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Reino de Asturias

El reino de Asturias o reino de los Astures (en latín, Asturum Regnum) fue la primera entidad política cristiana establecida en Spania después del colapso del Reino de los Visigodos de Toledo tras la desaparición del rey Rodrigo en la batalla de Guadalete y la subsiguiente conquista musulmana de Spania. En sus primeras décadas, la extensión territorial del reino se limitó a los territorios de la cornisa cantábrica y sus comarcas adyacentes. Con posterioridad, los reyes asturianos iniciaron una vigorosa expansión que a principios del siglo x alcanzó el río Duero.
Se considera que la historia del reino se inició en el año 718, fecha probable de la elección de don Pelayo como princeps o líder de los rebeldes. El final suele establecerse en el año 925, cuando Fruela II de Asturias sucedió a su hermano Ordoño II, quien gobernaba el Reino de León, fundado por su otro hermano García I. El Reino de Asturias es el precedente histórico del reino de León, del que más tarde surgirían el Reino de Castilla y Reino de Portugal.

Estructura

En un primer momento, los reyes son elegidos por una asamblea de notables, siguiendo el modelo visigodo -ajustada a la tribalidad de los antiguos astures. Sin embargo, los monarcas van a conseguir instaurar, a principios del siglo IX, un sistema hereditario para la designación del monarca que dotará al reino de una mayor estabilidad. No obstante, con Alfonso III, con el que el reino llega a su máxima extensión, se instaura la tradición de dividir el reino entre los hijos, que continuará el reino leonés durante las centurias siguientes
la organización territorial estaba ligada a comtes, que estaban al mando de las partes más alejadas (Galicia, Cantabria, Álava, Castilla, etc.), estando el núcleo inicial astur o Asturias bajo mandato directo del rey. La estructura de la corte, el oficio palatino, era mucho más simple que el de los visigodos, aunque el clero mozárabe exiliado instaurará un ceremonial imperial que evocará la monarquía visigoda.

Cultura

El reino tenía una economía de subsistencia puramente agrícola y ganadera, eminentemente rural, con Oviedo como único núcleo urbano en la actual Asturias. Sin embargo, había una serie de ciudades importantes en las demás partes del reino, como Braga, Lugo, Astorga, León, Zamora, a donde se va a ir desplazando la población en busca de nuevas oportunidades. La sociedad, de tipo igualitario en un primer momento, se va feudalizando progresivamente, sobre todo con la llegada de población mozárabe de cultura visigoda. Paradójicamente, esta población va cristianizando el reino, que inicialmente se asentaba en una zona con muchos elementos culturales paganos (la iglesia de Santa Cruz, en Cangas de Onís, primer vestigio arquitectónico, se construye sobre un dolmen).
El reino de Asturias empleó la representación de la Cruz de la Victoria como símbolo protector en Iglesias y fundaciones públicas y también en construcciones militares, como la fortaleza de Alfonso III en Oviedo, constituyéndose así en emblema del reino.
Organización social
El crecimiento del reino astur-leonés propició que los nobles y gentilombres se trasladaron a León y a las tierras -más ricas-, conquistadas. Por lo tanto, y salvo en algunas ciudades, la pirámides oratores-bellatores-laboratores se dará de una forma un tanto desdibujada. Siendo la mayoría de la población rural, los cortesanos se movieron cerca del monarca -que ya no residirá más en Asturias, o en sus caserones señoriales, los obispos y abades en sus grandes monasterios conectados o a la misma vera del Camino de Santiago.
Ya durante los siglos IX y X los reyes astures comenzaron a organizar el espacio en unidades administrativas llamadas mandationes, commisos y alfoces. Bajo estas unidades se encontraban las comunidades de aldeas, compuestas por pequeñas células familiares, donde cada una poseía el derecho de explotación (atribuido al rey) de una pequeña parte del conjunto.
En las aldeas y las brañas, la mayoría de la población de la zona, los rústicos, se organiza como siempre, en continuidad de como lo hicieran los antiguos Astures; pues no es un señor el que manda sobre todos, sino un conceyu (o consilium, como recogen los textos en latín), un grupo de vecinos cuya autoridad es acatada por los demás, dado que todos se conocen y saben quienes sirven o no para tomar decisiones.

Historia

Para la historia de la tierra de Asturias antes de la fundación del reino ver el artículo corresponiente.

La revuelta de don Pelayo

Hacia el 718, los restos de las tropas visigodas y la nobleza que no estaba dispuesta a pactar con los invasores de oriente se batieron en retirada, refugiándose muchos de ellos en la cornisa norte, al resguardo de las inaccesibles montañas astures. Sobre don Pelayo, relata la tradición oral que:
en la recién conquistada Toledo no había doncella goda más hermosa que Ormesinda. Y claro está, tanta hermosura hizo que en ella se fijara Munuza, el wali o gobernador de la ciudad. E hizo mal, que era hermana nada menos que de don Pelayo, noble visigodo de no escaso valor, y prometida de don Alfonso, otro godo de igual probanza. De ese amor se valió el pérfido gobernador, que le dijo a Ormesinda que a los dos había de matar, tanto al hermano como al amado, si no consentía en ser su esposa y casarse por rito infiel en la catedral, recién convertida en mezquita. Por amor a los suyos, la doncella consintió. Ignorantes de ello, y ante la vergüenza de que su hermana y prometida se convirtiera en una de las esposas de un moro, Pelayo y Alfonso se conjuraron para matarla, diciéndose que ningún momento sería mejor que el de la misma boda. Acordaron que, acercándose su hermano para abrazarla cuando fuera a entrar en el templo, allí mismo la iban a coser a puñaladas. Y así llegó el día: los musulmanes pregonaban a los cuatro vientos que una doncella de la más alta nobleza había aceptado enmaridarse con uno de ellos, prueba de que venían como amigos, y así los había que ver. Y muy engalanados fueron en cortejo a la mezquita, donde les salieron al paso Pelayo y Alfonso. Pelayo argumentó que, no siendo él musulmán, no podía entrar en el templo, pero quería abrazar a su hermana para felicitarla por su boda. Sin sospechar nada, Munuza accedió a ello, viendo su triunfo completo por lo muy serviles que andaban tanto Pelayo como Alfonso. El primero se acercó a su hermana, y la vio tan pálida que vaciló. Ésta le abrazó y le susurró al oído: “¡Date prisa en abrazarme por última vez, hermano, que anoche tomé veneno y ya lo siento en mis entrañas! Pues prefiero ser cristiana muerta que esclava viva”. Poco más pudo decir, que en sus brazos murió. En el revuelo, Pelayo y Alfonso sacaron las armas que llevaban escondidas y allí mismo acuchillaron a Munuza, huyendo luego. A Asturias. A continuar la lucha, hasta el final de sus días. De Pelayo, todo el mundo sabe que fue el primer señor de la revuelta. El Alfonso que lo acompañó, dicen, fue con el tiempo el primer rey de Asturias.
Sea como fuere, en el 722, en las estribaciones del Monte Vindio tuvo lugar la batalla de Covadonga, la primera derrota de las tropas musulmanas tras la invasión once años atrás. Las crónicas de Alfonso III equipararon la batalla a la de Guadalete, pero no fue de tanta magnitud, sino mas bien una escaramuza o emboscada, en la que los sarracenos fueron repelidos por los astures arrojándoles piedras. Con ellos estaban don Pelayo y un grupo de visigodos encabezando la resistencia.
Pelayo nunca fue rey de los astures, ya que estos no habrían aceptado el mandato de un godo, aunque fuera de sangre real, pero sí fue el cabecilla militar de la revuelta, animándoles a ue bajaran de sus montañas y agrandaran el territorio. Fundó Cangas de Onís, cerca de Covadonga y allí estuvo hostigando a los musulmanes quienes tampoco mostraron mucho interés por someter dichas comarcas, limitándose a ningunear la importancia de la revuelta e ignorarla, dado que más arriba del Duero su presencia era menos que simbólica.
Mientras tanto Pelayo conquistó León y la defendió del ataque de las tropas de Abd al-Rahmán I. Se casó con la cántabra Gaudiosa de Liébana y le dio los hijos Favila y Ermesinda. Pelayo luchó continuamente y sin descanso hasta que murió en 737, siendo sepultado en la iglesia e Santa Eulalia de Abamia.
Favila[/b fue proclamado cabecilla a la muerte de su padre, pero murió dos años más tarde durante la cacería, en las garras de un oso. También es conocido por alzar una iglesia en terreno sagrado de los astures, (la citada iglesia de la Santa Cruz, en Cangas de Onís), la primera desde la invasión musulmana.

Los reyes asturianos

Alfonso I (739-757)
Hijo de Pedro, duque godo de Cantabria, y yerno de Pelayo al estar casado con su hija Ermesinda. Buscó apoyos entre las gentes de los valles, dejando de lado a los de las montañas. Sea como fuer, se autoproclamó rey, aunque no de los godos, al no tener sangre real y a los que culpaba de la pérdida de España -aunque él mismo fuera godo. Fundó un reino nuevo con gentes nueva y quizá con ello se ganó la simpatía de los astures de las montañas. El primer rey de Asturias pasó más tiempo en la silla del caballo que en el trono y empuñó la espada más que el cetro, y tuvo éxito en su emprsa, ya que para su muerte en 757 el reino se había extendido desde Galicia hasta Vasconia, haciendo frecuentes incursiones en el valle del Duero (las mismas que antaño hicieran los antepasados de los astures sobre los que ahora reinaba). Con sus furiosas cabalgadas llegó a las que hoy son las ciudades de Oporto, Braga, Salamanca, Ávila o Segovia, que saqueó sin conquistarlas. La debilidad musulmana en ese momento y el poco interés de estos por las tierras norteñas ayudaron mucho a tales éxitos.
Cuando bajaba del caballo, el rey se dedicaba a engendrar hijos, tanto legítimos como bastardos, que era de badajo alegre, todo y que le dieran el sobrenombre de “El Católico”. Sin duda quería dar ejemplo sobre lo de repoblar el reino con buenos cristianos. Eso trajo problemas, como luego se verá. Por si quieren ir a ver al primer rey de Asturias, está junto a su esposa en Covadonga, cerca de su suegro.
Fruela I (758-768)
Primogénito de Alfonso I, las crónicas lo citan como “valeroso en las armas y severo en el trato”. Bonitos eufemismos para definir a un hombre visceral y violento. Hizo guerra contra los Vascones del este, y logró una especie de paz pactada con ellos no por la fuerza de la espada, sino del tálamo, que se trajo como botín de guerra a la hermosa Munia, hija de noble familia de Álava, con la que casó y de la que tuvo un hijo que luego sería Alfonso II.
Sorprendentemente, al parecer fue un matrimonio feliz, al menos tal y como pueden serlo los de conveniencia. Fundó la ciudad de Ovetao (Oviedo ), pero era más destructor que constructor. Aparte de querer el reconocimiento como rey de todos los pueblos no musulmanes (no los llamemos a todos “cristianos”,) se dedicó a “convencer” con espada, antorcha, degüello, saqueo y violencia variada a los moros que no era bueno para la salud cruzar el Duero, costumbre que ya hemos visto que inició su padre. Como los musulmanes solían cruzar el río para devolver las visitas en similares términos, los mozárabes (es decir, cristianos que vivían en territorio musulmán) fueron trasladándose al norte, que a la hora de la degollina, no siempre es fácil distinguir amigo de enemigo.
Fruela era igual de amable con los propios como con los ajenos, por lo cual mandó asesinar a su hermano Vimarano. Los nobles le presionaron para que nombrara sucesor, no a su hijo Alfonso, de muy corta edad, sino a Vermudo, su sobrino, hijo de su hermano muerto. No logró con ello calmar los ánimos: Fruela fue asesinado en Cangas de Onís de Onís por partidarios de su primo Aurelio, que se hizo con el trono.
Munia, mujer práctica e inteligente, hizo esconder a los dos hijos de Fruela (Alfonso y Jimena) en el monasterio de Samos, en Lugo, no fuera que sufrieran también la suerte de su padre. Tanto Fruela como su esposa vascona Munia se encuentran enterrados en la catedral de Oviedo.
Aurelio I (768-774)
Tenía ya cierta edad cuando alcanzó el poder, y no dejó de ser marioneta en manos de los nobles, cada vez más crecidos. Cejó en los sacos por el sur, pactando con los musulmanes un tributo de vasallaje. Como no podía ser oro (que todo se lo llevaron los romanos) ni grano o alimentos (que poco fértiles eran sus dominios) hubo de ser esclavas: doncellas cristianas, hembras salvajes del norte, que eran enviadas a los mercados moros donde eran muy cotizadas por su exotismo. Eso no gustó demasiado a sus vasallos, por lo que trató de compensarlos liberando al pueblo llano de algunas cargas feudales de tiempos de los godos. Tratando de calmar a todos, no contentó a nadie, y sólo su temprana muerte le libró de un destino peor, ya que murió en el valle de Langreo y fue enterrado en la iglesia de San Martín, que no se juzgó tan importante para dejarlo descansar en sepultura mejor.
Silo I (774-783)
Como Aurelio había muerto sin descendencia fue elegido como rey Silo, cuyo único mérito era estar casado con Adosinda, la hermana del asesinado rey Fruela I. Se dice de él que era hijo de mora, por lo que las relaciones de vasallaje y tributo de esclavas continuaron con el emirato de Córdoba. En lugar de guerrear con musulmanes, lo hizo con cristianos, que si su cuñado Fruela luchó contra vascones, él lo hizo contra gallegos. Trasladó la corte a Pravia , en el valle del Nalón, abandonando Cangas de Onís, que al estar enquistada en las montañas andaba mal comunicada, y el reino ya era grande. Como también tenía sus años y carecía de herederos, quiso encauzar las cosas prohijando a su sobrino Alfonso, el hijo de Fruela y al que legítimamente, por ley de sangre, le tocaba reinar. Murió en el fin de sus días y fue enterrado en Oviedo, en el monasterio de San Pelayo. Lamentablemente, no le sucedió quien él esperaba.
Mauregato I (783-788)
Ya se ha dicho que Alfonso I tuvo numerosos hijos ilegítimos, y uno de ellos fue Mauregato, hijo de mora cautiva, como Silo. El bastardo y el prohijado se enfrentaron en guerra civil, ganando el primero, entre otras cosas porque Mauregato pidió ayuda al emir Abd al-Rahmán I. Alfonso se refugió en Álava donde estaban los parientes de su madre, que lo acogieron, y Mauregato amplió el pago del vasallaje con los moros al famoso “tributo de las cien doncellas”, que según unos no pudo ser cumplido por la oposición de la nobleza y según otros, por causas ciertamente extrañas: Cuenta la leyenda que una hermosa muchacha llamada Galinda, sabiendo que tropa de soldados andaba a la caza de las más bellas doncellas para el infame tributo, huyó de la aldea de Illés donde vivía (hoy Avilés) y perseguida por los soldados encontró insólito cobijo en una fuente, que le dijo: “Si quisieras ser tú mi xana, vivirás días dichosos”. La joven se dejó convencer por el espíritu de las aguas, y, en efecto, al beber de la fuente se convirtió en un ser mágico, que cuando llegaron los soldados los convirtió, visto y no visto, en corderos. Mandó el rey más soldados, y se encontraron la xana, bellísima, de largos cabellos rubios, ora hilando con su rueca y su huso, ora peinándose con peine de oro. Siempre junto a su fuente. Siempre con los corderos, que de vez en cuando balaban lastimeramente. Los recién llegados trataron de prenderla y sufrieron la misma suerte que sus compañeros. Finalmente el mismísimo rey Mauregato se fue tras la pista de sus tropas perdidas, y se encontró con la xana, exigiéndole qué había hecho con sus soldados, a lo que ella respondió “Tus soldados no son sino corderos, y tú no mereces ser sino su pastor”. Y el mal rey se vio, en efecto, empuñando rugoso bastón en lugar de cetro y vistiendo groseras vestiduras en lugar de las ricas prendas a las que tan acostumbrado estaba. Le dijo entonces la xana: “¿Qué prefieres ser, Mauregato: ser rey de un ejército de soldados o pastor de un rebaño de corderos? Pues tal como te comportes, así serás”. Mauregato cogió al punto la indirecta, y dijo que prefería ser rey de un ejército. Y no hubo más tributo de doncellas a los musulmanes. Durante el reinado de Mauregato se produce la ruptura con la iglesia de Toledo, al renegar del Adopcionismo defendido por los mozárabes, adoptando el encarnacionismo de la Iglesia Romana,que declaró el Adopcionismo herejía. Así, las autoridades eclesiásticas que estaban en tierras musulmanas dejaron de tener autoridad sobre los cristianos independientes.
Mauregato murió, presumiblemente, de muerte natural, tras cinco escasos años como rey y es enterrado sin mucha ceremonia en la iglesia de San Juan de Pravia. Como no tuvo descendencia, la corona fue entregada al hermano de Aurelio I, un diácono llamado Vermudo.
Vermudo I El Diácono (788-791)
Era rey y hermano de rey. Pero el cargo le venía grande. Aunque casó en su juventud con Ursinda (de quien tuvo un hijo, Ramiro, del que luego ya se hablará) decidió que lo de estar en línea de sucesión para ser rey era malo para la salud, y ejercía como simple diácono guardando castidad y apartado del mundanal ruido. Hasta que el mundanal ruido vino a aporrear su puerta. Hisam I, el emir de Córdoba se presentó en Asturias con un ejército a preguntar qué pasaba con el famoso tributo de las doncellas. Vermudo era culto y piadoso, pero lo de guerrear, no era lo suyo, así que tras perder un par de batallas en el Bierzo mandó llamar a Alfonso (el que estaba en Álava, ¿recuerdan?) y él se retiró a lo suyo, a la clerecía, viviendo con bastante tranquilidad hasta el 797.
Alfonso II El Casto (791-842)
Vuelve de tierras vasconas el hijo de Fruela después que Vermudo renunciara al trono tras ser derrotado en la batalla de Burbia. Alfonso instaló la corte en Oviedo, la ciudad que fundara su padre, y desde allí reinó junto a su esposa doña Berta.
Sus inicios no pudieron ser peores: Hisam I se decidió a proclamar una jihad contra ese reino de zarrapastrosos cristianos (la primera, por cierto) enviando un poderoso ejército al mando de dos veteranos generales —Abd al-Malik y Abd al- Karim—, que lograron llegarse hasta Oviedo en el 794 y saquearla a placer. A la vuelta, cargados con el botín, les sale al paso el rey Alfonso y su ejército, y los derrota en la batalla de Lutos. Al año siguiente un nuevo ejército musulmán vuelve avsaquear lo poco que debía quedar por saquear de Oviedo.
El rey asturiano entabló relaciones diplomáticas con el paladín de la cristiandad, el emperador Carlomagno, pero aunque los tratos con el Reino de los Francos son provechosos, lo cierto es que, militarmente, poca importancia tuvieron, que Hisam I tuvo la decencia de morirse y sus descendientes volvieron a olvidarse de los montañeses del norte. En cambio, a nivel comercial las relaciones con los francos fueron muy provechosas: el oportunodescubrimiento de la tumba del apóstol Santiago  , la creación de una ciudad entorno al templo que contiene sus restos y el camino de peregrinaje que se forma para venerarlos se convierte en una poderosa ruta comercial que enlaza el reino cantábrico con Francia, y a través de ella con Europa entera. Asturias y el Camino se convierten así en nexo de unión en Spania entre el Oriente musulmán y el Occidente cristiano.
Otra reliquia menor que la gente tiende a olvidar es la Cruz de los Ángeles, así llamada porque por dos de ellos fue forjada (o eso dicen). La cuestión es que fue “encontrada” por esos tiempos, y no poco venerada.
Alfonso II tomó la ciudad de Lisboa en 798, y venció con todas las de la ley a los musulmanes en las batallas de Narón y de Anceo, afianzando la presencia cristiana en Galicia, León y Castilla. Finalmente, muere a los 85 años, en honores de grandeza, aunque pasará a la posteridad como El Casto, al negarse rotundamente a tomar esposa.
Ramiro I (842-850)
A la muerte del Rey Casto el reino quedó sin descendencia y se echó mano del hijo de Vermudo El Diácono, Ramiro, ya viudo y con 53 años, elegido apresuradamente por los notables del reino, pues el conde Nepociano -cuñado de Alfonso II, trató de hacerse con el trono a la fuerza, con apoyo de asturianos y vascones. Ramiro los venció en Cornellana, junto al río Narcea. Eso sí, exigió que la monarquía dejara de ser reafirmada por los nobles y pasara a ser pura y simplemente hereditaria. Así aseguraba el trono el trono para su hijo Ordoño, y a Nepociano le perdonó la vida -tras arrancarle los ojos y encerrarle en un monasterio hasta el fin de sus días.
No fue su reinado tranquilo y pronto tuvo que batallar contra los vikingos que asaltaban las costas de Brigantia y contra los musulmaes. Durante ese tiempo tuvo lugar la legendaria batalla de Clavijo  en la que el mismo apostol Santiago tuvo que bajar a ayudar a los cristianos. Además, Ramiro limpió de tal modo de bandidos su reino que fue conocido como la "Vara de la Justicia".
Ordoño I (850-866)
Hijo del anterior, fue el primer rey en acceder al trono por el simple derecho de su sangre, que no de sus hechos, y sin el consenso del consejo de nobles. Pero lo cierto es que Ordoño era hombre capaz para ser rey. Ya fue gobernador de la zona occidental del reino en tiempos de Ramiro I, y durante el reinado de su padre colaboró mucho con él en la administración del reino. Al poco de ser coronado rey, demostró que, además de ser buen intendente, sabía manejar la espada.
Los vascones se apresuraron a alzarse contra el nuevo monarca, y éste, recordando a su antepasado Fruela I, resolvió el problema del mismo modo: con la espada y con el tálamo. Sofocó la rebelión con su ejército (pese a que los vascones se habían aliado con los Banu Qasi de Sarakosta) y logró ser reconocido como rey casándose con una vascona, que ya se sabe que esas gentes de naciente tienen mas respeto a las madres que a los padres. Irónicamente, la doncella tamibén se llamaba Munia.
Nada más retornar con su ejército victorioso, su nueva mujer y tropas vasconas de refuerzo (posiblemente, las mismas con las que había batallado) hubo de enfrentarse con los musulmanes del sur, que trataban de atacar la zona la Vardulia (Castilla). No acabaron con ello sus problemas con la morería, que el wali de Saracosta quiso hacer puesto avanzado fortificando la plaza de Albaida (hoy Albelda de Iregua). No se andó con demasiadas chiquitas Ordoño, que sitió la ciudad y luego la saqueó y arrasó.
Apoyó la sublevación mozárabe enviando tropas, pero ahí no le fue tan bien, que bien que lo derrotaron en la batalla de Guadalacete, en el 854. Hubo pues de consolidar su reino fortificando la zona comprendida entre el Duero (la frontera natural) y las montañas cantábricas repoblando y amurallando un rosario de ciudades: León, Astorga, Amaya y Tuy, enlazadas entre sí por castillos roqueros. En resumen, batalló contra los moros, pero no logró victorias significativas, teniendo que optar por mantenerse a la defensiva.
Alfonso III El Grande (866-912)
Hijo primogénito de Ordoño, tuvo un reinado largo, pero no precisamente tranquilo: hubo de sofocar una revuelta dirigida por un tal Vermudo el Ciego; otra de los gallegos encabezada por Fruela González, conde de Lugo; y una tercera al año escaso de subir al trono, esta vez una revuelta vascona encabezada por un tal Elio. Pequeños problemas de ser el primero en heredar el trono sin la aprobación de la nobleza —ya se sabe, siempre quedan nostálgicos del antiguo régime—. Liquidados estos contratiempos (y de paso, los que los originaron) se dedicó a repoblar el norte de Portugal (conquistando Coimbra y Oporto) y reforzó la frontera natural del Duero, con las plazas fuertes de Toro y Zamora. Esta actividad no gustó a los musulmanes, que hacia el 877 enviaron al norte a un ejército a poner las cosas en su sitio: fueron derrotados en el valle del Tajo, y el mismísimo emir de la todopoderosa Córdoba, Muhammad, solicitó una tregua de tres años. Fue la primera vez que los musulmanes pactaron una paz. No iba a ser la última. Sin embargo, para ambos monarcas estaba bien claro que una tregua era un respiro, no el inicio de la paz. Finalizada la tregua Muhammad atacó por dos frentes: Galicia desde el mar, con una flota que afortunadamente (algunos quisieron ver en ello la intervención divina) naufragó en una tempestad sin lograr desembarcar el ejército; y por tierra a través del valle del Guadiana, siendo derrotados una vez más junto al monte Oxifer. Al-Andalus siguió aguijoneando el reino de Asturias hasta el año 901, cuando los musulmanes, cada vez más alarmados por sus vecinos del norte, lanzaron contra ellos otra jihad que se estrelló contra las defensas de Zamora. Luego estallaron revueltas internas en el emirato y se olvidaron de sus vecinos del norte, al menos por el momento.
Pero no hay descanso para los reyes, aunque sean justos: en el 909 García, su hijo primogénito, intentó una conjura para derrocarlo. Descubierta a tiempo, Alfonso lo hizo prender, y contra él se enfrentaron su propia esposa, Jimena, sus hijos Ordoño y Fruela, y el poderoso conde de Castilla Nuño Fernández. Nadie quería una guerra civil, y Alfonso menos que nadie, así que cedió. Abdicó en el trono en el 910, pero repartió el reino entre sus tres hijos: los condados de León, Castilla y Álava para García García, los de Galicia y Portugal para Ordoño, y Asturias para Fruela. Ni que decir tiene que eran regalos envenenados, y Alfonso, que se retiró a Zamora, conservando el título honorífico de rey, a vivir sus últimos días junto con su esposa, bien que lo sabía: García se autoproclamó primer rey de León (que ya no de Asturias, pues era territorio que no le correspondía), y murió muy oportunamente en el 914, sin herederos, pasando corona a Ordoño. Cuando éste murió en el 924 fue Fruela el que usurpó a los hijos de éste el reino que les correspondía, aunque poco que lo disfrutó, que murió al año siguiente.
Pero todo esto es historia del Reino de León, que ya no de Asturias. Aunque García I fue el primer rey de León, hay quienes defienden que tal título debería corresponderle a Alfonso III, ya que en León residió largas temporadas, teniendo allí permanentes el Consejo de Gobierno y el Tribunal de Justicia. También mandó redactar tres crónicas (la Albedense, la Profética y la de los reyes visigodos) en la que reescribió la historia presentando al reino de Asturias como heredero directo de la Hispania de Rodrigo.

A la sombra del León

Desde entones, el reino y la tierra de Asturias, escindida por el testamento de Alfonso III de la tierra nueva de León (paradójicamente el solar de los Astures a la llegada de los romanos) quedó a la sombra de este como un título más de los reyes leoneses, a veces entregado a hijos segundones o bastardos, otra veces simplemente ninguneado al estar más interesados en las tierras atravesadas por el camino de Santiago, el valle del Duero y la frontera con los musulmanes.
Pero, frente al poder de los monarcas leoneses, se alzan gritos de protesta. ¿Acaso antes del reino de León, no hubo el de Asturias?¿Acaso no es Asturias la única tierra nunca conquistada? Hacia la primera mitad del siglo XII el obispo Pelayo, de Oviedo, hace redactar el Liber Testamentorum, en el que falsea diplomas, donaciones y otros documentos para ensalzar la catedral de Oviedo frente a la de Toledo.
Las intrigas de Gonzalo Peláez
Más o menos por el mismo tiempo, el conde , posiblemente el señor feudal más poderoso de Asturias (según la Chronica Adefonsi Imperatoris) moverá ficha en el complicado juego de ajedrez de la historia. Sus dominios comprendían Astorga, Bierzo, Laciana, Babia, Luna y los castillos de Gauzón, Buenga, Bozón, Pajares, Tudela y Alba de Quirón. Todo ello mercedes concedidas por Alfonso VI Alfonso VI de León y Castilla. Pero luego el trono pasó a manos de su nieto, Alfonso VII El Emperador, tras unos malabarismos dinásticos en los que no entraremos. Y Gonzalo y otros nobles asturianos se opusioeron y empezaron a conjurarse contra el rey. Pero alguien delató al rey la conspiración y éste los prendió a todos, menos a Gonzalo, que logró refugiarse en sus dominios asturianos. Finalmente el rey lo sitió en el castillo de Gauzón. Pero andaban los andalusíes revueltos, y no era cosa de distraerse en el norte peligrando la frontera sur. El rey pactó con Gonzalo (ojo, pactó, que no perdonó) una tregua de dos años, a cambio de que el conde le entregara el castillo de Tudela.
Y el rey Alfonso volvió con sus ejércitos cumplidos los dos años, y no lo hace con ánimo de pactar sino de colocar la cabeza del conde en lo alto de una pica, para que todos puedan verla. Una vez más hay guerra en Asturias. Una vez más los ejércitos trepan por los montes y son quebrantados desde lo alto. Dos años dura la lucha, y finalmente el obispo de León logra una frágil paz. El conde se reconcilia con su rey, a cambio de entregarle casi todos sus castillos: Alba, Quirós, Proaza y Buango.
Pero apenas regresó el rey a Toledo, el conde Gonzalo empezó a prepararse de nuevo para la guerra, que bien que sabe que en lo alto de sus montañas es invencible y no hay mejor castillo que ése. Pero esta vez el rey Alfonso recurre a la astucia en lugar de a sus ejércitos. Uno de sus infanzones, Pedro Alfonso, lo captura (o secuestra, si prefieren el término) en un audaz golpe de mano, acompañado de algunos guerreros de élite; lo saca de Asturias y lo arroja a los pies de su rey. Alfonso VII, en un arranque de magnanimidad bastante poco corriente, le perdona la vida, pero lo envía desterrado a la corte de Alfonso Enríquez, conde de Portugal. Allí morirá en 1138, por fiebre dicen los cronistas, por veneno, dicen los maliciosos, mientras trataba de convencer al de Enríquez que lo apoyara para volver a la lucha. Volvió a su amado Oviedo, pero difunto, llevado por los caballeros que aún le eran fieles.
La reina de Asturias
Unos años más tarde, en 1164, Urraca Alfonso, hija ilegítima del rey leonés, protagonizó otro intento de secesión. La habían casado con el rey de Navarra primero, y al enviudar se instaló en Oviedo, consiguiendo el título de Reina de Asturias, aunque supeditada a su padre. Cuando en 1157 heredó el trono de León su hermanastro Fernando II quiso escindir Asturias del reino, apoyada por su segundo marido, el asturiano Álvaro Roderici, con quien se había casado un año antes. La cosa al parecer no pasó de tanteo, que ni los asturianos estaban para gaitas ni los leoneses para subirse otra vez a las brañas. Así ante la negativa del hermanastro todo quedó en nada.
Cuando murió Urraca Alfonso quedó muy claro para los reyes de León que mejor era que pusieran como señor de Asturias a hombres de confianza, dado que los acontecimientos venían indicando un claro sentimiento de los Asturianos de separar sus destinos de León.

Agricultura e industria

Los asturianos son campesinos (sobre todo de cereales) y ganaderos: xaldos y vaqueiros, y entre ambos grupos existe una fuerte animosidad, debido al sedentarismo de los primeros frente a la vida trashumante de los segundos. Los ganaderos xaldos viven en aldeas que con el tiempo se han ido denominando pueblas.
La propiedad de los campos es comunal, es decir, aunque la trabaje una familia desde generaciones, es propiedad del conceyu, y a él vuelve si nadie de la familia puede ya trabajarla, buscando a otros que sí puedan.
La mayor parte de la nobleza astur se desplazó a León, pero los que quedaron y sus descendientes viven en casas de piedra, cuando no están fortificadas y se les llama torres o castillos. Asumen derechos sobre las gentes a cambio de la protección otorgada y exigen tributos en trabajo y en especie (que no en dinero, pues tiene poca utilidad en la sociedad asturiana, y en los mercados se realiza el trueque. El clero recuerda a los rústicos el orden establecido y las obligaciones de los estos hacia sus señores. Los monasterios, en su mayoría de benedictinos negros de Cluny, se instalan a lo largo de las vías hacia Santiago que atraviesan el país, y con ellos entran las formas artísticas de tierra de los francos.

739 - 925

Tipo
Geopolitical, Kingdom
Capital
Nombres alternativos
Reinu de Asturies
Successor Organization
Gentilicio
Asturianos
Título del líder
Rey
Sistema de Gobierno
Monarchy, Elective
Estructura de poder
Feudal state
Organización a la que pertenece
Localización
Lenguas oficiales
Etnias relacionadas


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