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Frederic de Bastonne

Frederic de Bastonne

¿Han escuchado vuesas mercedes las historias allende de la marca, historias que hablan de poderosos enemigos y criaturas monstruosas? Aquellos que los enfrentan son llamados caballeros y, no podría ser de otra forma, todos ellos se rigen por los votos de tan alto camino: Enfrentarse siempre a los enemigos de la virtud y el orden Los enemigos caían mientras Frederik asestaba golpes con su mandoble. Habían asediado su fortaleza y amenazado su reino, poniendo en peligro a numerosos vasallos y quebrando la sensación de tranquilidad que había conseguido mantener su padre durante 20 largos años. “¿Quiénes se atrevían a alzarse contra los señores de Bastonne? ¿Quién espoleaba a esta turba enfurecida?” Este pensamiento rondaba su mente cuando los enemigos se batían en retirada. No había sido un combate glorioso pues apenas eran unos veinte, y casi todos ellos no habrían usado un arma en su vida. Aunque lo peor no era eso, sino la certeza que tenía de estar ejecutando a sus propios vecinos. No traicionar jamás la confianza de un amigo o aliado Cabalgando hacia el flanco izquierdo podía ver a sus siervos siendo atravesados por las lanzas del enemigo. Reconduciendo su rumbo dirigió su montura hacia aquellos malnacidos y acabó con su vida de manera rápida y piadosa. En la oscuridad de la noche le costó ver los blasones que portaban aquellas tropas, lo cual hubiese avivado su furia y espoleado su carga hacia el centro de la batalla. No se puede controlar el deseo de venganza de aquel hombre que se siente traicionado. Defender el feudo que le haya sido confiado Su carga arrollaba a aquellos que se ponían en su camino, pues a pocos minutos se libraba una escaramuza por el control del puente. Todos los frentes por los que había pasado su espada habían sido asegurados, pero la parte central de las tropas invasoras se encontraba luchando en aquel enclave. Vio como sus soldados procuraban mantener la posición hasta que llegasen los refuerzos, pero aquello parecía casi decidido. Los pocos caballeros que allí había se encontraban ocupados neutralizando a los enemigos y la presión de los enemigos empezaba a mellar la defensa de sus tropas. Arreando su caballo, Frederik cargó contra el flanco con la esperanza de dar aliento a sus súbditos, pero su acometida se vio interrumpida por la carga de otro caballero que apuntaba su lanza contra él. “Esto no debería estar pasando”- Frederik desvió su rumbo para protegerse de aquella carga y preparó la suya en respuesta. “Este reino es nuestro, ¿por qué nos atacan tropas Bretonianas?” Ser siempre honorable y cortés Fue entonces cuando pudo verlo. En el pecho de su contendiente se observaba el emblema de la casa Duroc, aquellos con los que su padre había estado parlamentado últimamente. Las negociaciones por las cantidades y los suministros parecían ir bien encauzadas, ¿por qué levantarse en armas contra tus aliados? ¿Por qué traicionar los principios de la caballería y a la Dama del Lago? Ambos contendientes se situaron uno frente al otro. Frederik no iba a caer tan bajo. Estaba defendiendo su feudo, pero no iba a ponerse a la altura de aquel felón. Como indica el código de cortesía, le facilitó el primer golpe, una herida superficial que al día siguiente le dolería. Inmediatamente descargó contra él toda la fuerza de su espada. No supo si fue lo inesperado de su apertura, la altura de sus ideales o la falta de entrenamiento de su enemigo, pero un instante después caía partido en dos en los campos de Bastonne. Proteger a los débiles y defender el bien No tenía tiempo para detenerse a inspeccionar el cadáver, había aún una refriega dónde perdían sus tropas. La herida que había sufrido le escocía, pero no lo suficiente como para impedirle cargar. Enarboló su lanza y se lanzó contra los enemigos para quebrar su ataque. No duraron mucho cuando tras Frederik otros dos caballeros de su reino, Leonwald y Bruxes, le siguieron por los flancos. El puente parecía salvado y los enemigos se batían en retirada. Habían repelido aquel acto de traición y pronto se tomarían cumplida venganza de aquellos que habían mancillado su tierra. “¿Vuestro padre no viene con vos?”- preguntó Bruxes mientras se retiraban a asegurar otros enclaves. “Pensé que habría venido con vosotros a defender el puente”. Ambos caballeros se miraron y negaron levemente con la cabeza. Pronto, el miedo comenzó a aflorar en el corazón de Frederik. “Dijo que tenía que ocuparse de su pueblo. Por eso pensamos que vendríais con él tras haber salvaguardo las cosechas”. Frederik espoleó su caballo y sin decir nada se dirigió hacia los graneros y los almacenes. El invierno se acercaba y su padre se habría dirigido hacia allí para impedir que los enemigos amenazasen el sustento del feudo. Servir a la Dama del Lago Había cierto aroma en el ambiente. La batalla estaba terminando y solo quedaban pocos combatientes en pie. Cuando Frederik estuvo a una distancia suficiente pudo ver como su padre se batía en duelo frente a otro caballero. El resto de los soldados no había aguantado la lucha entre dos caballeros del Grial. Sabía que no debía interrumpir, pero algo no iba bien. ¿Por qué un caballero del Grial atacaría las tierras de otro? Los peores temores de Frederik no iban sino en aumento cuando ambos caballeros se situaron en posición de carga. Como si de un proceso ritual se tratase ambos se encomendaron a la Dama del Lago y dispusieron sus lanzas. Comenzó una carga que se hizo eterna. Los dos contendientes habían masterizado los principios del combate, y su posición en ristre era perfecta. Los dos acompañaban su respiración con el galopar de su caballo, y los dos habían situado su escudo en el punto óptimo para defender sus puntos vitales. Pero solo uno resplandeció. Cuando ambos chocaron sus armas, la lanza de Duroc brilló con una luz ambarina mientras el símbolo del Grial cubría su escudo. Cuando la luz se disipó, su padre yacía en el suelo. El caballero vencedor siguió su carga al darse cuenta de la llegada de los refuerzos. Habían llegado tarde. No retirarse jamás del combate hasta haber derrotado al enemigo. La noche envolvió a Frederik con su manto, haciendo crecer su angustia y su desesperación. No alcanzaba a comprender aquello que acababa de presenciar. ¿Por qué aquel malnacido había gozado del favor de la Dama del Lago? Los sepelios y demás funerales pasaron mientras el nuevo señor de Bastonne seguía haciéndose la misma pregunta. Los aliados de su padre y las demás casas que honraban el código de caballería marcharon contra el pequeño feudo de Duroc en señal de apoyo a Frederik, pero cuando llegaron aquello les dejó más perplejos de lo que ya estaban. El duque y su hueste se habían encerrado en su castillo y habían permanecido allí hasta hoy. Se les conminó a que se rindiesen y se les daría una muerte rápida, pero no hubo respuesta. Los arietes reventaron las puertas de la fortaleza y nadie se lo impidió. Al entrar les sacudió un olor a muerte y putrefacción que hizo retroceder a muchos. Los pasillos, patios y habitaciones albergaban todos los cadáveres de las huestes de Duroc, mientras que en el salón principal se observaba una traumática escena, con el señor y sus caballeros ahorcados de los techos. Aquello no hizo sino avivar la duda en Frederik. ¿Cómo pudo este ser despreciable merecer el favor de la Dama más que su padre? ¿Acaso la Dama era un ser veleidoso que únicamente actuaba por motivaciones personales? Sin nadie a quien acudir y con la duda carcomiéndole las entrañas. Los que hablaban con él le recomendaban que se tomase unos días de retiro en algún santuario. Otros, exasperados, simplemente clamaban su locura y se marchaban escandalizados de sus dominios. No tardó en llegar el día en el que los rumores se extendieron. Para evitar que la desgracia y la deshonra cayeran sobre su reino, Frederik sabía lo que tenía que hacer. Cedió su herencia por linaje a su hermano menor, quien intentó convencerle de que aquello era una locura. Tomó los votos de caballero andante y se dispuso en su propia cruzada personal. A la salida de su fortaleza la gente le miraba y susurraba. Otros le aplaudían, entre ellos su hermano. No necesitó más que la confianza de los suyos para emprender aquel camino. No descansaría hasta demostrarle a los dioses que los mortales estaban fuera de sus juegos y caprichos, que podían lograr todo aquello que se propusieran sin su ayuda. ¿Loco? Quizá ¿Valiente? Sin dudarlo ¿Equivocado? Eso, solo el tiempo nos lo dirá

Arco del asesino de demonios

Los portales seguían abriéndose a su alrededor, las ratas no dejaban de aparecer y cerrarles el paso. Con un ultimo esfuerzo, los portadores de Talión consiguieron abrirse camino y volver a su hogar. Aenath había empezado a considerar aquello lo más parecido a casa. Su redención había concluido. Aquello que les atenazó en el pasado retornó a lo más profundo de su plano y el alma de su amigo volvía a ser libre. Enano y amigo eran dos conceptos que permanecieron separados mucho tiempo, pero en el transcurso de aquellos años pudo comprender que lo que les unía era más fuerte que lo que les separaba de las otras razas mortales. El mundo estaba en continuo cambio y, al contrario de lo que los elfos habían hecho en otros momentos, él no pensaba quedarse al margen. Con los reinos de la magia limítrofes, la amenaza de las ratas y los posibles pesares para el mundo él no iba a quedarse contemplando. Había sido uno de los artífices del cambio, el durmiente para unos, el asesino de Teclis para otros. Había conocido demasiado mundo y ahora parte de ese mundo les conocía a ellos. Pese a que Langwald se erigía ahora como uno de los mayores baluartes del viejo mundo, las posibles amenazas que acarreaba su presencia eran suficientes como para convencerle de abandonar aquel lugar. Además, aun había amigos a los que ayudar. Stroldin era una de las mayores fuerzas de combate del mundo, pero todavía pesaba sobre el un gran agravio. Las implicaciones que eso pudiera llegar a tener en el futuro le convencieron como para ofrecerle su ayuda para ir en busca de aquel demonio que aún le carcomía. Un agravio enano seguía siéndolo a pesar de todo. El grupo se marchó de Langwald en peregrinación a Mordheimm para rendir homenaje a Randall, Aurora, Patrick y Helga. Una vez allí, se despidieron de Fennec y Broll y partieron en busca de posibles indicios de su presa. Quizá fuera necesario acudir al plano de Khorne pero, si eso era posible, era tarea para Stroldin y Aenath. Tras muchas pesquisas y viajes a través de los reinos de la magia fueron aportando algo de luz a su búsqueda. No siempre fueron noticias positivas, aunque podían trazar una línea de investigación para seguir al demonio. Sin embargo, cada vez parecía más claro que sería difícil acabar con su existencia. Fue por eso que decidieron desandar sus pasos y regresar a Siegel Unglük, el mejor lugar para aprender como hacer frente a esta nueva realidad. Esta expedición fue la oportunidad que esperaba Broll, por lo que fueron acompañados por fuerzas de Langwald. La sensación de volver a aquellos reinos despertó en Aenath un sentimiento de melancolía, cenizas de un tiempo pasado que aún resplandecían. Buscaron toda la información que pudiese serles de utilidad y salvaguardaron aquellos objetos y reliquias de valor histórico y arcano. Aenath comprobó las piedras del sello de la calamidad que yacía en lo profundo, temeroso de aquello que allí había sido sellado. Mientras Broll y Stroldin deambulaban por las zonas de los enanos, el se dispuso a recorrer los templos de los elfos y las torres de la magia. Pasaron semanas catalogando y archivando material hasta que Broll consideró que el trabajo había terminado. Una vez escaparon de los desiertos del Caos volvieron a separarse para continuar su búsqueda. El rastro de un demonio de Khorne no es el más difícil de seguir, por lo que no tardaron en dar con él. Desgraciadamente, los demonios se interponían entre ellos y su presa, lo cual les retraso considerablemente. Para su sorpresa, el demonio no huyó, y se limitó a esperarles para hacerles frente. No era la primera vez que luchaban contra un enemigo de su calibre, pero aquella no fue una batalla fácil. Las acometidas de Stroldin y Aenath parecían dañarle, pero eso no le debilitaba. Tras una hora de lucha la batalla se empezaba a inclinar del lado del demonio. Habían atravesado sus defensas en numerosas ocasiones, pero el maldito se negaba a desaparecer de la existencia. Cuando no eran sus ataques, Stroldin tenía que hacer frente a más demonios menores que acudían en su ayuda. Aenath recurrió numerosas veces a la ayuda de Asuryan cuando el hacha del Devorador amenazaba su vida. Los recursos se agotaban, pero parecía que los demonios no. Sin embargo, consiguieron encontrar una oportunidad para acabar aquello. Stroldin aprovecho un momento de debilidad del demonio para cercenarle la cabeza, momento que Aenath aprovechó para disponer sus bastones en la posición ritual que habían aprendido en Siegel Unglük. Tomando todo el poder que le quedaba se elevó por encima del demonio e hizo llover los bastones en forma de prisión para, acto seguido, atrapar los restos de su alma en los anillos que había tomado de Teclis, como si de unas esposas se tratasen. Aquello selló al demonio, consumiendo todas las energías del elfo. Stroldin fue capaz de cogerle al vuelo y abrirse camino entre las hordas demoniacas. No habían sido capaces de acabar con el demonio, aunque el ancestro de su interior parecía más en paz ahora.