubieras debilitado no sé qué habría sido de nosotros”. Levantó la mirada y vio a un caballero completamente ataviado que se entretenía afilando su espada. “Sir Gadhan para servirle. ¿Qué hace un elfo rebuscando en estas ruinas?”   A partir de entonces la extraña pareja empezó a trabajar en conjunto. Al humano le atraían los desafíos y bregaba por alcanzar el favor de la dama y su señor. Al elfo le venía bien una segunda espada para adentrarse en aquellas profundidades. La cercanía al mar no ayudaba a la investigación, pero le daba al caballero muchos momentos para lucirse. Aenath prefería que luchara el mientras pudiera dedicarse a la investigación. Con el tiempo encontraron la primera de las llaves que conducían a la Torre del mar. La segunda les supuso unos cuantos problemas con ciertos cultos del caos que habían llegado desde el mar de las Garras. No hizo falta que se metieran en sus asuntos para acabar con ellos. Cuanto más redujesen su presencia en los territorios aliados mejor. Sin embargo, el alcance los cultos había llegado hasta el duque y su esposa, por lo que hubieron de manejarse con pies de plomo para evitar ser descubiertos y complicar su misión. Como era de esperarse, la sutileza no era el punto fuerte de ninguno de ellos así que tuvieron que adentrarse en las ruinas élficas mientras huían de cultistas y de la guardia de la ciudad por igual. Pero la suerte les sonrió, pues las criaturas que allí habitaban parecieron conformarse con sus perseguidores mientras ellos pudieron investigar sin molestias. La segunda llave apareció en los restos de un observatorio élfico, donde Aenath además encontró lo que parecía ser la historia relativa a dicho mecanismo. No le gustó lo que leyó, aunque no le dijo nada a su compañero.   Guiándose por las estrellas alcanzaron el punto donde se suponía estaba la entrada al complejo oculto. Había una gran condensación mágica en el ambiente por lo que supo que debía empezar el ritual. Ambas llaves se juntaron formando la figura de un fénix renaciendo, para acto seguido insertarse en una cerradura invisible en el aire. En ese momento, Sir Gadhan comenzó a debilitarse. “¿Qué me pasa?” preguntó con miedo mirando a su amigo. “No te pasa nada. Has cumplido con tu cometido. Debías guiarme hasta aquí y permitir a tu pueblo volver a acceder a la Torre de Asuryan.” Sir Gadhan abrió los ojos como si recordara algo que llevaba mucho tiempo olvidado. “Gadhan no es sino una abreviatura de Bel Ilghadhan, el archimago que construyó este complejo. Tanto tiempo esperando te llevó a manifestarte como aquello que te resultaba más familiar, pero esa heráldica no existe.” Aenath le mostró los documentos que había encontrado. “Ese símbolo es de la casa de Asuryan. Me ayudaste cuando lo necesitaba y me permitiste acceder a nuestro pasado. No sé por qué tu espíritu seguía aquí, pero parece ser que ya has encontrado la paz. Ahora nos despedimos. Que la llama de Asuryan vele por ti”. Las palabras del elfo se perdieron en el aire mientras los últimos restos del espíritu iban regresando al flujo. Unas risas interrumpieron el sonido del mar. ¿Trasgos otra vez? “Creíamos que necesitarías su ayuda. Estamos en paz ahora” gritaron mientras se perdían en la lejanía del horizonte. Aenath sonrió pensando en todo aquello que había pasado por llegar a este momento y, aunque supo que echaría de menos a su amigo, aún había algo que debía comprobar.   La Torre no opuso ningún obstáculo, más bien se abría a todo aquello que el elfo le pidiese. Pudo consultar varios tomos antiguos y revisar las estancias sin problemas. El corazón le dio un vuelco cuando encontró un marco que albergaba un trozo de pergaminos. Había visto esa escritura anteriormente, la había llevado en su mochila y memorizado todo lo posible. Había completado su búsqueda. Cada vez estaba más cerca de poder ayudar al mundo y a Randall.
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