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Califato de Córdoba

EL Califato Omeya de Córdoba (en árabe: خلافة قرطبة; transliterado Khilāfat Qurṭuba) o Califato de Occidente, y oficialmente como el Segundo Califato Omeya, fue el estado musulmán de Al-Ándalus gobernado por la Dinastía Omeya, tras la autoproclamación del emir Abd al-Rahman III como Califa en 929. Su territorio abarcaba Spania y parte del norte de África, con capital en Córdoba. El Califato sucedió al Emirato Omeya de Córdoba estado independiente instaurado por Abd al-Rahmán I en 756.
El califato se desintegró a comienzos del siglo XI durante la Fitna de al-Ándalus, una guerra civil entre los descendientes del califa Hisham II y los sucesores de su háyib (oficial de la corte), Almanzor. En 1031, tras años de conflicto, el califato se fracturó en multitud de reinos musulmanes independientes conocidos como taifas que acabarían siendo absorvidos por el Imperio Almorávide que acabó finalmente con las estructuras políticas del estado omeya. Por otro lado, la época del Califato de Córdoba fue la de máximo esplendor político, cultural y comercial de Al-Andalus, aunque también fue intenso en algunos de los reinos de taifas.
califato omeya
 

Estructura

El Estado Omeya

El Califato de al-Ándalus se organizó de una forma centralizada a partir del poder autocrático de los califas, la máxima autoridad de los creyentes. Los califas unían poder espiritual y temporal (sultanato), y ese poder se extendía a los ámbitos económicos, judiciales, militares y de política exterior. En el Islam no existe separación entre los poderes de la Iglesia y el Estado; todo el poder lo ostenta el califa y este transfiere el poder judicial al cadí (qādī) y el poder legislativo a los alfaquíes.
El califato era un estado monárquico cuyos soberanos se designaban por herencia de primogenitura de entre de los descendientes del anterior califa. La Dinastía Omeya se consideraba privativa de dicho título, al ser descendientes del Profeta y fundadores del estado independiente andalusí. Pero durante el caos la fitna, que precipitó la descomposición el estado central cordobés, surgieron califas de otras dinastías así como diferentes miembros de la dinastía omeya se disputaron el título.

La administración califal

Los visires
El califa dirigía la administración con la ayuda de un primer ministro (háyib) y nombraba a los valíes y a los cadíes. Las regiones fronterizas tenían un estatuto especial y el valí asumía allí atribuciones militares.
Durante el Califato de Córdoba el nombramiento funcionarial máximo era el de visir, el acceso a tan alta magistratura permitía la promoción y ascenso de hijos y parientes próximos, lo mismo que el cese los arrastraba.
El ḥāŷib
El ḥāŷib o canciller está al cargo de la administración y el ejército de tierra y la flota, dirigía las aceifas y organizaba la política administrativa de las provincias. es el primero de los visires y presidía las reuniones de estos (los visires o wuzarāʾ, en singular wazīr). Cuenta con la ayuda de un secretario de Estado o kātib. En realidad, ejercía todas las acciones que el califa delegaba en él. El Califato llegó a ser un estado tan burocrático que los hayib ostentaron un enorme poder. La prueba está en cómo el hayib Al-Mansur se convirtió en el gobernante del Califato y que los primeros reyes taifas adoptaron este título para legitimar su posición como herederos de la administración califal.
Los wālī
Los wālī (valíes) gobiernan sobre las provincias o coras (kuwar, en singular kūra) en las que se divide al-Ándalus y deben obediencia al poder central. Estor cargos tendían a ser hereditarios en los cabecillas de los clanes allí instalados o las élites locales, con lo que ya en época del emirato tendían a actúar autónomamente y volvieron a hacerlo durante la fitna, desembocando en los reinos de Taifas, cuando estos wali se intitularon hayibes.
Los cadíes
La administración de la justicia descansaba en los cadíes, estos ejercían sus funciones de acuerdo con el Corán y la tradición ortodoxa de la escuela malikí. El primer magistrado tenía su residencia en Córdoba y luego cada provincia (o cora) tenía su juez con plena jurisdicción. El cadí es el eje sobre el que se apoya toda la estructura jurídica y su decisión final es inapelable, aunque puede ser aconsejado por los alfaquíes. El cadí sirve como mediador entre el pueblo y el califa, por lo que debe permanecer siempre imparcial; por ello no debe relacionarse en su vida privada con oficiales ni alfaquíes, no puede aceptar regalos, no debe recibir muchas visitas, no puede acudir a ninguna celebración (excepto bodas), no debe impartir justicia los días de lluvia y no puede ser visto cabalgando con las mismas personas en distintas ocasiones. Además, el cadí debe llevar una vida humilde, vestir adecuadamente, conocer el Corán y la sunna y ser rico para no verse en la necesidad de aceptar dinero. También puede designar a un juez secundario, llamado hākim (hombre de ciencia y adinerado), para que juzgue los asuntos de menor importancia, y tiene la potestad de nombrar a los cadíes de cada comunidad (en ciudades o pueblos agrícolas). Por último, el qādī es responsable de la educación del reino y la administración de la justicia en todo su territorio, y tiene acceso al tesoro de las fundaciones pías (bayt māl al-muslimīn) para sembrar campos o reparar edificios, pagar salarios, organizar campañas, reforzar las fronteras o preparar la defensa de los musulmanes contra las algaras de los cristianos. Para poder llevar a cabo sus tareas, el qādī y el hākim tienen a su servicio un grupo de conserjes (ʿawān).
Cada día, y de forma rotativa, el qādī debe reunir en su curia (en la que debe estar presente el hākim para que pueda consultarle sobre los casos del día) a los alfaquíes para asesorarse y conseguir que sus sentencias sean más justas. Estos consejeros no deben ser más de cuatro: dos han de ser de la curia del qādī y otros dos de la mezquita aljama.
Dado que el califa se arrogaba la administración suprema de la justicia, en la corte existían dos magistrados especiales que por designación califal se encargaban de la jurisprudencia suprema: un comes injustitiarum y el comes redditornum, el primero era un nombramiento del califa con poderes especiales para juzgar casos de especial importancia y el segundo juzgaba las denuncias contra los altos funcionarios.
Los zalmedinas
El ṣāḥib al-madīna, o zalmedina, está al cargo del orden público y los tributos (por lo que es una figura muy odiada), aunque debe consultar antes al cadí si quiere tomar decisiones importantes. A su cargo tiene a los oficiales (responsables de investigar los hechos, tomar declaraciones y aplicar los azotes), las patrullas (para vigilar las ciudades por la noche y detener a posibles sospechosos) y los alguaciles; todos ellos forman un cuerpo de policía que mantiene el orden público.
Del zalmedina dependen la cárcel (que debe visitar dos o tres veces al mes) y los carceleros. Si la cárcel tiene muchos presos, el zalmedina debe liberar a los que ya han sido castigados y tienen las penas más leves. Además, debe amnistiar anualmente a todos los presos al finalizar el ramadān. Por supuesto, las mujeres no pueden compartir celdas con los hombres. Los carceleros deben ser hombres mayores, casados y de buena reputación. No pueden maltratar a los reos y deben permitir que reciban visitas y limosnas (de las que viven). Además, los presos han de tener un imām asignado por el cadí para que dirija el rezo durante las oraciones. El carcelero también se encarga del cepo, el cual está reservado a los delincuentes más peligrosos. Aun así, tiene la obligación de liberarlos durante las horas de la oración y cuando tienen que hacer sus necesidades.
Fue muy destacado el puesto de zalmedina de Córdoba, con rango de visir. Su misión era la aplicación de la ley en asuntos de extrema gravedad, la regencia del reino en ausencia del califa, la jefatura por delegación de la Casa Real, la facultad de recibir la adhesión del pueblo en la Mezquita Mayor durante la coronación de los emires o califas y la recaudación de los impuestos extraordinarios. Subordinados suyos eran: el almotacén o jefe de policía, encargado de hacer cumplir la ley islámica y que era designado por el cadí (que para la ciudad de Córdoba había de consultar antes al hayib) y el Juez de Mercado. La importancia de este cargo quedó reflejado en la propia evolución política de Almanzor. el alcabalero: tiene la misión de percibir los impuestos del mercado, aunque siempre bajo la estricta vigilancia del qādī, ya que es un cargo que tiende a corromperse para lucrarse de forma ilícita.  

Organización territorial

El califato, como apogeo del estado andalusí, queda de manifiesto por su capacidad de centralización fiscal, que gestionaba las contribuciones y rentas del país: impuestos territoriales, diezmos, arrendamientos, peajes, impuestos de capitación, tasas aduaneras sobre mercancías, así como los derechos percibidos en los mercados sobre joyas, aparejos de navíos, piezas de orfebrería, etc. Asimismo, los cortesanos estaban sometidos a contribución. Administrativamente, el califato dividió su territorio en demarcaciones administrativas y militares, denominadas coras, siguiendo a grandes rasgos la anterior división administrativa del Emirato, heredera en muchos casos, del reno visigodo, aunque con cambios de nombre y/o de capitalidad.
Las nabiya
En la época del Emirato y, sobre todo, del Califato, el territorio se organizaba en seis grandes regiones (nabiya), tres interiores y tres fronterizas, todas con sus respectivas coras.
Las demarcaciones o regiones interiores eran:
  • Al-Gharb o Poniente, que abarcaba la actual provincia de Huelva y el sur de Portugal; al-Mawsat tierras del centro, que se extendía por los valles del Guadalquivir y del Genil, más las zonas montañosas de Andalucía y el sur de la meseta; es decir, la antigua Bética; y al-Sharq o Levante, que abarcaba el arco mediterráneo, desde la actual provincia de Murcia hasta Tortosa como la antigua provincia Cartaginense.
Las nabiya interiores no tenían una personalidad jurídica particular, aunque sí geográfica y primaba el peso de las coras. Entre estas demarcaciones y los reinos cristianos se situaban las tres Marcas o Tagr:
  • al-Tagr al-Ala o Marca Superior (Zaragoza), coincidiendo con la antigua provincia Tarraconense bajo dominio musulmán; al-Tagr al-Awsat o Marca Media (Toledo) que equivalía a la antigua Carpetania; y la al-Tagr al-Adna o Marca Inferior (Mérida), concidente con la Lusitania bajo poder musulmán.
  Estas Marcas se mantuvieron hasta la aparición de los Reinos de Taifas, dando lugar a tres de los más poderosos estados sucesores: Badajoz, Toledo y Zaragoza.
Las Coras
El territorio de cada nabiya se organizaba en varias coras (provincias). Cada Cora tenía atribuido un territorio con una capital, en la que residía un walí o gobernador, que habitaba en la parte fortificada de la ciudad, o alcazaba. En cada Cora había también un cadí o juez. Las "Marcas" o thugur (plural de thagr), en cambio, tenían a su frente un jefe militar denominado caíd, cuya autoridad se superponía a las autoridades de las coras incluidas en la marca.
Muchas de las coras son herederas de las anteriores demarcaciones romanas. La demarcación suponía el ejercicio de determinados poderes políticos, administrativos, militares, económicos y judiciales. La Cora, como demarcación base, se usó prácticamente durante toda la existencia de al-Ándalus, aunque la aplicación más estable y profunda solo se produjo durante el Califato de Córdoba, en el que la boyante población y desarrollo económico llevó al desarrollo de unas 40 coras.
Los distritos
Las Coras, a su vez, estaban divididas en demarcaciones menores, llamadas iqlim (distritos), que eran unidades de carácter económico-administrativo, cada una de ellas con un pueblo o castillo como cabecera. En los primeros tiempos de la colonización musulmana, dentro de cada Cora se establecieron los poblados en torno a castillos, denominados hisn (husûn, en plural), que actuaban como centros organizativos y defensores de un cierto ámbito territorial, denominado Yûz (Ayzâ, en plural). Esta estructura administrativa se mantuvo invariable hasta el siglo X, en que los distritos se modificaron, aumentando mucho su tamaño, denominándose entonces aqâlîm (iqlîm, en singular).

Cultura

Tras una primera etapa de asimilación y emulación de los logros conseguidos por el Califato de Bagdad y los distintos reinos persas (no se debe olvidar que Persia es el centro cultural primordial del islam clásico), durante el Callfato de Córdoba y los taifas que le sucedieron se estableció una cultura andalusí original, alcanzando un altísimo nivel, hasta el punto de que al-Ándalus se convirtió en referencia tanto para Europa como para el resto del Islam, y llegando a ser además transmisora principal de los conocimientos griegos, árabes, chinos e hindúes llegados de oriente, haciendo renacer por primera vez en Occidente, la ciencia y la cultura perdidas tras el declive de Roma. El árabe se impuso como idioma culto, aunque gran parte de la población empleaba lenguas romances o hebreo. Esta diversidad lingüística se reflejó en la literatura, concretamente en la moaxaja.
El estilo de vida andalusí
Las casas de las clases más acomodadas se caracterizaban por su comodidad y belleza, gracias a la presencia de divanes, alfombras, almohadas y tapices que cubrían las paredes. En estas casas las noches se animaban con la presencia de poetas, músicos y bailarines.
En las zonas rurales y urbanas existían baños públicos (hammam), que funcionaban no solo como espacios para la higiene, sino también de convivencia. Los baños árabes presentaban una estructura heredada de los baños romanos, con varias salas con piscinas de agua fría, tibia y caliente. En ellos trabajaban masajistas, barberos, responsables de guardarropa, maquilladores, etc. La mañana estaba reservada a los hombres y la tarde a las mujeres.

Los califas y la cultura

Abderramán III, octavo soberano Omeya de Al-Andalus y primero de ellos que tomó el título de Califa , no solo hizo de Córdoba el centro neurálgico de un nuevo imperio musulmán en Occidente, sino que la convirtió en la principal ciudad de Europa Occidental, rivalizando en poder, prestigio, esplendor y cultura durante un siglo con Bagdad y Constantinopla. Según fuentes árabes, bajo su gobierno, la ciudad alcanzó el millón de habitantes, que disponían de mil seiscientas mezquitas, trescientas mil viviendas, ochenta mil tiendas e innumerables baños públicos.
El califa Abd Al-Rahmán III fue también un gran impulsor de la cultura: dotó a Córdoba con cerca de setenta bibliotecas, fundó una universidad, una escuela de medicina y otra de traductores del griego y del hebreo al árabe. Hizo ampliar la Mezquita de Córdoba, reconstruyendo el alminar, y ordenó construir la extraordinaria ciudad palatina de Madínat al-Zahra, de la que hizo su residencia imperial hasta su muerte.
ʿAbd al-Raḥmān III intercambió numerosas embajadas con el emperador bizantino, y en una de ellas se le hizo llegar una copia en griego, con letras de oro y plata, de la obra médica de Dioscórides, titulada De Materia Medica, maravillosamente encuadernada e ilustrada con dibujos de plantas medicinales. El emperador envió a un monje llamado Nicolás a la corte de Córdoba para que, junto con el consejero y médico del califa, el judío Ḥasdāy ibn Šaprūṭ, pudieran traducirla al árabe. Semejante libro era de un valor incalculable, pues como cualquier otro hombre, el califa también sufría todo tipo de enfermedades.

La biblioteca de Al-Hakam II

Los aspectos de desarrollo cultural no son menos relevantes tras la llegada al poder del califa Al-Hakam II a quien se atribuye la fundación de una biblioteca que habría alcanzado los 400 000 volúmenes. Quizás eso provocó la asunción de postulados de la filosofía clásica —tanto griega como latina— por parte de intelectuales de la época como fueron Ibn Masarra, Ibn Tufail, Averroes y el judío Maimonides, aunque los pensadores destacaron, sobre todo, en medicina, matemáticas y astronomía.
Su impresionante biblioteca del saber (jizanatu-hu l-ʿilmiya) tenía más de 400 000 volúmenes (muchos anotados por él mismo), registrados en un índice de cuarenta y cuatro tomos con más de veinte folios cada uno. En la magnífica biblioteca del califa estaban los tratados de medicina de Hipócrates y Galeno, los de matemáticas de Ptolomeo y Euclides, y tampoco faltaban las autoridades de filosofía, Aristóteles, Platón, Plotino y Empédocles. Para reunir tal biblioteca, Al-Ḥakam II se sirvió de una red de comerciantes, que distribuyó por todo el mundo conocido, para buscar y comprar cualquier tipo de obra erudita. En una época en la que el árabe, y no el latín, era la lengua del progreso, Córdoba, la capital cultural de la Europa Mítica, contaba con decenas de talleres de copia y traducción de documentos del mundo árabe (Persia, Siria y Egipto) y del Imperio bizantino. De hecho, durante el reinado de Al-Ḥakam II existió un barrio en Córdoba llamado al-raqqaqīn («pergamineros») para los trabajadores de la piel y los fabricantes de libros. La ciudad producía varios miles de libros al año y en los alcázares de los omeyas cordobeses trabajaban los mejores encuadernadores, iluminadores, decoradores y copistas de al-Ándalus, supervisados por gramáticos y sabios venidos de Sicilia y Bagdad. Entre los amanuenses y calígrafos que trabajaron para Al-Ḥakam estaba el literato y lexicólogo cordobés Muḥammad ibn al-Husayn al-Fihri y el copista jienense Muḥammad ibn Muʿammar; ambos copiaron y depuraron el primer diccionario de árabe, llamado Kitab al-ʿayn.
En los talleres amanuenses de Al-Ḥakam también trabajaron mujeres (como Lubna al-Katiba y Fatima bint al-Sabullari), pues la copia de Coranes y libros se consideraba un oficio piadoso y adecuado para ellas. Y es que, si la biblioteca del emir tenía semejantes dimensiones, ningún ministro podía permitirse tener menos de cien volúmenes.
Al-Ḥakam II mandó ampliar la mezquita aljama de Córdoba e hizo revestir sus muros con mármol esculpido y con los mosaicos enviados desde Constantinopla por el emperador Nicéforo II Focas. Potenció las atenciones médicas gratuitas para los pobres, el cuidado a los leprosos de los arrabales, la reclusión y protección de los dementes e intentó universalizar la educación, creando numerosas escuelas públicas y actuando como protector y mecenas de los intelectuales de su tiempo.

La cultura tras la fitna

El surgimiento de los reinos taifas no mermó el esplendor cultural de al-Andalus. Desunido y decadente, la sombra de lo que había sido el Califato seguía siendo la tierra más rica y próspera de Europa. Este fue un periodo de gran esplendor cultural. Las cortes de al-Ándalus compitieron en los campos de las artes y las ciencias y actuaron como mecenas del conocimiento. Casi todos los soberanos eran poetas u hombres de letras notables: los régulos de las taifas ya no querían imitar lo oriental, sino establecer un tipo de sociedad ideal inspirada por la Bagdad ʿabbāsí del siglo IX.
Sin embargo, el destierro de los príncipes de los reinos de taifas supuso un duro revés para los poetas de al-Ándalus. Con su marcha perdieron la protección y el patrocinio de señores cultos y la oportunidad de incorporarse a la administración del Estado. Así, se vieron obligados a vivir de forma precaria, pues debían compaginar su profesión poética con algún oficio como el de copista, herrero o incluso carnicero, o vivir de forma ambulante en busca de algún mecenas, lo que no siempre era posible.

Bienes

El califato, como apogeo del estado andalusí, queda de manifiesto por su capacidad de centralización fiscal, que gestionaba las contribuciones y rentas del país: impuestos territoriales, diezmos, arrendamientos, peajes, impuestos de capitación, tasas aduaneras sobre mercancías, así como los derechos percibidos en los mercados sobre joyas, aparejos de navíos, piezas de orfebrería, etc. Asimismo, los cortesanos estaban sometidos a contribución.

Historia

Abd al-Rahmán III

Reunificación de Al-Andalus
ʿAbd al-Raḥmān III fue el octavo y último emir, y también el primer califa de al-Ándalus. Era nieto del emir ʿAbd Allāh e hijo de una concubina cristiana de origen franco. Tenía los ojos de un profundo color azul y el pelo rojo, aunque siempre lo llevaba teñido de negro. Cuando llegó al trono con veintiún años, al-Ándalus estaba sumido en una guerra civil, la nobleza árabe intrigaba contra el poder central, los señores de las Marcas se habían sublevado, habían surgido numerosos focos de discordia, avivados por falsos profetas, el reino pasaba por una terrible crisis financiera y el Califato Fatimí se había asentado en Ifriqiya y amenazaba desde las costas de Túnez con expandir sus territorios en la Península.
De todos los peligros a los que tenía que enfrentarse, los fāṭimíes eran el peor y, para evitar que sus ejércitos cruzaran el estrecho, mandó fortificar las ciudades costeras de al-Ándalus y el centro naval de Algeciras. Además, para frenar la expansión de la heterodoxia afín a la ideología fāṭimí en Al-Ándalus, mandó perseguir a los masarríes y a cualquiera que pudiera suponer una amenaza política para su gobierno; para ello contó con el apoyo fundamental de los ulemas, sin los cuales posiblemente no hubiera podido establecerse en el trono.
ʿAbd al-Raḥmān III amplió el ejército de mercenarios creado por el primer emir de Spania, ʿAbd al-Raḥmān I, para servir a los omeyas. Para nutrir sus filas y cubrir los servicios palaciegos, importó de forma masiva esclavos (ṣaqāliba) eslavos, francos y norteños, con los que sometió a los señores beréberes de las Marcas Media, Inferior y Superior: Zaragoza capituló tras ser asediada por ʿAbd al-Raḥmān III; Toledo resistió dos años de asedio antes de rendir pleitesía al emir; y Mérida, tras haber permanecido independiente desde el reinado del emir Muḥammad I, se vio obligada a reconocer de nuevo la soberanía del poder central; ʿAbd al-Raḥmān III fue también el que finalmente acabó con la rebelión de los ḥafṣūníes.
Proclamación califal
En el 929, para independizarse completamente de Bagdad y sofocar en parte la amenaza política de los fāṭimíes, ʿAbd al-Raḥmān se proclamó jalīfa rasul-Allah («califa») y amīr al-mu´minīn («príncipe de los creyentes»), y adquirió el sobrenombre de «defensor de la religión de Dios» (al-Nāṣir li-dīn Allāh). Tras diecinueve años como emir, reclamó su derecho de sangre como descendiente de los califas omeyas de Damasco para confirmar su independencia con respecto a toda autoridad musulmana superior. A partir de ese momento, en la oración pública de los viernes se dejó de pedir la bendición para el califa ʿabbāsí de Bagdad y se empezó a pedir para ʿAbd al-Raḥmān III.
La paz del califa
Tras pacificar su reino, ʿAbd al-Raḥmān III se hizo con el poder de Melilla y Ceuta. Con ellas pudo dominar el estrecho y ejercer un control indirecto sobre gran parte del Magreb. Después de todas las acciones que ʿAbd al-Raḥmān III había llevado a cabo para asentarse en el poder, al-Ándalus conoció la mayor unidad de toda su historia.
La política exterior de los omeyas y de ʿAbd al-Raḥmān III cambió tras la terrible derrota sufrida en la batalla de Alhándega. El aparato militar de los omeyas demostró no ser funcional ni flexible, por lo que el califato abandonó las aceifas estivales en las que los emires siempre habían comandado sus ejércitos, ya que aunque podían aumentar su prestigio en caso de victoria, entrañaban un mayor peligro físico y político en caso de derrota.
Durante sus últimos años, ʿAbd al-Raḥmān III no se prodigó como guerrero (como tampoco haría su hijo, Al-Ḥakam II) y articuló su política en base a tres grandes ejes.
  1. Por un lado reforzó las fronteras andalusíes mediante la fortificación y reparación de enclaves fronterizas;
  2. Creación de las marcas: ʿAbd al-Raḥmān concedió a los linajes fronterizos el control sobre las tierras que dominaban, haciéndolos hereditarios (los líderes de estas familias se convirtieron en reyes durante las taifas). Con este segundo eje, al-Ándalus pudo hacer numerosos ataques localizados a lo largo de la frontera.
  3. Priorizar la tregua sobre los conflictos, favorecer los intercambios comerciales con ciudades a grandes distancias (francos, catalanes, bizantinos, etc.) y ejercer su influencia sobre los reinos cristianos, cuyo poder político y económico era muy inferior al del califato.
Por ejemplo, tras la muerte de Ramiro II de León, las disputas internas que se produjeron debilitaron el reino asturleonés, por lo que ʿAbd al-Raḥmān III consiguió que el rey de León, la reina de Navarra y los condes de Castilla y Barcelona reconocieran su hegemonía y le pagaran tributos anuales so pena de sufrir incursiones en sus territorios. Así, durante esos años, ʿAbd al-Raḥmān llegó a actuar como mediador y árbitro para la investidura de algunos monarcas cristianos.
Esta diplomacia sin antecedentes en al-Ándalus (que alcanzaría su máximo esplendor durante el gobierno de Al-Ḥakam II) permitió que los francos pudieran comerciar en las ciudades portuarias andalusíes sin temor a ser atacados por los piratas del Mediterráneo; que los condes y reyes cristianos acudieran a Madīnat al-Zahrāʾ con regularidad, y que se produjeran permutas económicas y culturales con la ciudad de Constantinopla.

Al-Hakam II

Cuando el primogénito de ʿAbd al-Raḥmān III falleció, nombraron como sucesor a Al-Ḥakam II, el siguiente en la línea de sucesión. Hijo de una esclava cristiana, heredó un imperio pacificado y con una importante componente diplomática, lo que le permitió dedicarse a las artes y a las letras. Al-Ḥakam fue un hombre de gran cultura que siguió la política de su padre y que llevó un paso más allá el esplendor omeya.
Sin embargo, el gobierno de Al-Ḥakam II no estuvo exento de luchas y conflictos. En el año 966, los normandos atacaron las costas andalusíes, y Al-Ḥakam II tuvo que enviar a su flota para derrotarlos. En el 972, para frenar la amenaza del califato fāṭimí del norte de África y la sublevación de los idrīsíes liderada por el caudillo Ḥasan ibn Qannūn, Al-Ḥakam movilizó de 5000 a 10 000 efectivos para rendir a los caudillos beréberes que rechazaban su autoridad y se inclinaban ante los califas fāṭimíes del noroeste de África. Así, al recuperar una parte significativa del norte de África de manos de los fāṭimíes, los omeyas ganaron el control de las ciudades que abrían el paso de las caravanas de bilad al-Sūdān, por lo que Córdoba recibió una gran cantidad de oro. No obstante, esta campaña tuvo graves consecuencias, que a la postre desembocarían en la fitna:
  1. En primer lugar, la guerra se prolongó hasta el año 974 y acarreó grandes costes, tanto materiales como humanos. En el transcurso de la guerra, los talleres califales produjeron ocho mil espadas y lanzas, diez mil rodelas (turs) y una cantidad similar de adargas, cotas de malla y arcos (fabricados con astas de ciervos todo ello, junto con la soldada de las tropas, consumió grandes reservas del erario público. Además, habría que sumarle el gasto de la diplomacia de Al-Ḥakam, que consiguió que muchos de estos caudillos acudieran a Córdoba, colmados de bienes y con pensiones vitalicias, para residir en la ciudad de forma indefinida y así evitar que volvieran a liderar ninguna otra rebelión contra los omeyas.
  2. En segundo lugar, cuando el general de Marrākeš, Gālib, logró derrotar al caudillo idrīsí Ḥasan ibn Qannūn, la guerra llegó a su fin y los caudillos derrotados fueron trasladados y alojados en Córdoba. Con ellos llegaron sus séquitos, que pasaron a incorporarse al ejército omeya y que eran muy impopulares entre la población. Los beréberes comenzaron a ser insustituibles en la administración omeya y, tras la muerte de Al-Ḥakam, Al-Manṣūr los convertirá en el principal instrumento militar al deshacerse de los aŷnād sirios que habían servido al ejército desde tiempos de ʿAbd al-Raḥmān I.
En el 975, un año después de terminar la guerra contra el norte de África, Al-Ḥakam II tuvo que hacer frente a una rebelión por parte de León, Castilla y Navarra, que habían cercado el castillo de Gormaz, en el curso alto del Duero: el asedio fue neutralizado en verano de ese mismo año y las fuerzas cristianas fueron dispersadas.
El problema sucesorio
Al-Ḥakam II no tuvo su primer hijo hasta pasados los cuarenta y cinco años, fruto de su unión con la esclava vascona Ṣubḥ. Sin embargo, el bebé, de nombre ʿAbd al-Raḥmān, murió de forma prematura. En el 965, Ṣubḥ le dio otro heredero varón, al que llamaron Hišām.
En sus últimos años de vida, Al-Ḥakam II intentó que se aceptara como heredero a Hišām, que por su corta edad no tenía derecho a ser heredero según la ley islámica. Por ello, antes de fallecer, realizó diversas maniobras que allanaron el camino para que la comunidad lo aceptara como su sucesor.
Sin embargo, a su muerte, todos los que pensaban que sería una locura ser gobernados por un niño de once años pusieron la vista en Al-Mugīra, uno de los hermanos de Al-Ḥakam. Aunque Al-Mugīra jamás había intentado hacerse con el poder, los que apoyaban a Hišām vieron en su persona una amenaza que debía ser eliminada, pues la oposición podría usarlo como candidato en contra de sus intereses. Entonces, uno de los favoritos del difunto Al-Ḥakam, y visir de la corte, mandó un pelotón del ejército a casa de Al-Mugīra con orden de asesinarlo. Al frente del grupo iba Muḥammad ibn Abī ʿAmir (más conocido como Al-Mansur), el administrador de las propiedades de Ṣubḥ, la mujer del difunto califa, con quien, según las malas lenguas, tenía una relación amorosa. A pesar de sus promesas de apoyar a Hišām, los soldados estrangularon a Al-Mugīra y su muerte (que marcó el inicio del fin del califato) fue presentada en la corte como un suicidio.

Hisham II

El ascenso de Almanzor
El ḥaŷib de la corte, Al-Muṣḥafī, con el apoyo de Al-Manṣūr, consiguió que Hišām II fuera proclamado califa con solo once años. Tras esa maniobra, Al-Manṣūr, que durante los años de gobierno de Al-Ḥakam II había ido adquiriendo más y más poder, consiguió desplazar a Al-Muṣḥafī con el apoyo del general Galīb (no en vano se había casado con su hija) para conseguir el título de ḥaŷib. Para afianzarse en su cargo, Al-Manṣūr buscó el apoyo de los alfaquíes, para lo que copió el Corán con sus propias manos, persiguió a los filósofos de al-Ándalus y quemó las obras de la biblioteca de Al-Ḥakam II que los alfaquíes consideraban «heréticas». Una vez asentado en el poder, Al-Manṣūr permitió que el joven califa Hišām II tuviera a mano todo tipo de placeres sensuales y lo anuló por completo sin que su madre, Ṣubḥ, pudiera hacer nada por evitarlo.
Al-Manṣūr mandó ampliar la mezquita aljama y construir una nueva ciudad al este de Córdoba que sirviera como sede del gobierno y oficina de administración y hacienda. La nueva ciudad palatina, @Madinat Madīnat al-Zaḥirāʾ, se levantó en tan solo dos años y en ella se establecieron nuevos mercados y se celebraron recepciones de Estado; rodeada de murallas, los secretarios y ministros de la corte se disputaron el favor del ḥaŷib para conseguir terrenos y parcelas en sus recintos.
La antigua ciudad de Madīnat al-Zahrāʾ, lugar de residencia del califa, dejó de ser el destino de los embajadores de otros reinos, lo que contribuyó al aislamiento de Hišām. Para justificar su total ausencia en los asuntos de Estado, los ministros anunciaron que el califa se había consagrado a la piedad y había entregado plenos poderes sobre el reino al ḥaŷib Al-Manṣūr.
En el 980, Al-Manṣūr ordenó que el recinto palatino de Hišām quedara cerrado a cualquier visitante, por lo que se clausuraron puertas y pasadizos. Así, Hišām no llegó a gobernar y vivió encarcelado en su deslumbrante prisión mientras Al-Manṣūr dirigía el reino en su nombre. Para demostrar su influencia, Al-Manṣūr ordenó que se pronunciara su nombre a continuación del de Hišām en la oración de los viernes al mediodía.
Al-Manṣūr se convirtió en dictador absoluto del imperio, se deshizo de los aŷnād sirios y convirtió a los beréberes en su tropa personal, contratándolos de forma masiva. Rompió con la política de diplomacia de ʿAbd al-Raḥmān III y Al-Ḥakam II y se volvió a poner al mando de las aceifas estivales contra los reinos cristianos sirviéndose de sus ejércitos beréberes, convirtiéndose en el azote de la Cristiandad.
Las aceifas de Al-Mansur
El antiguo ulema y ahora ḥaŷib, Muḥammad ibn Abī ʿAmir, tenía el sobrenombre de Al-Manṣūr (en árabe, «el Victorioso»), y era conocido por los cristianos como Almanzor. Al-Manṣūr volcó su furia sobre los reinos del norte con aceifas anuales que acabaron con la destrucción y el saqueo de importantes ciudades cristianas, como León (de la que solo dejó una torre como única testigo de su antigua gloria), Santiago (donde arrasó todo a su paso salvo la tumba del apóstol, obligando a los cristianos cautivos a cargar sobre sus hombros las pesadas campanas de la catedral para usarlas como lámparas en la mezquita aljama de Córdoba) y, en el 985, Barcelona, con la que Al Ḥakam II siempre había tenido buenas relaciones: Al-Manṣūr lanzó un brutal ataque para arrasar la economía de la ciudad portuaria; en el saqueo, quemó escrituras y atacó a la comunidad judía.
Al-Manṣūr también aumentó el ya de por sí desproporcionado ejército mercenario creado por ʿAbd al-Raḥmān I a su llegada a la Península. Compuesto por beréberes africanos, catalanes cristianos y eslavos, el ejército llegó a ser muy numeroso en muchas ciudades. Con él salió victorioso en casi todas las aceifas que lanzó sobre los reinos cristianos, de hecho, solo fue derrotado en su última incursión (estas aceifas fueron cantadas por el poeta de su corte, el beréber de al-Gharb, Ibn Darraŷ al-Qasṭallī, y de él se sirvió para luchar contra los intentos de restauración del califa Hišām II y para acabar con la vida del general Galīb, quien, aliado con los reyes cristianos, atentó contra su gobierno).
El ḥaŷib murió la noche del destino (laylat al-qadr)XI y fue enterrado en el alcázar de Medinaceli junto con el polvo que había quedado en su capa durante las aceifas que había dirigido contra los reinos cristianos.

Disolución

La Fitna

A la muerte de Al-Manṣūr, sus poderes recayeron sobre su primogénito Abd al-Málik al-Muzáffar que gobernó con prudencia y, cuando este falleció tras un breve mandato de siete años, fueron a caer sobre los hombros de su segundo hijo de mayor edad Abd Al-Rahmán "Sanŷul", a quien el pueblo llamaba Sanŷul (diminutivo del nombre de su abuelo materno, Sancho Garcés II Abarca, rey de Navarra).
Sanŷul bebía alcohol en público y vivía entregado al pecado. Su necedad le hizo desestimar el consejo de su padre y, con la venia de Hišām II (que no tenía descendencia), se anunció públicamente como su heredero. Los Banū Omeya no lo toleraron. Muḥammad al-Mahdī se sublevó con su ejército y, seguido por el pueblo, ocultó a Hišām y mató y crucificó a Sanŷul. En su victoria se proclamó califa durante un corto periodo de tiempo. Cuando los jefes de las provincias se enteraron, cada uno se sublevó contra el poder central, dando paso al final del califato y a un largo periodo de guerra civil conocido como la fitna. Los enormes ejércitos mercenarios de beréberes reclutados por Al-Manṣūr, al faltarles la paga y no haberse integrado en un tejido social que les aborrecía, se convirtieron en una fuerza que arrasó al-Ándalus, sumiendo el imperio en el más absoluto caos. En 1013, los beréberes, que en tiempos habían atacado a los reinos cristianos, asediaron y saquearon la ciudad de Córdoba. En poco tiempo, las ciudades palatinas y administrativas de Madīnat al-Zahrāʾ y Madīnat al-Zaḥirāʾ fueron quemadas y saqueadas de forma reiterada por la plebe, y finalmente expoliadas y abandonadas. Durante las revueltas, casi todos los omeyas se marcharon al Sharq al-Andalus.
El califa Hišām II fue liberado por el bisnieto de ʿAbd al-Raḥmān III, el ḥammūdī Sulaymān al-Mustaʿīn, tras enfrentarse a los ejércitos de Al-Mahdī. Sin embargo, en lugar de devolverle el trono, se proclamó él mismo califa. En medio del caos surgieron dos partidos opuestos, los ḥammūdīes de Málaga y Algeciras, y los partidarios de Hišām, liderados por los ʿabbādíes de Sevilla. Para entonces, Hišām había sido asesinado, por lo que para seguir ostentando el poder los sevillanos utilizaron un sosias, hecho que fue criticado por el poeta Ibn Hazm en sus escritos.
Durante la fitna se autoproclamaron más de diez califas, la ciudad de Córdoba fue asediada y saqueada numerosas veces (para hacer frente a la hambruna se subastó públicamente lo que quedaba de la biblioteca de Al-Ḥakam II) y, finalmente, se convirtió en la capital de un reino taifa, testigo del último aliento de la dinastía fundada casi 300 años atrás por el Sacre de Qurayš, ʿAbd al-Raḥmān I.

Los Taifas

Mientras el poder central del califato se desmoronaba, los diferentes gobernadores de las kuwar (provincias) se proclamaron hayibes, asumiento el título que Almanzor ostentó y actuando de facto como mandatarios independientes dentro de una estructura califal inexistente. Así surgieron decenas de pequeños estados principescos por todo el califato. A estos estados se les denominó banderías o ṭawāʿif (singular tāʿifa) hacían referencia a los tres grupos étnicos presentes en al-Ándalus durante la fitna: beréberes, eslavos y andaluces.
  • Bereberes instalados en al-Andalus como fuerza militar: como las dinastías ḥammūdí de Córdoba, Málaga y Algeciras, los afṭasíes de Badajoz y los ziríes de Granada.
  • Saqaliba o eslavos libertos, que habrían medrado durante el gobierno de Almanzor y sus hijos : como los gobernadores de Almería, Denia y Baleares (ninguno creó dinastías).
  • Andalusíes, nobles árabes, bereberes arabizados o muladíes: como los ʿabbādíes de Sevilla, los Banū ḏī-l-Nūn de Toledo o los hūdíes de Zaragoza.
Los reyezuelos taifas implantaron una estructura administrativa y política propia que replicaba a menor escala el Estado omeya, como pequeños "almanzores" que gobernaban a nivel local en nombre de un califa inexistente. Sin embargo, la debilidad militar de estos les hizo verse obligados a pagar parias a los reinos cristianos para mantener su independencia.
No obstante, este fue un periodo de gran esplendor cultural. Al-Ándalus seguía siendo el país más rico y próspero de Europa y las cortes de cada taifa compitieron en los campos de las artes y las ciencias y actuaron como mecenas del conocimiento. Casi todos los soberanos eran poetas u hombres de letras notables: los sultanes de las taifas ya no querían imitar lo oriental, sino establecer un tipo de sociedad ideal inspirada por la Bagdad abbasí del siglo IX.
Entre las más de veinte taifas que surgieron tras la desintegración del poder central Cordobés, las más poderosas fueron las de Sevilla, Zaragoza, Granada, Badajoz, Toledo y Denia (que acabó asimilada por Zaragoza en 1076). Para conocer la evolución política de los diferentes estados taifas, accede a los artículos a continuación.
Taifas Años
Taifa de Sevilla 1023-1091
Taifa de Zaragoza 1018-1110
Taifa de Granada 1013-1090
Taifa de Badajoz 1013-1093
Taifa de Toledo 1023-1085
Taifa de Denia 1010-1076

La conquista almorávide

El verdadero final del Califato no llegó con la destitución del último califa, sino con la caída, uno a uno, de los pequeños reinos taifas a manos de, o bien los reyes cristianos del norte -como le pasó a Toledo o a Zaragoza-, o bien como le pasó al resto- del nuevo poder musulmán que había surgido en el norte de áfrica: el Imperio Almorávide.
Mientras en al-Ándalus se vivía una época de gran inestabilidad política durante la fitna, en la cuenca del Senegal comenzaba a brotar el germen de un poderoso imperio. Formada por monjes guerreros beréberes, la secta fundamentalista de los almorávides conquistó el desierto hasta llegar a Marrakech, donde estableció su capital y desde donde escuchó las peticiones de los reyes de taifas de al-Ándalus para librarse de la presión creciente de los reinos cristianos.
En 1078, Al-Muʿtamid, el rey poeta de la taifa de Sevilla, escribió al emir almorávide Yūsuf ibn Tāšufīn para que acudiera en su ayuda y cruzara el estrecho, pero el almorávide no mostró ningún interés y desestimó su petición. En 1081 también le escribió Al-Mutawakkil de Badajoz, con el mismo resultado. La misma respuesta obtuvo el malagueño Tamīn ibn Būluggīn cuando un año después solicitó su ayuda para que le auxiliara contra su hermano, el último rey zirí de Granada, ʿAbd Allāh. Pero cuando Toledo también pidió ayuda a Ibn Tasufín, los almorávides comenzaron a valorar la situación de al-Ándalus.
Ante la necesidad de unidad frente a la fragmentación de las taifas, y como única forma eficaz de resistir el expansionismo de los reinos cristianos, en al-Ándalus comenzó a crecer un sentimiento favorable hacia los almorávides. Finalmente, tras la conquista de Toledo   por Alfonso VI de León en 1085, los reyes de taifas de Sevilla, Badajoz y Granada enviaron a sus embajadores a la corte almorávide de Marrākeš para pedir su ayuda en los siguientes términos:
  • el ejército almorávide podía cruzar el estrecho para luchar junto con los andalusíes contra las fuerzas cristianas;
  • durante su estancia en al-Ándalus, los almorávides se comprometían a respetar a los reyes de taifas y sus reinos;
  • el rey de Sevilla ponía a disposición de los almorávides la ciudad de Algeciras para el desembarco y acantonamiento de sus tropas.
Así, en 1086 los almorávides cruzaron el estrecho y, tras fortificar Algeciras, fueron al reino de Sevilla, donde el emir almorávide hizo un llamamiento al ŷihād. Con las tropas de Sevilla, Badajoz, Málaga, Granada y Almería, el ejército musulmán aplastó a las tropas cristianas de Alfonso VI en Sagrajas (Zallāqa para los musulmanes), pacificando el occidente de al-Ándalus. Pero en lugar de continuar la campaña, el emir almorávide se tuvo que marchar junto a sus ejércitos a Marrākeš por la repentina muerte de su hijo.
En 1088, los reyes de Valencia, Murcia, Baeza y Lorca volvieron a pedir la ayuda del emir almorávide, que regresó ese mismo año para conquistar Aledo. Pero la campaña no tuvo éxito y pronto regresaron a Marrākeš. Tras su marcha, los reyes de taifas volvieron a pactar con Alfonso VI, pues seguían en desventaja frente a él. Así, cuando Yūsuf tuvo la noticia de estos sucesos, ante la ausencia de moral y desunión de los monarcas de al-Ándalus (y como pretexto para hacerse con las grandes riquezas que poseían), decidió tomar el control y las posesiones de los reinos de taifas.
En 1090, Yūsuf entró por tercera vez en Al-Andalus y consiguió que las resentidas milicias de los reinos de taifas se unieran a él; una a una, las guarniciones de las fortalezas que defendían las tierras de al-Ándalus le juraron lealtad, dejando desprotegidas las capitales de los reinos. Los almorávides conquistaron Granada y Málaga sin esfuerzo y desterraron a sus reyes al norte de África. El emir almorávide se marchó entonces a Marrākeš y dejó a su primo Sīr ibn Abī Bakr la tarea de doblegar al resto de taifas. Al año siguiente cayó la ciudad de Córdoba y la esplendorosa taifa de Sevilla. Ante el avance imparable de los almorávides, el rey de Badajoz, Al-Mutawakkil, escribió a Alfonso VI para pedirle ayuda. Como respuesta, Sīr ibn Abī Bakr invadió su reino, asesinó al sultán y se hizo con el poder de la capital.
Los almorávides no consiguieron tomar las taifas de Levante por el bloqueo del Cid en Valencia. Aunque intentaron tomar la ciudad en varias ocasiones, sus ejércitos siempre fueron derrotados por las fuerzas del Campeador. Junto a Zaragoza, con la que los almorávides llegaron a un acuerdo, fueron las únicas ciudades que no cayeron con la tercera visita de los almorávides a la Península.

Demografía

La población de al-Ándalus era muy heterogénea, sobre todo al principio, y varió durante el tiempo. Desde el punto de vista étnico estaba constituida por los árabes, que eran el grupo dominante y dirigente, pero minoritario. La sociedad militar estaba constituida por descendientes de los godos seguidos por los bereberes, provenientes del norte de África, que conformaban el grueso de los ejércitos omeyas. Los judíos (grupo minoritario) también habitaban en al-Ándalus, pero en barrios separados. También cabe destacar otras etnias que entraron como sirvientes libres o como esclavos, a través del comercio con territorios limítrofes principalmente, entre los que se encuentran etíopes, armenios, egipcios, nubios, francos y eslavos (el grupo más numeroso importado del este de Europa, de ahí el nombre "esclavo"). En cuanto a las mujeres esclavas, también eran categorizadas según su proveniencia étnico-geográfico, siendo principalmente bereberes, negras, rumíes, francas o gallegas.
La estructura social andalusí estaba condicionada por el origen étnico de cada grupo y por la clase social. Aunque el islam solo reconoce un tipo de sociedad, la umma o comunidad de creyentes, los juristas islámicos fundaron el estatuto social sobre la condición de hombres libres y esclavos. La estructuración interna de cada grupo respondía al siguiente esquema: aristocracia (jassa), notables (ayan) y masa (amma).

Sociedad y religión

Desde el punto de vista religioso la población era o musulmana o dhimmi (cristianos y judíos). Se conoce como muladíes a los cristianos de al-Ándalus que se habían convertido al islam, mientras que se llama mozárabes a quienes conservaron la religión cristiana. Tanto unos como otros adoptaron costumbres y formas de vida musulmanas. La clase dominante estaba formada por árabes, bereberes y muladíes y la clase dominada lo estaba por cristianos y judíos. Los mozárabes y los judíos gozaban de libertad de culto, pero a cambio estaban obligados al pago de dos tributos: el impuesto personal (yizia) y el impuesto predial sobre el ingreso de las tierras (jarach). Estos dos grupos tenían autoridades propias, gozaban de libertad de circulación y podían ser juzgados de acuerdo con su derecho. Sin embargo, también estaban sujetos a las siguientes restricciones:
  • no podían ejercer cargos políticos; los hombres no podían casarse con una musulmana; no podían tener criados musulmanes o enterrar sus muertos con ostentación; debían habitar en barrios separados de los musulmanes; no podían montar a caballo; debían llevar una distinción en la ropa; estaban obligados a dar hospitalidad al musulmán que la necesitara, sin recibir remuneración.
Ciudades como Toledo, Mérida, Valencia, Córdoba y Lisboa eran importantes centros mozárabes. La convivencia no siempre estuvo libre de conflictos. En Toledo los mozárabes llegaron a encabezar una revuelta contra el dominio árabe. Algunos mozárabes emigraron a los reinos cristianos del norte, difundiendo con ellos elementos arquitectónicos, onomásticos y toponímicos de la cultura mozárabe. Los judíos se dedicaban al comercio y a la recolección de impuestos. Fueron también médicos, embajadores y tesoreros. El judío Hasdai ibn Shaprut (915-970), llegó a ser uno de los hombres de confianza del califa Abderramán III.

La población andalusí

Durante el Califato, el periodo de mayor explosión demográfica de al-Ándalus se ha sugerido una cifra próxima a los 10 millones de habitantes. Los árabes se encontraban en las tierras más fértiles: el valle del Guadalquivir, al-Sharq y el valle del Ebro. Los bereberes predominaban en las áreas montañosas, como las sierras de la Meseta Central y la Serranía de Ronda, siendo también numerosos en Algarve, si bien, después de la revuelta bereber de 740, muchos regresaron al norte de África. En 741 llegaron a al-Ándalus un gran número de sirios con el objetivo de ayudar en la represión de la revuelta bereber, que acabarían por asentarse en el este y sur peninsular. Hay igualmente fuentes que apuntan hacia la presencia de familias yemeníes en ciudades como Silves. Cabe aún destacar la presencia de dos grupos étnicos minoritarios, los negros y los eslavos.
Los africanos subsaharianos llegaron a al-Ándalus como esclavos o como mercenarios. Desempeñaron funciones como miembros de la guardia personal de los soberanos, mientras que otros trabajaban como mensajeros. Las mujeres negras fueron concubinas o criadas. Algunos eslavos consiguieron comprar su libertad y entre ellos hubo quienes alcanzaron importantes cargos en la administración. Los esclavos de origen eslavo (saqaliba) solían ocupar puestos cercanos a su propietario y dado su elevado precio, solo eran asequibles para los más altos dignatarios. Al convertirse al Islam, adquirían automáticamente la condición de libertos, vinculándose a la familia de su antiguo amo y heredando su apellido. Durante el periodo de los primeros reinos de taifas (siglo XI) algunos libertos de ascendencia eslava formaron sus propios reinos, como la Taifa de Denia.

La red urbana

A la cabeza de la red urbana estaba la capital, Córdoba, la ciudad más importante del Califato, que superaba los 250 000 habitantes en 935 y rebasó los 400 000 en 1000, con lo que fue durante el siglo X una de las mayores ciudades del mundo y un centro financiero, cultural, artístico y comercial de primer orden. La segunda ciudad de Europa tras Constantinopla. Autores de la época apuntan a que su población superaba el millón de almas. En todo caso, Córdoba, la ciudad que más sufrió con la Fitna, rápidamente perdió esa población durante la primera mitad del siglo XI, siendo superada, desde entonces por Sevilla, como principal ciudad de Al-Ándalus
Las ciudades más importantes que junto con la capital cordobesa fomentaron el esplendor del califato fueron Toledo como punto estratégico y cultural; Pechina o Sevilla, como los principales puertos comerciales de Al-Ándalus; Zaragoza, Tudela, Lérida y Calatayud, situadas en el estratégico valle del Ebro. Otras ciudades importantes fueron Mérida, Málaga, Granada o Valencia. Todas ellas superaron en época califal los cien mil habitantes, decreciendo desde la Fitna y solo las capitales taifales mantuvieron parte de ese esplendor demográfico.

Ejército

La expansión militar y el control de las fronteras exigieron la organización de un poderoso ejército. Los mandos del ejército eran al principio, sirios descendientes de la guardia que acompañó a Abd al-Rahmán I en su exilio de Damasco y los árabes prácticamente monopolizaban el ejército. Sin embargo, Al-Hakam II y, sobre todo, Al-Mansur cambiaron este sistema, basando el ejército en mercenarios bereberes y esclavos, sin arraigo entre la población local. Al mando del ejército estaba el califa, y por delegación, solía recaer en el hayib. Los qaid de las marcas tenían amplias atribuciones militares y su cargo solía recaer en la aristocracia militar local.

Asuntos exteriores

Relaciones con los reinos cristianos

Un tercer objetivo de la actividad bélica y diplomática del Califato estuvo orientada al Mediterráneo. Durante los primeros años del Califato, la alianza del rey leonés Ramiro II con Navarra y el conde Fernán González ocasionaron el desastre del ejército califal en la batalla de Simancas. Pero a la muerte de Ramiro II, Córdoba pudo desarrollar una política de intervención y arbitraje en las querellas internas de leoneses, castellanos y navarros, enviando frecuentemente contingentes armados para hostigar a los reinos cristianos. La influencia del Califato sobre los reinos cristianos del norte llegó a ser tal que entre 951 y 961, los reinos de León y Navarra, y los condados de Castilla y el Barcelona le rendían tributo.
Las relaciones diplomáticas fueron intensas. A Córdoba llegaron embajadores del conde de Barcelona Borrell, de Sancho Garcés II de Navarra, de Elvira Ramírez de León, de García Fernández de Castilla y el conde Fernando Ansúrez entre otros. Estas relaciones no estuvieron faltas de enfrentamientos bélicos, como el cerco de Gormaz de 975, donde un ejército de cristianos se enfrentó al general Gálib.

Relaciones con el Magreb

La política cordobesa en el Magreb fue igualmente intensa, particularmente durante el reinado de Al-Hakam II. En África, los omeyas se enfrentaron a los fatimíes, que controlaban ciudades como Tahart y Siyilmasa, puntos fundamentales de las rutas comerciales entre el África subsahariana y el Mediterráneo, si bien este enfrentamiento no fue directo entre ambas dinastías. Los omeyas se apoyaron en los zenata y los idrisíes y el Califato fatimí, en los ziríes sinhaya.
Eventos importantes fueron la ocupación de Melilla, Tánger y Ceuta, punto desde el cual se podía evitar el desembarco fatimí en la península. Tras la toma de Melilla en 927 a mediados del siglo x, los Omeyas controlaron el triángulo formado por Argel, Siyilmasa y el océano Atlántico y promovieron revueltas que llegaron a poner en peligro la estabilidad de califato fatimí. Sin embargo, la situación cambió tras el ascenso de al-Muizz al Califato fatimí. Almería fue saqueada y los territorios africanos bajo autoridad omeya pasaron a ser controlados por los fatimíes, reteniendo los cordobeses sólo Tánger y Ceuta. La entrega del gobierno de Ifriqiya a Ibn Manad provocó el enfrentamiento directo que se había intentado evitar anteriormente, si bien Ya'far ibn Ali al-Andalusi logró detener al zirí Ibn Manad.
En el 972 estalló una nueva guerra en el norte de África, provocada en esta ocasión por Ibn Guennun, señor de Arcila, que fue vencido por el general Gálib. Esta guerra tuvo como consecuencia el envío de grandes cantidades de dinero y tropas al Magreb y la continua inmigración de bereberes a Al-Ándalus.

Política en el Mediterráneo

El Califato mantuvo relaciones con el Imperio bizantino de Constantino VII y emisarios cordobeses estuvieron presentes en Constantinopla. El poder del Califato se extendía también hacia el norte, y hacia el 950 el Sacro Imperio Romano Germánico intercambiaba embajadores con Córdoba, de lo que queda constancia de las protestas por la piratería musulmana practicada desde Fraxinetum y las islas orientales de al-Ándalus. Igualmente, algunos años antes, Hugo de Arlés solicitaba salvoconductos para que sus barcos mercantes pudieran navegar por el Mediterráneo, dando idea por lo tanto del poder marítimo que ostentaba Córdoba.
A partir del 942 se establecieron relaciones mercantiles con la República amalfitana y en el mismo año se recibió una embajada de Cerdeña.

Laws

La doctrina malikí

En el siglo IX, las principales maneras de interpretar los problemas jurídicos habían cristalizado en cuatro escuelas entre los sunníes: ḥanafí, mālikí, šāfiʿí y ḥanbalí. Cuando llegó a Al-Ándalus uno de los dos libros que contenía la codificación de los principios mālikíes sobre la šarīʿa, el emir Al-Ḥakam I tuvo que dar cierto reconocimiento oficial al rito mālikí, pues había arraigado con fuerza entre los habitantes de las ciudades gracias a los ulemas (los ciudadanos preferían un derecho islámico estricto que limitara la capacidad tiránica del poder central cordobés). Sin embargo, no fue reconocido como rito oficial hasta el reinado de su hijo, ʿAbd al-Raḥmān II.
La escuela mālikí tiene el Corán y la sunna como fuentes primordiales, admite el uso de la iŷmāʿ y del qiyās (aunque sin innovaciones), impide que el cadí utilice soluciones de otras escuelas y tiene a la figura del alfaquí como infalible y de autoridad incontestable.
El Estado omeya fue tolerante con el resto de escuelas sunníes que cohabitaban en al-Ándalus, al menos hasta la llegada de Almanzor, como demuestra el hecho de que durante los tres siglos de dominación omeya solo hubo seis acusaciones de herejía (zandaqa) y, de estas, solo dos acabaron en pena capital. El sistema jurídico aplicado en época omeya se mantuvo sin muchas variaciones en los siglos posteriores durante las taifas, los almorávides y los almohades.

Agricultura e industria

El desarrollo de la civilización islámica en Spania había provocado importantes transformaciones económicas durante el Emirato Omeya de Córdoba  De una economía esencialmente rural se pasó a una economía marcadamente urbana, conectándose la península con el urbano mundo oriental y recuperando la vitalidad económica de época romana.
La economía del Califato se basó en una considerable capacidad económica —fundamentada en un comercio muy importante—, una industria artesana muy desarrollada y técnicas agrícolas mucho más desarrolladas que en cualquier otra parte de Europa. Basaba su economía en la moneda, cuya acuñación tuvo un papel fundamental en su esplendor financiero. La moneda de oro cordobesa se convirtió en la más importante de la época, que fue imitada por el Imperio carolingio. Así, el Califato fue la primera economía comercial y urbana de Europa tras la desaparición del Imperio romano.

Agricultura

Para el Islam convertir una tierra infértil en fértil tiene un sentido religioso además de práctico, la religión musulmana promueve este tipo de iniciativas, al establecer que cuando un persona era capaz de vivificar una tierra muerta puede quedársela en propiedad. La escuela jurídica malikí establece varias formas de vivificar la tierra como la creación de fuentes, excavación de pozos, plantación de árboles, construcción de edificaciones y labranza de la tierra.
El oasis, es un ejemplo magnífico de tierras vivificadas, técnica que se fue perfeccionando en el Magreb durante el siglo VIII y fue exportada a Al-Andalus, como se puede comprobar el los palmerales de Elche, Murcia y otras localidades de al-Sharq. Gracias a estos oasis es posible cultivar toda clase de productos agrícolas al amparo de las palmeras.
El Estado andalusí recuperó la conexión entre la agricultura y al comercio. La producción agrícola mejoró gracias al riego y a nuevas prácticas hortícolas. A la trilogía mediterránea se incorporaron nuevos productores y métodos intensivos de cultivo. Adquirieron importancia los productos frutales, las hortalizas y las plantas industriales. Fue una agricultura muy productiva, que generó excedente para el mercado urbano.
En las zonas se cultiva el trigo y la cebada. Se siembran también habas y granos, que eran la base de la alimentación de la población. En períodos de baja producción se recurría a la importación de cereales del norte de África. Fue durante esta época que el cultivo del arroz se introdujo en la península, así como el de la berenjena, la alcachofa y la caña de azúcar. También se introdujeron los cítricos, como el limón, el cidro y la naranja amarga, así como palmeras datileras y productos de regiones tropicales. La introducción se produjo mediante la creación de jardines botánicos como lugares de aclimatamiento a las condiciones de la península ibérica, principalmente en Córdoba, como la famosa finca Al-Rusafa de Abederraman I.
Durante la etapa Omeya se produjo lo que se conoce como Revolución Verde, se multiplico la producción de alimentos debido a la mayor productividad de los nuevos cultivos y al aprovechamiento del agua para irrigar. La etapa andalusí se caracterizó por una gran diversidad de plantas cultivables, muchas de ellas se propagaron más tarde por toda Europa.
Según el agrónomo romano Columela, se conocían en época romana 150 especies cultivadas en la península, y más de 400 especies en época andalusí , según el agrónomo sevillano Ibn-al Awwan, muchas de las cuales se dejarán de cultivar tras la llegada de los cristianos.
Los frutales ocupaban un área agrícola importante; Sintra es famosa por sus peras y manzanas. Al-Gharb se destaca por la producción de higos y uvas. También destacaba la producción de miel y de vino. Aunque su consumo está prohibido por el islam, este se producía y consumía en grandes cantidades, al menos hasta la llegada de los almohades.  
El fomento de la agricultura
  Había que abastecer al príncipe con productos de la agricultura, y los labradores habían de ser protegidos en sus tareas. La ordenación de los personajes poderosos podrían aumentar las fortunas del pueblo, para así evitar el hambre. Los jardines andalusíes promovidos por los califas Omeyas de origen sirio, se caracterizan por conciliar, como todos los jardines islámicos, tres elementos básicos, agua, vegetación y arquitectura, algunos de ellos llegaron a ser muy extensos como los de Medina Azahara, construidos en distintos niveles, como los de Babilonia, cuyo desnivel permitía la proliferación de fuentes, surtidores y albercas que refrescaban el ambiente.
La forma más común de jardín en Al-Andalus era el bustan, un jardín que además de la función de recreo era también huerto, o la raud, un patio con una alberca o acequia en crucero, que junto con pequeñas fuentes simbolizaban los cuatro ríos del paraíso islámico. La almunia o finca agrícola o almunia, del árabe al-munya, era una espacio fuera de la ciudad donde los pudientes se retiraban para alejarse del ajetreo urbano.
La aportación norteafricana es el jardín llamado buhaira, donde el agua es el protagonista absoluto y elemento de lujo de por sí, desarrollándose en torno a grandes albercas y que tienen su modelo en los jardines de Marrakech.
La ganadería
Menor papel económico tendría la ganadería, destaca su importancia en la alimentación, el transporte y menor en las labores agrícolas. La cría de ganado era también una práctica común, en particular de ganado bovino y caprino. Asimismo, los conejos y las gallinas eran muy apreciados en la alimentación. Los musulmanes cruzaron los sistemas hidráulicos de los romanos con los de los visigodos y con las técnicas que trajeron de Oriente. A lo largo de los ríos construyeron molinos de agua y para sacar agua de los pozos introdujeron la noria y la picota.
No obstante, los bereberes semi-nómadas establecidos en las zonas fronterizas, trajeron consigo su cría de la oveja cuyas rutas trashumantes se mantendrán aún con la llegada de los cristianos.

Otras activades

La abundante madera de los bosques se usaba para la fabricación de piezas de mobiliario, para la construcción naval y como combustible. En Alcácer do Sal esta actividad era intensa debido a la existencia de bosques en las proximidades. Citar también la recolección de plantas medicinales y aromáticas y frutos dedicados a la alimentación (castañas, avellanas...) o productos como el corcho.
La pesca y la extracción del sal en la España islámica eran propiciadas por la existencia de una larga línea costera. En cuanto a la pesca, se daba tanto pesca marítima como fluvial. Aunque el pescado no debió de tener un papel importante en la dieta. Las especies más capturadas eran la sardina y el atún, utilizándose para la captura de este último un tipo de red propia, denominada almadraba.
En cuanto a la sal se obtenía tanto de minas de sal gema en la región de Zaragoza como de salinas (lo más habitual) en las regiones de Alicante, Almería y Cádiz. Gracias a la sal se pudo desarrollar una importante industria de salazón que constituyó uno de los objetos de exportación.
La caza podía aportar también tanto carnes (conejos, perdices...), dedicado a abastecer los mercados urbanos, como pieles destinados a la industria peletera (zorro, nutria...) en zonas escasamente habitadas, situadas en la frontera septentrional. Aunque parece destacar más la caza a modo de diversión, se caza con aves de presa, siendo importante los tratados sobre el cuidado y adiestramiento de estas aves.

Comercio y transporte

El estado cordobés hizo renacer las ciudades, que fueron el centro de la vida económica, cultural y social. Se desarrolló la artesanía. El destino de los productos de la artesanía era el comercio interior y el exterior. Se importaron esclavos y materias primas de África, de Europa y de Oriente; y se exportaban productos manufacturados de lujo. La circulación de la moneda fue abundante, sobre todo porque la península era un centro de confluencia de las rutas comerciales africanas, europeas y orientales. La ciudad de Córdoba, la ciudad más importante de al-Ándalus cultural y económicamente, superó los 100 000 habitantes en el siglo x, y se convirtió en la mayor ciudad de Europa occidental.
Uno de los lugares más importantes de la ciudad musulmana es el suq (zoco) o mercado. Los mercados conocieron un renacimiento en la península durante el periodo islámico. En ellos se realizaba el comercio de productos diversos, principalmente de los productos de metal y de otros productos de artesanía así como sedas, algodón o tejidos de lana. Algunos artículos de lujo producidos en al-Ándalus se exportaban a la Europa cristiana, al Magreb y hasta Oriente. Los talleres y tiendas donde se producían esos trabajos eran propiedad del Estado. Mālaqa, la actual Málaga, contaba con una importantísima industria alfarera, donde se cocían losas y ánforas ornamentales, la denominada loza dorada malagueña, que llegaron a tener gran reconocimiento en todo el mediterráneo.
En al-Ándalus también se recurrió con frecuencia a la esclavitud como fuente de mano de obra. De hecho, el comercio más importante era el de esclavos, que se realizaba por mercaderes judíos establecidos en las zonas del Danubio, Rin y Ródano que llevaban los esclavos hasta Narbona y Barcelona. A los esclavos se les solía apreciar diferentemente según su raza ya que a cada una se le atribuía una cualidad diferente para el trabajo.
DISBANDED/DISSOLVED

929 - 1031

Tipo
Geopolitical, Empire
Título del líder
Sistema de Gobierno
Monarchy, Absolute
Estructura de poder
Unitary state
Sistema económico
Market economy

El oro de bilad al-Sudan
El camino para pacificar al-Ándalus también dependía de la estabilidad económica del mismo, por lo que el califa recurrió al oro del Sudán, situado en las tierras de bilad al-Sūdān (como llamaban los árabes a las tierras del sur del Sahara; literalmente traducido como «la tierra de los negros»), gracias al protectorado que había establecido en las tierras del Magreb occidental y central.
Para hacer llegar el metal a al-Ándalus, ʿAbd al-Raḥmān III utilizó caravanas de más de 1000 camellos, que recorrían las rutas del oro que atravesaban el Sahara. Los convoyes partían en otoño de los territorios controlados por los clanes magrebíes (en buenas relaciones con los omeyas) y tenían que abrirse paso entre las fuerzas fāṭimíes y cruzar el desierto para pasar el invierno en bilad al-Sūdān. Allí se abastecían de oro, sal gema, especias, marfil, cobre, mercurio, pieles y, sobre todo, esclavos capturados en Senegal y Gāna. Las caravanas regresaban en primavera, viajaban por la tarde y la noche y acampaban por las mañanas.
Con todo ese oro, ʿAbd al-Raḥmān III mandó abrir las cecas (dār al-sikka) de Córdoba, Madīnat al-Zahrāʾ, Sevilla y Fez (Madīnat Fās), con las que consiguió sanear las cuentas de su reino y sacar de la crisis a al-Ándalus (las crónicas dicen que el tesoro califal de Al-Ḥakam II contaba con más de cuarenta millones de dīnāres).
Con la caída del califato omeya, las rutas del oro sudanés pasaron a estar bajo el control de los almorávides y, después, de los almohades. La gran calidad del oro sudanés les permitió emitir monedas de una gran pureza, que competían con la siempre poderosa moneda de oro bizantina.

Madinat al-Zahra
En una Córdoba superpoblada (se estima en 100 000 sus habitantes durante esta época) y con el deseo de establecer una capital disociada como alternativa política y social de la vetusta Córdoba, ʿAbd al-Raḥmān III mandó construir en las faldas de las últimas estribaciones de Ŷabal al-ʿArus (del árabe, «el monte de la novia», es decir, Sierra Morena) la ciudad cortesana de Madīnat al-Zahrāʾ, como sede del poder espiritual y gubernamental del nuevo califato, cuya superficie superaba a la medina de la misma Córdoba. Levantada en honor a su amada, Al-Zahrāʾ, el califa mandó reforestar las laderas de la montaña con almendros e higueras para crear un paisaje idílico.
La ciudad palatina se construyó sobre tres terrazas en la ladera de la montaña. En la parte superior estaban las dependencias califales, cuya burocracia era atendida por cerca de 3500 esclavos. Allí, las calles tenían adoquines de mármol negro y jade verde, dispuestos como en un tablero de ajedrez, y los exuberantes jardines guardaban jaulas para fieras y pajareras con miles de aves. En la terraza media se ubicaban los edificios para la administración y la corte, los palacios de los visires y las residencias de los altos cargos del Estado; y, por último, en la parte inferior estaban los baños, las escuelas, las residencias de los artesanos y los comerciantes y las del pueblo llano; desde aquí se entraba a la ciudad y se accedía al zoco.
El interior del palacio omeya de la ciudad estaba sostenido por más de 4000 columnas de mármol (traídas desde Constantinopla, Roma, Cartago, Túnez y las mejores canteras de al-Ándalus) y sus paredes estaban adornadas con cientos de piedras preciosas; los techos estaban recubiertos de oro y de oro eran las estatuas de las fuentes. El palacio también guardaba una pileta llena de mercurio: el estanque estaba flanqueado por ocho arcos de marfil y ébano, con atauriques de mármol incrustados de oro y aljófares, y los arcos estaban apoyados sobre columnas de colores. Para impresionar a sus visitas, el califa mandaba agitar el mercurio a un esclavo, con lo que se desprendían preciosos destellos y se producían impresionantes juegos de luces. Así, el palacio califal era opulento, como los construidos por los ʿabbāsíes, mientras que la persona del califa era humilde, pues vestía ropas sencillas y sin adornos. ʿAbd al-Raḥmān III decía: «todos son pequeños ante mí, pero ante Dios no soy nada».



Cover image: by Montedemo

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