Los intercambios de luz y oscuridad, con sus atardeceres y amaneceres cada vez más frecuentes, son mi época preferida en Avzazilo, pues todo puede ocurrir.
Los pequeños jugando en el río, el lejano aullar de los lobos, una caminata al amanecer por los riscos, una noche estrellada que aún puedo ver desde alguna copa.
Pero este sería el último pentamón que se podría disfrutar en el bosque. Un extranjero nos trajo noticias de batalla, criaturas sin cuerpo que volaban sobre
el suelo amenazaban el bosque, no por su poder sino por su cantidad. En consejo con Favalas mi posición fue diferente a la de otros ancianos. ¡Atacar! Pero
no sólo mover avyimalis para destruir a las criaturas, sino aprovechar el poderoso conocimiento de nuestra señora para atraerlos a la villa, donde nuestro número y conocimiento del lugar nos daría la ventaja.
Así se hizo, la magia de Favalas creó un estanque en una pared, dentro de su árbol sagrado, allí los que cruzaban podían ahorrar camino hasta el borde del bosque.
Vi a cuánto guerrero existía cruzar el estanque. Estuve a resguardo, pero viendo de lejos la entrada del árbol, esperando a que llegaran las criaturas que serían guiadas
a su perdición. Así sucedió, se escuchó un estruendo como el del trueno y surgió de la entrada un grupo de los nuestros que no parecían guiando a un enemigo a una trampa,
sino huyendo de una muerte segura. Mis ojos de viejo lo leyeron bien.
Del árbol surgió la noche misma, con sus ojos rojos como el carbón encendido y surcó nuestras cabezas mientras emanaban rayos de su cuerpo que acababan con nuestros avyimali.
Algunos se asombraron cuando un t'elav, que intentó desencadenar los espíritus del bosque sobre la criatura, fue disipado en polvo por un nuevo rayo de la sombra.
Yo me aterré cuando un ishat infante que intentaba huir entre dos árboles fue totalmente cubierto por la noche, la criatura cubrió todas sus escamas para luego abandonar su cuerpo inerme.
Mi memoria me falla, ya que no sé si fue por eso o porque luego surgieron tres más de esas criaturas, cuando iniciaron los gritos de mujeres y niños.
Con la velocidad de pensamiento de nuestra señora, los ishat y los viejos iniciaron su reptar hacia el árbol sagrado, ahora era seguro que no habíamos engañado al enemigo,
sino que seríamos masacrados por él. Yo esperé, cuando no pude ver a ningún ishat vivo, acepté dejar la villa.
Una última mirada antes de adentrarme en el árbol y sólo pude ver a la sangre volante, como la llamaban los avyimali, atacando a todos sin compasión, el dolor de mi sangre, convertido en quejidos, aún me inundan los oídos cuando duermo.
Crucé el estanque luego de besar una escama de mi señora y llegué al caos en el bosque. Ishat buscaban a sus familiares en medio de una confusión,
algunos habían entrado a un tronco por orden de los avyimali, según otros avyimali, que vigilaban desde lo alto, venían más sangres volante.
Unos extranjeros gritaban a todos y los intentaban mover hacia unos símbolos escritos en tierra. Llantos de niños, gritos de mujeres llamando a sus hijos y extranjeros
y avyimali indicando órdenes contradictorias. No tuve tiempo de decidir, algo me movió contra mi voluntad y me dirigió hacia los símbolos.
Una luz me deslumbró y el bosque desapareció, su olor no estaba más, la tierra bajo mi vientre ahora no se podía sentir, el cielo no estaba cubierto de forraje,
y el calor indicaba que estábamos en otra época. Hasta donde alcanzaba mi vista, sólo había tierra ocre que se metía entre las escamas, ni un sólo árbol a la vista.
Los niños fueron los primeros en hacernos entender a los demás, no sólo estábamos lejos de nuestro hogar, sino que no podríamos volver, los demás habían sido condenados
a morir para que nosotros pudiéramos vivir. Avzazilo ahora es sólo una palabra que nos evoca a todos la misma imagen, un lugar que sólo podemos compartir en nuestros pensamientos.
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